Teléfonos inteligentes y humanos extendidos. Una mirada crítica

Smartphones and extended humans: a critical view

Rubén Ramos Antón (Universidad de Zaragoza)

Gloria Andrada de Gregorio (Universidad Autónoma de Madrid)

Yolanda López del Hoyo (Universidad de Zaragoza)

Artículo recibido: 30-09-2017 | Artículo aceptado: 28-11-2017

RESUMEN: Este artículo propone una mirada crítica sobre el papel que los teléfonos inteligentes o smartphones juegan en nuestras prácticas cotidianas. En primer lugar, analizamos el rol de dichos dispositivos en nuestra vida diaria desde los estudios contemporáneos de la tecnología y la comunicación. Para ello, presentamos la forma mediante la cual los smartphones funcionan como extensiones de la actividad humana e identificamos cuáles son los elementos que lo hacen posible.  En segundo lugar, analizamos el impacto de estos dispositivos en nuestro sistema cognitivo, atendiendo a debates recientes en filosofía de la ciencia cognitiva, la psicología y la epistemología contemporánea. Tomando como prisma los debates en torno a la cognición extendida, nos centramos en el papel de los smartphones en nuestras habilidades cognitivas.  Finalmente, hacemos un llamamiento hacia una integración consciente y reflexiva,  que no cae en un discurso tecnofóbico pero sí nos aleja de una integración automática.
ABSTRACT: In this article, we propose a critical approach towards the role that smartphones play in our ordinary practices. First of all, we analyze the role of these devices in our daily life drawing from contemporary studies on technology and communication. In order to accomplish this, we begin by presenting the way in which smartphones function as extensions of human activity and identify the key elements that make it possible. Second of all, we analyze the impact that these devices bear on our cognitive system, following recent debates on the philosophy of cognitive science, psychology and epistemology. Taking extended cognition as our conceptual background, we focus on the effects that smartphones have on our cognitive abilities. Finally, we call for a conscious and reflexive integration, which does not fall into a technophobic discourse but nevertheless prevents us from an automatic integration.

PALABRAS CLAVE: Teléfonos inteligentes, tecnologías de la información y la comunicación, extensiones cognitivas, habilidades, integración
KEY WORDS: Smartphones, information and communication technologies, cognitive extensions, abilities, integration


1. Introducción

La mayoría de nosotros llevamos ahora mismo en nuestro bolsillo un teléfono inteligente o smartphone. Nos acompaña cuando caminamos, cuando trabajamos, cuando dormimos. Este dispositivo contiene notas, números de teléfono, fotos, canciones… De una manera no trivial perderlo supondría una pérdida de algo más que un mero objeto. Como un miembro fantasma su pérdida dejaría una ausencia, una sensación de carencia. Dejando de lado factores económicos más que relevantes (como el pago de la línea y el coste del dispositivo en cuestión), la sensación de carencia a la que nos referimos es la consecuencia de la absoluta permeabilidad e integración de dichos dispositivos en nuestras prácticas ordinarias. Memoria, datos, comunicación, entretenimiento, pagos online, búsqueda de información, citas… el universo de posibilidades de acción que un teléfono inteligente posibilita es muy amplio.

El smartphone ha cambiado la forma de ver y de interaccionar con el entorno en el que vivimos, transformando a ambos. Ante dicha mediación, una pregunta legítima que podemos hacernos -sin alimentar demasiado nuestras ansias metafísicas- se dirige a los límites que mejor nos definen. ¿Dónde termina el ser biológico y dónde comienza nuestro entorno? ¿Es la barrera orgánica el límite decisivo? Esta pregunta puede parecer un mero capricho filosófico, sin embargo, no sólo desde las teorías sobre la identidad personal sino también desde la biología y la ciencia cognitiva, el cuestionamiento de lo orgánico como la frontera decisiva se encuentra en tela de juicio. Hibridación frente a clases naturales perfectamente definidas es la norma en el dominio natural más que la excepción. Otra cuestión interesante deja de lado la pregunta ontológica sobre qué elementos nos conforman y se centra en nuestras habilidades en tanto que agentes cognitivos. Nuestra cognición implica distintas prácticas que parecen haber sido ampliadas en esta sociedad tan mediatizada (a la vez que otras parecen haberse perdido o modificado drásticamente).

La utilización de la tecnología como extensión del ser humano no resulta una novedad en la historia. De hecho, el ser humano ha recurrido a la técnica tradicionalmente para enfrentarse a una naturaleza hostil y vencer sus propias limitaciones. Desde la antropología social, Harris (1984: 47) explica este fenómeno incluso entre otros animales, argumentando que es la propia selección natural la que favorece la integración de útiles como modo normal de existencia. De un modo paralelo, algunos biólogos hablan de construcción del nicho cognitivo. Y es que somos ingenieros epistémicos (Sterenlyn, 2003). La tecnología, por lo tanto, nos rodea y conforma nuestra naturaleza, aunque no seamos conscientes de ello (Broncano, 2000: 20).

