Estamos rodeados de símbolos. Salimos a la calle y nos avasallan los signos. Vestimos marcados y lo asumimos con más o menos orgullo, casi tanto como el precio que pagamos por ello o por lo que nos jactamos de no pagar al empresario de turno. Por si eso fuera poco creamos tribus que nos identifican ante el resto de la plebe.
El mundo actual está bien servido de los hijos de Peirce: símbolos, índices e iconos. Recuerdo un comentario. ya hace algunos años, de uno de los profesores de la carrera, cuando tratábamos el siglo XVIII. Nos solía contar que, en un mundo en el que el abanico exponía las condiciones del flirteo y los falsos lunares las evidencias, no se llegaba ni de lejos a la sofisticación, que no refinamiento, de hoy en día. En aquella época el número de manifestaciones codificadas de la sociedad era mucho más bajo que en los tiempos que corren, solo que no nos damos cuenta, solía decirnos.
Ya sé que es un lugar común, pero esto lo explica muy bien Klein, aunque nunca recomendaré lo suficiente Frankestein y el cirujano plástico o los brillantes trabajos de Sonia Madrid. El siglo XX fue el del comienzo de la resimbolización del mundo y el mundo del siglo XXI va camino de devolvernos al primitivismo abstracto. Logotipos, imagotipos, isotipos y demás especies de tipos que pululan por el mundo no son más que una forma de expresar algo complicado de una forma simple. No es muy diferente, si lo pensamos, de lo que intentaban hacer nuestros antepasados, a los que osamos llamar cavernícolas. Las manos de la Cueva del Castillo de Cantabria son una buena prueba de ello, milenios después sigue dejándonos con la boca abierta esa idea de plasmar digitalmente algo tan personal como es la identidad del artista en el medio que le rodea, una marca personal y casi indeleble que ha traspasado cientos de años para que otros sepan de una anónima existencia que ya es posible que quisiera buscar la inmortalidad a través de la expresión artística (en esos campos no me meto no sea que el profesor Almansa se enfade con un servidor).
¿O es que los toros de La Pileta en Málaga no podrían pasar sin problemas por un grabado picassiano? El mismo autor reconoció varias veces su admiración por el arte primigenio y lo adaptó en numerosas ocasiones.
Nos parece ridículo recordar que aquellos seres humanos llevaran abalorios y conchitas al cuello como fuente de poder, símbolo de estatus y reconocimiento, pero no nos parece extraño que unas botas nike con la firma de Mesi ayuden a marcar goles en el patio del colegio, como tampoco nos da un poco de vergüenza ir con una camiseta cuyo único estampado es el logotipo de una marca, que es el que da valor a la prenda. Mal que nos pese, en este aspecto hemos de reconocer un poco que somos unos primitivos posmodernos. Incluso salimos a correr y andar (los famosos 10000 pasos al día) para sentirnos más a gusto con nosotros mismos, como recordando nuestro pasado nómada.
Nihil nouum sub sole, como se suele decir. Echar un vistazo atrás siempre nos puede proporcionar una visión más equilibrada de nosotros mismos. En estos días de lucha digital de ebook frente a libro digital interactivo, es decir, de esos que hay que pasar las páginas con dedo ensalivado, se nos olvida a menudo que lo importante es el placer estético y reconfortante, no tanto el soporte, sea esqueumorfista o no.
Totalmente de acuerdo , pero hay mas…
Bajo mi punto de vista el llamado arte rupestre , en un mundo hostil, podría cumplir una función similar a lo que hoy se denomina señalética, para ayudar a la simple supervivencia.
Es una opinión …. si os gusta el tema podéis visitar mi página http://www.tenarte.com y ya me contaréis.
Saludos
RS.
Muchas gracias por el comentario. Ciertamente el arte rupestre sigue siendo un misterio fascinante, en tanto código humano creado hace miles de años y con un significado que todavía hoy genera debate y que permite que sigamos hablando de él e incluso compararlo con otras formas actuales de expresión artística.