Asisto, con algo de sorpresa, al enésimo debate sobre leer en una tableta o leer en un lector electrónico. Por supuesto, no me sorprende que los evangelistas de uno y otro lado se enzarcen en una discusión tan poco fructífera, pero sí cómo los argumentos rozan lo absurdo. Ahora es el turno de la distracción digital.
Un libro publicado, por malo que fuese, siempre era un libro evaluado por instancias supuestamente competentes; parecía legítimo, a veces sacralizado, por haber sido evaluado, seleccionado, consagrado. Hoy, todo puede ser lanzado al espacio público y ser considerado, al menos por algunos, como publicable, con lo que alcanza el valor clásico, virtualmente universal, incluso sacro de la cosa publicada. Esto puede dar lugar a toda clase de engaños y, de hecho, es algo ya evidente, incluso para mí que tengo muy poca experiencia en Internet.
Jacques Derrida, No escribo sin luz artificial.
Una biblioteca al aire libre, de Massimo Bartolini