A día de hoy y como decíamos al principio resulta innegable la trascendencia que ha adquirido el smartphone en nuestro mundo. Por ello, en un intento de analizar esta relación y estas preguntas propias de la época en la que vivimos, pero bien ancladas en la tradición, en este ensayo nos centramos en nuestra interacción con los teléfonos inteligentes.

Si bien esta cuestión puede abordarse desde distintos prismas, en esta ocasión nos organizaremos en torno a dos ejes fundamentales que quedan recogidos en sendas partes diferenciadas. En el primer apartado presentaremos desde los estudios contemporáneos el papel que los smartphones han adquirido en nuestra sociedad. En el segundo, analizaremos el caso de estos dispositivos, atendiendo a la reciente filosofía de la ciencia cognitiva y la epistemología contemporánea. Finalmente, en las conclusiones esbozaremos las conclusiones con las que pretendemos relacionar ambos ejes y a través de las cuales trataremos de aportar una nueva visión sobre las implicaciones de este elemento tecnológico, que ocupa cada vez un lugar más central en nuestra sociedad.

Los objetivos que se persiguen con este artículo parten del análisis del papel que desenvuelven estos dispositivos en la vida diaria. En primer lugar se trata de identificar la forma en la que los smartphones funcionan como extensiones de la actividad humana y cuáles son los elementos que lo hacen posible. El segundo de los objetivos, se centra en reflexionar sobre la noción de habilidad e integración entre dichos dispositivos y nuestras prácticas cotidianas.

Frente a una integración automática, haremos un llamamiento hacia una integración más consciente y reflexiva. Este artículo recoge conclusiones tentativas de un trabajo que estamos desarrollando y que pretendemos completar con una metodología más empírica.

2. El papel de los smartphones en nuestra sociedad

Sin lugar a duda los teléfonos móviles se han convertido, en muy pocos años, en uno de los elementos tecnológicos más importantes de nuestras vidas. Características como la portabilidad, ubicuidad o instantaneidad se encuentran totalmente asociadas a ellos, especialmente desde que estos dispositivos disponen de acceso a Internet, así como multiplicaron su oferta de aplicaciones, dando lugar a lo que conocemos como smartphones (teléfonos inteligentes). Hoy en día la penetración de estos elementos tecnológicos ha provocado importantes transformaciones en nuestra forma de actuar y de relacionarnos con los demás.

Todos estos cambios, además, se han producido en el transcurso de un periodo de tiempo especialmente breve. De hecho, en muy pocos años la telefonía móvil ha logrado convertirse en la tecnología que más rápidamente se ha popularizado en el mundo (Pisani y Piotet, 2009: 277). Curiosamente superó a Internet, que entre finales del siglo XX e inicios del siglo XXI se convirtió en la tecnología que había conseguido la más rápida progresión de la historia, hasta ese momento (Pisani y Piotet, 2009: 18).

La penetración de la telefonía móvil abarca a buena parte de la población mundial. Actualmente el número de suscriptores de líneas de este tipo de telefonía supera ya los 7.000 millones, alcanzando, en términos relativos, a 96,8 líneas por cada cien habitantes en todo el planeta. De ellos se considera que existen unos 4.700 millones de suscriptores únicos. Esto es, el 63% de la población mundial (GSMA en Urueña, 2016: 18). Nos encontramos por lo tanto ante un fenómeno tecnológico presente en todo el mundo. Con el paso del tiempo, además, se ha comenzado a desdibujar la denominada brecha digital (digital divide), entendida como la separación entre personas, colectivos y países con capacidad para acceder a las tecnologías de la información y las que carecían de ella (Serrano y Martínez, 2003: 8). Martín-Barbero (2008: 30) ya apuntó hace casi una década cómo en América Latina esta diferencia estaba desapareciendo, al menos en cuanto a lo que se refiere al acceso a la tecnología. Los últimos datos confirman que la diferencia generacional también comienza a disiparse (Fundación Telefónica, 2017: 33). En ambos casos los smartphones parecen haber jugado un papel determinante, dada la popularidad que han alcanzado.

Por otro lado, las funciones de la telefonía móvil en estos pocos años en los que se ha generalizado su uso también han ido transformándose, al mismo tiempo que se desarrollaba tecnológicamente. Actualmente se trata del dispositivo preferido para acceder a Internet, registrando en el Estado español unos datos que se acercan a la totalidad de la población: el 91,7% de los internautas se conectaban a la red en 2016 a través del teléfono móvil, mientras que el 73,1% lo hacía por el ordenador (Fundación Telefónica, 2017: 110). Este fenómeno ya se comenzó a evidenciar hace más de una década en Japón, donde los jóvenes recurrían prioritariamente a los teléfonos móviles, incluso siendo estos anteriores a los smartphones (Ito, Okabe y Matsuda, 2005). Algunos años después un estudio demostraba que en el Reino Unido las llamadas representaban la quinta función más popular de los teléfonos móviles (por detrás de acceso a Internet, medios sociales, música y juegos) (Díaz Nosty, 2013: 86).

