He decidido leer Crónica de viaje, de Jorge Carrión, poniéndolo sobre el portátil. El hecho de que tenga un veterano -pero siempre listo para dar batalla- Macbook Air (aquí Fernando Broncano me diría que estoy haciendo una modernez del tipo «tengo un iPad») es solo un sutil detalle más.
No va a haber aquí reseña ni comentario, pues recibí el libro ayer y no vamos a intentar engañar a nadie haciéndole creer que tengo un juicio de valor firme sobre el mismo, ni pretende ser tampoco una recomendación de compra de última hora porque hoy es uno de esos días escogidos en el año en los que se compran libros. De hecho, es el más escogido, porque no compite con colonias o demás regalos de esos que dicen, con profundo cariño, «no tenía ni puta idea de qué comprarte porque no te conozco en realidad». ¿Resquemor? No. También suele ser el peor día del año para hablar de libros, pero esa es otra historia.
Así que estoy leyendo Crónica de viaje en el mismo entorno en el que trabajo, que es un poco de caos parcialmente organizado. Con una taza al lado, una montaña de libros a la izquierda, a la derecha y por detrás del ordenador, un par de lápices y plumas dando vueltas por la mesa y más libros en las otras esquinas de esta superficie. Por debajo, en algún sitio, hay papeles que suelo perder.
Es importante contar esas intimidades porque, pese a no haber cambios en relación al trabajo con lo que que me ofrece el campo de visión más inmediato durante esta lectura, está clarísimo que estoy haciendo otra cosa y uno se siente -un poco- parte de la intervención que es, en sí, Crónica de viaje. Me permitiréis que no desarrollo (al menos, no ahora, en esta entrada) la mezcla de sensaciones que produce un texto como este, con el componente visual que aporta, con la pantalla fijada en el tiempo, congelada, en impresión decididamente en blanco y negro.
Google se pasa página a página. Se exploran los Mapas no haciendo zoom, sino acercando la mirada. El teclado muta página a página. No es obra digital ni es hija directa del papel, sino una hibridación de esos códigos. Mi intervención personal, como receptor, es superponerlo sobre la herramienta de trabajo, sobre el origen de su imagen esqueuomorfista (el retrato de la máquina que es el marco de toda la obra) y leerlo. Pequeña aportación para una gran experiencia de lectura. Dicho de otra manera, una pequeña tontería de esas que hace uno en casa y que de repente cuenta en público sin saber muy bien por qué no se calla. Todos necesitamos un JC en nuestra vida.
P.D. Sí, el libro tiende a cerrarse si lo lees así, pero me da igual.