El ebook es la epítome de la destrucción de la cultura occidental y la materialización (en bits, ciertamente) del apocalipsis social retratado en 1984 por George Orwell. Lo ha dicho un autor de best-sellers, así que no puede estar equivocado. Si tiene un Pulitzer, es que además no deberíamos estar ni tan siquiera discutiendo esto.
No me parece que Jonathan Franzen sea un hombre que necesite hacerse publicidad de ningún tipo. Y, sin embargo, lo cierto es que no logro entender su opinión sobre los libros digitales a los que poco menos que acusa de la destrucción de la sociedad. De hecho, el titular que ha aparecido en prensa (en no pocos periódicos) va muy en esa línea; con todo, en su descargo hay que decir que no he conseguido localizar cita textual tan apocalíptica. Es más: no esperen un contrapunto radical a lo dicho por este autor de éxito. No comparto casi nada de lo que ha defendido, si bien es cierto que tampoco estoy en completo desacuerdo en algunos aspectos señalados en su discurso.
En cuanto a la visión que aporta Franzen, lo cierto es que creo que vale la pena desglosarla, ya que aunque tengo la sensación de que subyacen conceptos neoluditas heredados de un viejo régimen, algunos de ellos son interesantes. Sobre ellos podemos desarrollar varios argumentos que serán de interés y susceptibles de ser debatidos. Eso sí, ya lo advertimos: la puntilla que se ha hecho más popular estos días es bastante impactante, aunque la dejamos para más adelante y ya llegaremos a ella al final de estas líneas. Vale la pena empezar por esta afirmación que le lleva a unas preguntas dignas de mención:
I think, for serious readers, a sense of permanence has always been part of the experience. Everything else in your life is fluid, but here is this text that doesn’t change. Will there still be readers 50 years from now who feel that way? Who have that hunger for something permanent and unalterable? I don’t have a crystal ball.
Se diría que Franzen teme cierta mutabilidad en el libro digital por el hecho de ser digital y atribuye, incluso, un estado de permanencia absolutamente inalterable del texto impreso, algo que todos sabemos que es falso. Las revisiones que vienen a corregir erratas, e incluso las revisiones hechas por los propios autores (desenlaces cambiados, por ejemplo), no son anatema en la historia de la literatura y a nadie le escandaliza que una primera edición de una novela pueda contener alguna errata y que esta se corrija en ediciones posteriores. Tampoco le parece mal a nadie que un libro académico, un ensayo, etc., se revise para actualizarse y mejorarse en ediciones posteriores. El libro es más que unas páginas impresas, es la esencia de las palabras que se contienen. Y en ese sentido, esas palabras nos hacen afirmar que el libro no es fijo. No lo ha sido; nunca lo será.
Es bien cierto que en un caso como ese nos vemos obligados a comprar una reedición. Hace poco he adquirido una edición revisada y ampliada de una libro sobre teoría de la literatura, y hace unos meses hice lo propio con uno sobre pragmática. No me ha escandalizado lo más mínimo y no me parece ningún problema, sino algo lógico: todos los libros son un estado en marcha, un proceso de escritura detenido tan solo por la necesidad de fijarlo en algún momento. En un día concreto el autor se ve obligado a dejar de trabajar en su texto; las razones dan igual: no importa si es porque debe entregarlo a su editor, porque está agotado, o por lo que sea. Pero es su texto y puede volver a él y mejorarlo. ¿Cuántos mecanoscritos revisados de libros impresos no nos habremos perdido? En el contexto de la investigación, es mucho más normal: el texto se detiene para pasar a imprenta, pero ni el pensamiento, ni la creatividad, ni la investigación suelen hacerlo.
¿Hay un miedo a la censura orwelliana? ¿A que el texto ya no diga lo que dijo? Eso ya existe, de todos modos. Recuerden el caso de las novelas revisadas para mentes sensibles (mi corazón me insta a no utilizar eufemismos y dedicar una diatriba de varias líneas a encadenar insultos, pero mi mente me conmina a solo insinuarlos) de Mark Twain, el escritor que decía nigger y eso quiso borrarse de su historia. Recuerden que estamos en un mundo en el que se permite eliminar la evolución de libros de texto para hablar de creacionismo y no pasa nada.
El temor al movimiento que muestra Franzen no debería sernos ajeno del todo. Debemos recordar que había quien creía que el cuerpo humano no estaba hecho para viajar a velocidades tan extremas como la de una locomotora y que poco menos que se licuarían los huesos. Siempre ha habido gente con esos temores, así que no es algo que responda al espíritu de los tiempos, sino a una parte inherente al alma humana. Apuntaba el escritor que:
When I read a book, I’m handling a specific object in a specific time and place. The fact that when I take the book off the shelf it still says the same thing – that’s reassuring.
