Recientemente leía que los lectores electrónicos están siendo empleados para enmascarar la lectura de baja literatura, si se me permite recurrir a trazar esa línea obtusa que las mentes preclaras saben dibujar tan bien para distinguir entre sus ideales de lo que es la cultura de calidad y aceptable como paradigma intelectualoide.
Lo interesante, en realidad, reside en ver qué es lo que la gente esconde y, por tanto, qué es lo que les hace ruborizarse ante la idea de que alguien, en el metro o en el autobús, pueda saber qué están leyendo. Ya saben, como esos forros hechos a mano con papel de periódico o de regalo que se emplean con la excusa de proteger las tapas de un libro en papel.
El rotativo británico Daily Mail publicaba la estadística de lo que los lectores -según la encuesta a la que ellos mismos habían respondido- buscan esconder en su lector electrónico. Uno de los resultados más destacados no debe sorprendernos pues, en realidad, la sociedad occidental sigue siendo mojigata y prejuiciosa: el 34% esconde novela erótica. Pero eso no es lo que más esconden: el 57% lo emplea para leer novela juvenil o adolescente. El 28% no quiere que los demás sepan que lee ciencia-ficción. Y, simplemente, un total del 58% de los encuestados indican expresamente (sin especificar género) que usan el lector electrónico con el objetivo fundamental de que no los demás no sepan lo que leen.
No vamos a escandalizarnos y plantearnos si realmente son temores injustificados ante una sociedad que no es prejuiciosa, porque lo somos. Prejuzgamos igual al veinteañero que lleva un Ulises bien visible y lo luce ostentosamente como al cuarentón con americana y corbata que lee Harry Potter sentado en el vagón del metro. Aquí viene mi prejuicio: me sorprende que nadie lo use para esconder que lee prensa deportiva.
De todo esto se pueden sacar dos conclusiones. La primera es que la gente realmente es consciente de que leer les define y que lo que leen crea una imagen en los demás sobre su persona. La segunda es que con el lector electrónico, al menos, leen lo que les gusta y eso es lo más importante.
Pero hay otra cuestión. Muchos de estos lectores tienen funciones sociales: subrayar y compartir con la comunidad lo destacado, publicar en Twitter o Facebook una cita… ¿eso lo hacen? ¿Lo evitan? Porque quizá no dejan que un desconocido con el que difícilmente volverán a cruzarse se lleve la impresión que sea porque leen una novela rosa, pero a lo mejor en internet sí lo muestran sin reparos: un extimismo esquizoide, en todo caso, amparado en dos tipos de anonimato.