La relación entre el sujeto y el mundo, constituido a través de la red, se convierte en este medio en una tensión permanente y creciente entre la concreción de la identidad y la globalidad que la envuelve, lo que lleva al individuo hacia la inducción de un individualismo intenso, un cosmopolitismo doméstico en palabras de Echeverría.
Es ahí donde se genera la extimidad, que nace de una «teleidentidad que no requiere de presencia física del sujeto sino de la concreción de las herramientas informáticas», como apuntó Tortosa en su artículo «Sujetos mutantes: nuevas identidades en la cultura». En ese contexto podemos entender que se constituye el avatar como un tecnocuerpo posprotésico que modifica la propiocepción del individuo, llevando más allá de lo estrictamente material las ideas que Echeverría trazó en su libro Cosmopolitas domésticos.
El ordenador es el demiurgo, el ente protésico que va más allá del tecnocuerpo echeverriano, pues para él era un «cuerpo humano implementado por un conjunto de prótesis tecnológicas que le permiten acceder y ser activo en el tercer entorno». Pero el avatar constituye un tecnocuerpo diferente, una teleidentidad diferenciada, que no se forma por la suplantación de elementos biológicos, sino por la suma e integración de los elementos tecnológicos que dan acceso a esta nueva esfera pero que van más allá de lo inmeditamente material. La prótesis no lo es ya, en este sentido, el zapato que protege el pie, las gafas que permiten corregir la visión, o el coche que permite desplazarse a mayor velocidad que la impuesta por los límites del cuerpo humano en su estado natural, sino que es llave de paso a la virtualidad. La prótesis es ya postorgánica, no es ni tan siquiera el camino al ciborg.
El individuo, por tanto, puede extender su tecnocuerpo no solo a las limitaciones físicas del contacto con el mundo virtual, sino a su propia entidad virtual. Si esto, a su vez, se interpreta como un acto compartido con el resto de los individuos en contacto a través del entorno digital, no es de extrañar que se genere un proceso de exhibición, de ruptura de la intimidad en un camino hacia la denominada extimidad, que no es sino la exhibición pública del “yo” a través de entornos virtuales.
El blog (y sus formatos afines, incluyendo toda suerte de redes sociales) se ha convertido en el canal de exhibición extimista gracias al anonimato (si así se desea) y la facilidad de recursos que se ofertan mediante los medios interactivos permitiendo concebir el espectáculo del “sí mismo”, ya sea éste inventado o no, siendo «manifestaciones renovadas de los viejos géneros autobiográficos. El yo que habla y se muestra incansablemente en la Web suele ser triple: es al mismo tiempo autor, narrador y personaje», lo que ya dijo Sibila en La intimidad como espectáculo.