No, no voy a hablar de ninguno de los escritores y escritoras (y hago la distinción con toda la mala leche del mundo, no con afán de seguir criterios contra el falso sexismo del lenguaje), sino de uno de los peligros que pueden derivarse en el sector de la edición y autoedición de libros digitales como ya ha pasado en las tiendas de aplicaciones digitales.