Se supone que una de las cosas que no deben hacerse es proclamar a los cuatro vientos lo que debe hacerse, así, alejando el problema de nosotros mismos, impersonalizándolo, cuando lo que hacemos es proyectar mucho de nosotros mismos en esos consejos gratuitos que son casi imposiciones. Usted tiene que hacer esto, usted lo otro… escúchenme, yo tengo razón. Pues bien, me meto de lleno en esa torpeza: la universidad tiene que ser abierta y tiene que hacerlo, ya, en internet.