Y ahí está ese objeto fetichista de deseo: el libro, material, falsamente inamovible. Pero cuando paso un documento a mi Kindle no lo veo alterarse. Es un documento que es mío y no fluctúa. Es cierto que puedo comprar contenidos y alojarlos en la nube y no vamos a esconder los hechos: en algún caso ha habido torpezas graves que han hecho que se eliminen remotamente libros de los dispositivos de los propietarios del lector electrónico. Sería absurdo pretender que la capacidad mutable de la información digital no puede usarse de maneras detestables o, al menos, empresarialmente erróneas. Sin embargo, es también la tecnología que permite corregir erratas y que no tenga que comprar el libro de nuevo; o la que podría permitirme acceder a ediciones revisadas y ampliadas de un texto científico de manera gratuita o incluso por una pequeña cuota adicional (sistema de monetización que está por ser explotado).
Prestemos atención a otro punto de vista, que Franzen lanza con mucho tino:
The technology I like is the American paperback edition of Freedom. I can spill water on it and it would still work! So it’s pretty good technology. And what’s more, it will work great 10 years from now. So no wonder the capitalists hate it. It’s a bad business model.
Es cierto que el papel ofrece una tecnología eficiente y de mínimos que garantiza una productividad del objeto, una usabilidad del mismo, de hecho, bastante extensa si se trata con un mínimo de cuidado. No sé si el ejemplo de echarle agua es precisamente el más acertado, pero sin duda alguna es cierto que al ser objeto cultural y reproductor de manera simultánea y como relación simbiótica nos ahorra la dependencia de un artefacto descodificador de la información que contiene.
Esa información está en bits y puedo acceder a ella de múltiples maneras, copiarla hasta el infinito sin que se deteriore (las protecciones por DRM son siempre vulnerables), y darle una vida, por tanto, sempiterna, pero estoy dependiente de elementos externos proporcionados por empresas privadas para acceder a las palabras contenidas en esos libros digitales. Por otro lado, esto no ha supuesto excesivos problemas en los cambios de soporte que ha habido en otras industrias culturales, como la musical, que es la que más alteraciones de paradigma físico ha experimentado y de la que, sin embargo, no parece que se haya aprendido nada ni en la industria cinematográfica ni en la libresca.
Con todo, estoy muy a favor del papel: me encanta. Pero tampoco me hago ilusiones: la celulosa es un material que se degrada rápidamente y tampoco podemos pretender que un libro impreso con la calidad media que se da hoy en día (pues es un objeto comercial, y el margen de beneficio por gasto material es bien importante) sobreviva tanto como el pergamino.
Ya para terminar, el punto álgido de la línea de pensamiento sostenida por Franzen es cuando afirma que:
A screen always feels like we could delete that, change that, move it around. So for a literature-crazed person like me, it’s just not permanent enough.
Solo puedo decir que a mí, y a muchos otros, también nos apasiona la literatura, pero no vivimos atemorizados por el paradigma pantalla.
Estupendo post. Es una delicia leerte, y seguir suavemente tus reflexiones.
Saludos molineros
Eduardo
Eres muy amable, Eduardo.
Nos vemos pronto en Madrid 🙂
Daniel, muy bueno el comentario. Es sorprendente que amantes de la literatura sigan hablando del libro impreso de esta manera, como si fuera un medio inocuo…¡Cuanto control en el contenido (censura y mercado)! ¡Cuanta dificultad de publicación y difusión! Para los escritores, a la gran mayoría de los escritores que no formamos parte de las grandes empresas editoriales (que son los que están temblando con el cambio de su modelo de negocio) estamos encantados con la difusión digital, con las posibilidades de nuevos modelos textuales, de archivo y de difusión.
Un placer conocerte la próxima semana,
Gracias, J. Manuel. En efecto, en el establishment tienen razones para ser recelosos, pero en realidad deberían prestar atención a las razones para ser atrevidos y recorrer los nuevos caminos que se abren. Saldrían ganando. La ventaja es que quienes saben jugar sus cartas ahora tienen opciones de conseguir grandes cosas y hay que aprovecharlo.
¡Nos vemos el martes!
Pues a repartir y a jugar! 😉
Tu pagina es muy util. Gracias por publicar tus ideas. Son bien refrescantes