Neoludismo y tecnofilia

Es posible que Ned Ludd fuera un buen hombre. De hecho, ser un héroe para el proletariado debería situarlo en una esfera de buenas acciones y debemos suponer que cargarse unas tejedoras a finales del siglo XVIII con la -supuesta- intención de reivindicar el trabajo manufacturado, si bien no sabemos en realidad qué impulsó esa acción. En el siglo XIX se convirtió en el héroe epónimo del ludismo, movimiento obrero que sigue vigente hoy en día cada vez que se renueva una industria para dar lugar a una mayor mecanización o informatización en detrimento de los trabajadores humanos.

Ned Ludd
The Leader of the Luddites, grabado de 1812

No es la primera vez que trato el neoludismo en este blog, pues ya expuse unas reflexiones en torno a una supuesta decisión del autor de best-sellers Carlos Ruiz Zafón de retirar del sector del libro digital sus novelas, leídas por cantidades ingentes de seguidores. Luego resultó que -según la explicación oficial, como recogí también en esa entrada- no era así, y se aseguró que nunca se había pretendido. El contexto, de plena renegociación con la editorial, resulta revelador, en cualquier caso, y nos muestra que -con independencia de si sucedió en este caso o no- la reticencia del autor ante el libro digital, sea real o impostada, puede ser un nuevo foco de presión sobre las editoriales. En otros casos, como el de Jonathan Franzen, muestran un neoludismo asumido de pleno en el propio autor.

Visiones extremadas ante lo tecnológico

Cuando hablamos de neoludismo llevamos esa hostilidad ante la máquina a lo digital, pero el proceso sigue siendo el mismo. Se teme el progreso que se deriva de la tecnología. Pero los tecnófilos no suelen tener en cuenta el daño humano que pueden producir cierto tipo de avances, como la pérdida de empleos en las renovaciones tecnológicas de las industrias. Es, con todo, un problema social y no propio realmente de la tecnología: las empresas siguen el paradigma capitalista y no podemos culparlas por hacerlo ya que es el marco legal y cultural que hemos generado. Si esas empresas y los gobiernos se preocuparan realmente por proporcionar nueva formación, salidas profesionales, y un trato humano a esas personas que se ven afectadas por tecnologías que les roban el trabajo otro gallo nos cantaría. Pero eso cuesta dinero y esfuerzo, dos cosas que se valoran mucho y nada respectivamente en nuestra sociedad.

Si nos vamos al extremo, el anarcoprimitivismo (con el que en ocasiones se ha vinculado a Theodore Kaczynski, si bien en momento las autoridades policiales estadounidenses le dejaron la etiqueta, precisamente, en neoludita), se desvela como una defensa a ultranza del estado seminatural y completamente preindustrial del hombre. No tan diferente del mundo amish en algunos aspectos, todo sea dicho.

También es cierto que el espíritu de los tiempos es abrazar cualquier innovación tecnológica por el mero hecho de serlo, sin pensar en realmente qué supone -si es que lo hace- para nosotros, sin más planteamientos y con una fe ciega en que la tecnología nos hará libres. Y más altos y guapos, por supuesto.

El distanciamiento crítico fácil nos lleva a decir que se trata de simples herramientas que, según se usen, serán buenas o malas. La herramienta no representa ningún problema, sino quién la maneja, tanto si es una hoja de cálculo como Excel o una bomba nuclear (perdonen el cinismo).

Industrias culturales y la reticencia al cambio

Hecha la panorámica general, no debe extrañarnos que las grandes empresas estén más próximas a la tendencia neoludita y que eso mismo sea aplicable a las grandes figuras establecidas. Como en tantos ámbitos, el denominado establishment es un núcleo duro, difícil de mover y con el poder para transmitir la inmovilidad a los otros. En consecuencia, son las pequeñas empresas y las pequeñas figuras las que sí se mueven, pues necesitan explorar su océano azul.

La estrategia del océano azul es, paradójicamente, una vía de acción empresarial citada repetidamente por directores ejecutivos de grandes corporaciones que no suelen hacer nada de lo que se propone en ese ideario: genera tu propio mercado y no seas uno más en un mar saturado en el que no conseguirás brillar. Pero las pequeñas empresas a las que nos referíamos antes sí están dispuestas a hacerlo, por necesidad o por capacidad resolutiva, da igual. Son las que han abrazado con más énfasis la vía de libro digital, el contenido informático descargable, el vídeo bajo demanda… y, en general, canales alternativos para encontrar un público y monetizar su producción cultural.

Finalmente, las vías de renovación pueden acabar siendo mayoritarias y dan pie al relevo generacional también en las empresas dominantes. Recordemos las apreciaciones de Kline a raíz de una tira cómica de Stephan Pastis en su libro de 2005 Blog! How the newest media revolution is changing politics, business and culture:

Took an ironic and well-timed poke at the current notion, popular in some blogging circles and even among a few establishment pundits, that the nation’s established print and television media are going the way of the dinosaur as growing numbers of young people turn to blogs, podcasts, Google search, text messaging, niche TV programming, and other new and customized media.

No debemos creer que somos ajenos a eso. En la propia ciencia se convive con el neoludismo cada día, pero en las Humanidades la situación puede llegar a ser terrible. Recuerdo especialmente el caso que exponía Tötösy de Zepetnek en su artículo «Aspectos académicos y editoriales ante el nuevo milenio tecnológico», recogido en Literaturas del texto al hipermedia a raíz de todos los obstáculos que hubo con CLCWeb para su reconocimiento como publicación académica acreditada en línea y que no se daban en sus iguales no vinculadas al humanismo.

Reflexionaba ante ese caso hace varios años y concluía entonces, y todavía -desgraciadamente- me veo obligado a mantener, que el humanista que forma parte del establishment cultural (pese a que estamos en proceso de cambio, por aceptación y por cambio generacional, algo lento y que no garantiza nada si se mantienen las viejas formas) es un hombre decrépito, no tanto por su edad sino por su incapacidad a la hora de operar en el mundo digital, el mundo nuevo, y se convierte en un lastre que ralentiza la aceptación de las publicaciones científicas en línea, embruteciendo su avance, mientras se ve rodeado de máquinas que no domina y que no son percibidas como la puerta al mundo digital, sino como un obstáculo (posiblemente, afortunado desde su perspectiva) que le cierra la puerta al mundo intangible que le genera recelos y que, por tanto, desprecia desde una ignorancia conformista.

2 pensamientos sobre “Neoludismo y tecnofilia”

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