En la senda de la editorial 2.0

Apuntaba Birkets que el capitalismo cultural es el motor principal de la literatura, con el escritor provocador relegado a ser algo anacrónico, un ente del pasado. Pero la realidad, en todo caso, es que el escritor -como ente provocador- tiene ahora más que nunca una fuerte capacidad de proyectarse si juega bien sus cartas en el mundo digital.

LibrosY es que, donde antes se comenzaba «mendigando un editor y, cuando lo encuentra, suplica que le haga algo de caso», como dijo Birkets en 1994 en Elegía a Gutenberg. El futuro de la lectura en la era electrónica, el autor actual puede prescindir de la figura del editor si así lo desea. Esta decisión puede ser tomada tanto por deseo propio como por necesidad, pues, se temía ya Birkets, «los editores se muestran menos deseosos de arriesgarse». Al menos, en el espectro de la edición mayoritaria; el pequeño editor, en cambio, tiende a buscar su hueco en el sector precisamente arriesgándose, en la medida en que le es económicamente viable.

La publicación mainstream opta por la promulgación de valores populares para acercarse al mayor público posible, lo que le sirvió precisamente para argumentar la muerte de la misma, siguiendo los pasos de Kernan en Death of Literature. El campo digital le abre las puertas a un público mayor y a la pérdida de los condicionantes externos, como el editor y la editorial, que habían llegado a anular al autor como ente de referencia de la obra escrita.

Los circuitos literarios donde se están moviendo esos autores provocadores son, por tanto, los intangibles bytes de internet frente a los cafés literarios y grupúsculos de salón de diferente índole. Además, los textos de estos círculos intangibles no se ven afectados ‐desde luego, no en la misma medida que los impresos- por el peso del crítico, pues su distribución entre los lectores se realiza mediante la red rizomática que es internet, sin la jerarquía de los mecanismos publicitarios que se imponen sobre la crítica tradicional.

Esto no implica una pérdida de fuerza: en un campo tan amplio como Internet, donde, además, no hay barreras, el conocimiento es inabarcable, y el filtro crítico es necesario para orientar al lector, ya sea a través de publicaciones especializadas en línea, como mediante redes sociales y otros mecanismos de la web 2.0 donde los consejos sobre qué leer se dan (presuntamente, pues tiene mucho sentido recurrir a la publicidad viral integrando a publicistas ‐que no críticos­‐ en estas redes) entre iguales. Así pues, ¿dónde quedarían el editor y la editorial? Muchos agentes culturales de esa esfera todavía se lo plantean en vez de perseguir activamente los nuevos modelos de mercado.

El libro, como producto físico resultado de un proceso editorial y posterior impresión y encuadernación, puede relegar su presencia como elemento cultural en un proceso que será tan rápido como se consiga implantar el concepto de lector electrónico de libros frente a la lectura en papel, por mucho que se defienda el concepto romántico de pasar las hojas y demás parafernalia, como tener estanterías llenas de libros. No se trata solo de un proceso de consumo, sino de la autoridad del medio. Volviendo a Kernan, este afirma que ya sus estudiantes otorgan más veracidad a la pantalla de su ordenador que a la hoja impresa; esta confianza puede estar vinculada al proceso de aprendizaje y a la actualización y revisión de los textos digitales, frente a los textos impresos, fijos en el tiempo.

El libro, por tanto, pierde su peso específico como pilar cultural por el hecho de ser impreso; la sublimación de la palabra impresa se desintegra. Pero no así la de la palabra en sí misma: no puede asociarse realmente la desaparición del libro como producto físico al declive de la literatura, pues el libro, como concepto, seguirá existiendo en forma digital (ya sea en formatos contenedores descargables para su lectura en dispositivos, o formatos abiertos para su lectura desde el navegador, gratuitos o previo pago en ambos casos). Si hubiere un declive literario este se debería a lo que demanda el público, lo que se le ofrece, y lo que se opta por ignorar desde el mundo cultural, por sus agentes e instituciones.

La editorial no está condenada a la extinción, si bien en un entorno meramente digital y con la autopublicación como una vía real de difusión de la obra implica una revisión de los roles asumidos. Las claves pueden pasar, claramente, por mantener -y, de hecho, potenciar- el consejo editorial y otorgar al libro valor por su control de calidad sobre el valor físico del mismo. Esto es así especialmente como consecuencia de un ámbito creciente en el que cualquier autor puede ser su propio editor, impresor (digital), distribuidor y publicista si domina las herramientas necesarias para ello, algo previsible quizás no ahora de forma generalizada a corto plazo, pero sí dentro de unos años, cuando el autor maduro esté inmerso en lo digital y tenga un conocimiento multidisciplinar suficiente de la red y sus herramientas. El sello editorial, la calidad de la selección, producción y edición digital serán los elementos de valor añadido que una empresa de edición aportará a un mercado abierto potencialmente rizomático.

6 pensamientos sobre “En la senda de la editorial 2.0”

  1. Todo diferente pero al final todo igual. La provocación, la literatura, lo comercial, quizá todo esto acabe derivando en una nueva reflexión sobre los límites que como humanos somos tan aficionados a establecer.
    ¿Todo aquel que pinta es un artista o es un artesano? ¿Todo aquel que escribe es un escritor? ¿Todo el que hace algo que la sociedad entiende como fuera de lo admitido es un provocador o lo es más el que dentro de lo establecido encuentra una grieta?

    El mundo 2.0 a las puertas.

    Eduardo

    1. Pues fíjate que yo creo que no tan igual, porque aunque hay editoriales y editores que ofrecen catálogos muy interesantes, la mayoría son simples fabricantes que se mueven por cifras de volumen de títulos editados, no por la calidad (y a veces diría que ni siquiera por las ventas) de esos libros.
      La editorial como fábrica decimonónica es un modelo muy extendido que colapsa (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/27/actualidad/1332859194_721622.html) con razón y por coyuntura económica adicional.
      La editorial como sello de calidad, de respaldo y de confianza ante el lector necesita nuevas fuerzas y ocupar un puesto de liderato en el espacio digital frente a esa producción a destajo totalmente inmotivada.

      1. Bueno, era una manera de contarlo. Estoy de acuerdo contigo. Yo he trabajado, en el área informática, en una editorial muy especializada en la que ni los editores ni la dirección tenían especial interés en la materia que publicaban, y me parecía imposible que aquello tuviera éxito.
        Cada vez más se requiere más especialización y sobre todo más pasión.
        Estuve en la feria de Bolonia y aluciné con algunos expositores. Cientos de libros puestos en estanterías como en cualquier casa, sin demasiado criterio.
        Me surgió la idea de que hoy en día las grandes editoriales deben editar poco y con mucho soporte, básicamente web.
        Las pequeñas o los autores/editores son mucho más adecuados para encontrar y defender pequeñas joyas.

        1. Sin duda, esa es la clave. Fabricar libros como churros solo lleva a masificar mercado, saturarlo y luego coger el papel y reciclarlo para hacer revistas del corazón.
          En el ámbito digital, ya no te preocupas del stock ni de esas cosas, pero si no consigues atraer la atención de los autores ni de los compradores, estás bien jodido porque hay vías alternativas para todo. Catálogo, consejo editorial, y calidad son los pilares de siempre que ahora están olvidados y han quedado marginados en las grandes empresas (y tampoco creo que el balance sea tan increíblemente magnífico como para apostar por un «todo vale» a día de hoy, aunque en el pasado sí lo haya sido).
          Y, también coincido contigo, hay editores y libreros que bien podrían ser charcuteros que les iba a dar igual.

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