El campo de la actuación creativa del escritor, sacralizado en el despacho ausente del mundo, incluso en muchas ocasiones apenas permeado de la luz de las bombillas (las luces artificiales de Derrida que incluso hoy en día sigue despreciándose en ocasiones), es un mar de brea en el que pronto habrá que sumergirse para buscar huesos de dinosaurios. Y quien dice «bombillas», dice el sutil parpadeo de un viejo monitor CRT.
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