Watson, el ordenador que perdía el tiempo con crucigramas

Los científicos siempre han tenido muy claro (o, al menos, se esfuerzan mucho en que pensemos que es así) que las pérdidas de tiempo son las que hacen progresar el mundo. De hecho, si eliminamos los grandes saltos técnicos derivados del noble arte de crear formas de matar a millones de personas, es posible que uno de los motivos de progreso tecnológico más destacados sea que estaban aburridos en el laboratorio y querían entretenerse un rato. Vale, es una atribución neorromántica, pero hay que tener en cuenta que IBM realizó grandes progresos en informática gracias a su determinación en crear una máquina que pudiera derrotar a un maestro como Gari Kaspárov en el tablero de ajedrez. Y ahora le toca al otro gran deporte intelectual de la humanidad: los crucigramas. Con Watson.

Si uno lo piensa detenidamente y hace ciertas concesiones, lo cierto es que el ajedrez, al fin y al cabo, es una cuestión de combinatoria sobre un tablero determinado con un conjunto de piezas que se mueven de manera diferente de acuerdo a un libro de normas definido. Lo que viene a ser un juego de mesa. Su procesamiento de millones de jugadas no deja de ser un cálculo espacial, sin que esto quite méritos a los jugadores y apasionados del ajedrez, que ahora mismo estarán pensando en escribir comentarios de odio a raíz de este párrafo. El ajedrez es un juego, un arte, difícil que exige años de práctica y muy pocos acaban dominando, pero una máquina está bien dotada para plantar cara a un humano. Lo que le falta en pensamiento lateral e inventiva lo suple en puro cálculo y repaso de miles, cuando no millones, de jugadas para cada movimiento posible.

Crucigrama
Crucigrama

Un crucigrama parece una de esas chorradas que se hacen en la playa, en la consulta del dentista o en un tren para matar el tiempo. Donde el ajedrez es juego, deporte y -para no pocos- arte (de la guerra ), el crucigrama es un pasatiempo. Lo importante es que exige un pensamiento creativo que no existe en otros pasatiempos ni en otros deportes intelectuales. Pensemos en las sopas de letras, las palabras cruzadas o los autodefinidos, en esa misma progresión. Buscamos palabras entre un mar de letras (solo es necesaria capacidad visual, no hay que entender esas palabras), colocamos palabras en las casillas de las letras (pero estas se nos dan, así que es más unir piezas de puzle que otra cosa), y, finalmente, debemos rellenar una plantilla con palabras entrecruzadas a partir de unas definiciones dadas. El autodefinido es el hermano feo del crucigrama, pues esas definiciones suelen ser más breves, atomistas. Pero ahí está también la gracia, el reto. En ambos casos, los dos pasatiempos exigen pensamiento lateral, evaluar dobles sentidos, buscar en el lexicón interno, evaluar si cabe en el hueco, si sirve para complementar las otras palabras y descartar sinónimos, etc. Da igual como lo llamemos: crucigrama, autodefinido, Jeopardy… el concepto sigue siendo el mismo. Aquí, amigos, concluye mi elogio del crucigrama.

El tipo de actividad mental que realizamos a la hora de resolver un crucigrama es muy diferente de la que llevamos a cabo a la hora de afrontar una partida de ajedrez. Hay que desentrañar el enunciado de la definición, que puede hacer a su vez referencia a contenidos culturales de diversa índole, exigir cambios y modificaciones sobre la palabra definida, e incluso apostar por el doble sentido sin cortapisas. El esfuerzo interpretativo es alto, claro, y es ahí donde está el componente intelectual del pasatiempo. Podemos tener en nuestra cabeza el léxico más amplio del mundo, jugar con el diccionario al lado, y, con todo, ser incapaces de resolver un crucigrama porque no podemos resolver el jeroglífico de la definición. Es posible apoyarse en la ayuda que se deriva de resolver las otras palabras, pero en algunos casos incluso eso será insuficiente.

Autodefinido
Autodefinido

De esta manera, una computadora tiene difícil resolver de manera satisfactoria un crucigrama que se le dé. Una búsqueda de definiciones en su base de datos interna podrá resolver una parte de las definiciones pero las que impliquen una interpretación no literal de la definición empezarán a ser difíciles. Y es que, al fina y al cabo, las definiciones del diccionario, de la base de datos asimilada, seguirán siendo en buena medida frases sujetas a interpretación, exégesis y abstracción, así como todo un mundo de inferencias que un procesamiento binario no puede emular… por ahora. Si la pista que nos da el crucigrama se refiere a elementos culturales, como por ejemplo preguntar por el nombre del actor que interpretó a un personaje en una película determinada, el programa tendrá que ser capaz de interpretar correctamente esa frase. Y todos sabemos que las máquinas están todavía muy lejos de poder mantener conversaciones, de interpretarnos a nosotros, humanos, de la misma manera que nosotros lo hacemos. Lo que supone un esfuerzo nulo (en función del interlocutor, todo sea dicho), es una tarea titánica para las máquinas, al menos en la medida en que hoy se concibe la programación y gestión de las interfaces comunicativas.

Por eso, en realidad, resolver un crucigrama es un paso de gigante. La máquina realizará muchos trucos propios de un programa: almacenar todas y cada una de las definiciones y sus respuestas para cuando vuelvan a aparecer. Es algo que nosotros también intentamos. Ya saben: yunque de platero: tas. Su eficiencia será muy superior a la de una persona con capacidad memorística media, por supuesto, pero tampoco creo que se pueda afirmar que eso sea hacer trampas. En cualquier caso, su funcionamiento interno no es en absoluto un secreto, pues IBM lo ha explicado de manera muy sencilla en la web del proyecto.

La cuestión es que si el programa es capaz de resolver el enigma de la definición, la base misma del crucigrama, estará más preparado para entendernos a nosotros cuando nos acerquemos al ordenador y le hablemos. Y eso es bueno.

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