La proyección del individuo, como ente social, ante los que le rodean es una mascarada en la que se muestran en un baile de disfraces los múltiples rostros que componen la personalidad de cada uno, y es bien sabido que muchos asesinos violentos tienen también costumbre de saludar siempre. Internet no se sustenta tanto en saludar (aunque quien más quien menos tiene la irritante costumbre de entrar en servicios de mensajería para decir «hola» y acto seguido desaparecer, en un aborto provocado de acto comunicativo) como en controlar qué parte de nuestra persona se lanza a la red.
La propiocepción y la proyección del yo fragmentado en los contextos de socialización y autoría digital es un campo que he trabajado en varias ocasiones en el pasado como paso fundamental para comprender los procesos avatáricos de muchas obras fictivas en internet. No se trata, por tanto, de seguir ahondando en esa misma línea, sino de reflexionar qué es lo que promueve que haya actitudes socialmente comunes en la red -como el troleo- que en ocasiones protagonizan personas que difícilmente harían lo mismo en público y en la vida real, sin esconderse tras el anonimato digital.
Es importante tener en consideración que aunque en la red se construyen personalidades fragmentadas como resultado del filtro que se autoimponen los usuarios de la red (ya saben: desde el tipo-en-fiesta-eterna que sube incesantemente fotos a Facebook de esas desenfocadas y con pupilas muy dilatadas hasta quien se entrega con fruición en Twitter a las profundas frases copiadas de algún diccionario de aforismos), estas actitudes son propias de quienes la firman salvo en auténticos casos de impostura, es decir, en esos momentos en los que no se trata de proyectarse total o parcialmente, sino de interpretar un papel.
Eso explica que en comunidades de usuarios, como foros, nos encontremos con casos evidentes (y demostrables comparando las IP, además de con -simplemente- los más torpes y rudimentarios procesos de algo de lingüística forense) de creación de clones, es decir, habitantes de esa comunidad que para enfrentarse con alguien -de manera ofensiva, pero no solo por dar rienda suelta al insulto- deciden crear otra cuenta que no se asocie con ellos. Y lo mismo se aplica a contar intimidades potencialmente vergonzantes, incluso cuando la proyección de su persona no es más que un nick, un seudónimo, y una imagen de alguna serie de televisión, personaje de cómic, o lo que sea. Es decir, ya son anónimos de base, pero crean una segunda divergencia en esa comunidad en la que están o se sienten integrados para explotar verbalmente contra alguien o algo.
Por otro lado, es igualmente cierto que hay quien se comporta de esa manera por sistema. No juzgaremos si hay trazas de comportamientos psicopáticos (como se apunta en ocasiones al hablar de los energúmenos que se dejan la civilización en casa antes de subir al coche), pues hay una cuestión mucho más interesante: ¿quién quiere tener una posición -una opinión, de hecho- comedida y estándar? Y, una vez has probado a pinchar bajo un seudónimo, a promover una reacción extrema mediante la defensa de una posición que posiblemente se respalda, pero no desde una convicción ciega y quizás airada, el siguiente paso es permitir que la polarización se dé también en constructos sociales donde se prima en cierto modo la utilización de la entidad real.
Pero esa entidad real es impostada igualmente. Ni el yo de Facebook ni el de Twitter, por citas dos sistemas sociales donde muchas veces prima el uso del nombre real frente al seudónimo, son representativos realmente de la complejidad real del individuo (salvo en caso de simplismos mentales extremos, suponemos). Se sigue escogiendo qué se muestra y desde luego hay que ser muy iluso para responder con sinceridad absoluta a ese inquisitivo ¿qué estás pensando? , claro que precisamente cuando lo hacemos sin reflexionar mucho es cuando es más fácil que se produzca el desahogo, la liberación de presión, en forma de diatriba en su sentido más total. Por cierto, ¿he comentado alguna vez qué opino de la definición propuesta para diatriba para la 23ª ed. del DRAE? Pues aquí empezaría una buena ídem, o una completa rant session, que se diría en pleno furor anglófilo. A mí ya me está bien.
2 pensamientos sobre “Efusividad y destrozo: elogio del desahogo redsocializado”