La discusión es el mejor proceso para el desarrollo de las ideas y es una pena que el término discusión esté tan estigmatizado hoy en día y haya gente que lo rechace con eufemismos como dialogar. El diálogo está bien, pero lo importante es discutir y recurriremos aquí a la definición del DRAE: «examinar atenta y particularmente una materia.» La gente que rechaza la discusión posiblemente no sabe lo que está haciendo y se ha dejado llevar por un ideario obtuso de líneas bienpensantes que no saben ni qué quieren censurar.
La cuestión es que la discusión digital es un espacio de desarrollo intelectual, confrontación de ideas, superación de barreras y aportación de conocimientos que puede beneficiarse tanto de la sincronía como lo asíncrono, según el espacio en el que se desarrolle. Pero muchas veces estas discusiones están también condicionadas por ese espacio virtual.
No me refiero a que una discusión en Twitter pueda ser más o menos profunda por la limitación de espacio a la que se someten los interlocutores (que se compensa sobradamente por el dinamismo que se obtiene, como ya sucedía en el clásico chat) frente a, por ejemplo, un foro o la sección de comentarios de un blog como este que ahora nos ocupa.
Se trata, más bien, de que durante mucho tiempo hemos mantenido esas discusiones en espacios de poder. En el foro de alguien (persona o entidad), en la página web, blog o lo que sea de algo o alguien… y seguimos haciéndolo, claro, pues redes sociales como Twitter o Facebook siguen siendo entes corporativos, y eso no debe olvidarse. Pero la censura impuesta verticalmente puede ser mucho menor.
El espacio de poder debe ser respetado: a nadie le gusta que llamen a la puerta de su casa y le empiecen a insultar, por lo que es lógico que a nadie le guste que se aproveche su espacio social (su foro, su blog, etc.) para lanzar críticas o insultos. Desde luego, permitir que esa gente campe a sus anchas es un error, y esas actitudes deben ser controladas y erradicadas (aunque algunos individuos se vuelven entonces más virulentos porque, al fin y al cabo, no son más que troles), pero se puede caer también en el error de imponer filtros restrictivos excesivos. Tampoco hay que olvidar que la legislación sigue dando tumbos y según la sentencia esos medios son responsables o no de lo que publiquen terceros en su espacio digital: esa es una responsabilidad que puede tener consecuencias y la mayoría de la gente (e incluso las empresas) no puede arriesgarse, simplemente, a asumir un proceso judicial porque alguien quiere presentar una demanda y no sabe -o no quiere saber- cómo funciona esto de la comunicación digital ni que la gente, por lo general, se representa a ella misma en sus opiniones y punto.
Llevar la discusión digital a espacios abiertos fuera del control verticalizado de manera directa favorece un diálogo sin restricciones en ese frente, aunque se diluya el efecto de acción explícita sobre el objeto de discusión. Hacerlo no nos exime de censuras, como acabar bloqueados por alguien, o que las compañías responsables del medio de expresión y comunicación o red social no acaben tomando parte (lo que implica censura inmediata), pero el flujo es más abierto porque el objeto sobre el que se discute no está controlando ese espacio: de hecho, no es su espacio de poder, sino uno compartido.
Todo eso, sin embargo, no debe llevarnos a la situación deshonesta e hipócrita de canalizar la discusión a las espaldas. El cinismo digital es tan fuerte como el no virtualizado, pero también es igual de fácil de destapar. No es una cuestión, por tanto, de actuar de tapadillo, si queremos decirlo así, sino de buscar el espacio de neutralidad para que la discusión sea realmente libre y fructífera.