Un precedente de la utilización de otras aplicaciones del teléfono móvil, ajenas a las llamadas, se encontraba en los SMS (Short Message Service), una aplicación que apareció en los primeros teléfonos móviles como un servicio marginal y que se popularizó centralizando muchas de las comunicaciones que se desarrollaban a través de este dispositivo. Este hecho llevó incluso a las teleoperadoras a mejorar el servicio (Alonso y Perea, 2008). Por ello, se podría considerar que los SMS ya representaron una suerte de killer app (aplicación asesina) con respecto a los primeros teléfonos móviles. Este concepto, que proveniente del marketing, define una aplicación que da sentido a otro programa, tecnología o incluso a un hardware específico (Downes y Mui, 1998).

Para entender la forma en la que los usuarios utilizan las tecnologías y el sentido que les dan, en ocasiones diferente al que pretendían sus impulsores, surgen las teorías que abordan la construcción social de la tecnología. Entre ellas, Pinch y Bijker (1984) desarrollan el concepto de flexibilidad interpretativa, esto es, las diferentes interpretaciones que los usuarios otorgan a un hallazgo o innovación tecnológica. En el caso de los teléfonos móviles, antes incluso de que la aparición de los smartphones, su interpretación iría mucho más a la de la comunicación interpersonal. De hecho, la confluencia de diferentes aplicaciones en un mismo elemento tecnológico podría invitarnos a pensar que este se convirtiera en la caja negra (un dispositivo que ocupe una posición central, puesto que en él convergen todos los demás) una idea, sin embargo, no compartida por Jenkins (2008: 25), quien argumentaba que cada vez nos encontramos rodeados de un mayor número de artefactos.

El smartphone, como se ha podido ver, es mucho más que comunicación interpersonal. Varios autores han recordado el importante papel que actualmente desempeña como extensión de nuestros sentidos, siguiendo la línea propuesta por McLuhan (1996: 25-26) quien ya apuntara hace más de medio siglo que los adelantos tecnológicos de la que denominó edad eléctrica irían encaminados a extender el sistema nervioso central.

Autores como Broncano (2009: 20) desarrollaron más recientemente el concepto de prótesis, que conforman el ser cíborg, y que no se limitan a restaurar funciones del organismo dañadas, sino que también son creadoras de funciones vitales. Broncano subraya el hecho de que los humanos somos seres cíborgs, producto de materiales orgánicos y técnicos, como el barro, la escritura o el fuego.

En los últimos años diversos estudios han analizado la forma en la que los teléfonos inteligentes se comportan como estas prótesis, hasta considerarlos como el nexo de unión entre la parte biológica y la parte tecnológica del ser humano, convirtiéndose por lo tanto en pieza clave de lo que serían los actuales cíborg (Brailas y Tsekeris, 2014; Ramos, 2017) refiriéndose incluso a la everyday cyborgization (Asenbaum, 2017).

El teléfono móvil se ha convertido en una presencia constante para el sujeto; a lo largo del día lo utilizamos, de media, durante 3 horas y 23 minutos y lo comprobamos unas 150 veces (Ditrendia, 2016). La omnipresencia de los teléfonos móviles en nuestras vidas trae consigo numerosas consecuencias que tratamos de analizar. Por un lado la gran cantidad de mensajes e imágenes que intercambiamos diariamente, especialmente potenciados por las aplicaciones de mensajería instantánea y por las redes sociales, han dado lugar a conceptos como el de hiperconectividad. Con este concepto Reig y Vílchez (2013: 9) definen “una era caracterizada por las pantallas conectadas, conversaciones interminables o imágenes y sonidos en continuo movimiento”. Estas conversaciones que nunca terminan abren la puerta a otras formas de socialización o a la modificación de las ya existentes. La inmediatez y la sucesión constante de información redundan en la sobreestimulación sensorial, una realidad sobre la que ya alertó Toffler (1971: 350). La comunicación sin límites (Mattelart y Vitalis, 2015: 68) que tiene entre sus peligros la sobrecarga informativa (information overload) o incluso otros conceptos con un matiz más negativo, como el de infoxicación (Cornellá, 2010). Todo ello en una sociedad marcada por la continua aceleración de los tiempos (Rosa, 2016), lo que puede dificultar la reflexión sobre los procesos que se están produciendo.

Al mismo tiempo y por estas mismas razones también pueden generar nuevas situaciones de dependencia o adicción, teniendo en cuenta que para que se produzca una adicción no es necesario que exista una sustancia o droga física, sino que esta hace referencia a la búsqueda con ansia y a la pérdida de control del sujeto (Echeburúa y Del Corral, 2013: 43).

Tanto si se trata de un producto de la adicción como de la propia extensión de nuestro cerebro la pérdida o ausencia de esa parte tecnológica, de nuestro smartphone, nos genera desazón. A esta sensación Clark (2003: 11) se refiere como mild stroke, esto es, una suerte de derrame cerebral. Una situación de pérdida o abandono motivada por la falta de un elemento central en nuestras vidas y en el que ya hemos externalizado algunas de nuestras acciones. No en vano Bauman (2002: 148) ya había advertido en los primeros años de esta particular revolución tecnológica de que nos estábamos convirtiendo en cibertopos, a la búsqueda continua de enchufes para recargar la batería.

Entre los riesgos de la externalización de los sentidos se encuentra, asimismo, las limitaciones que los acompañan. McLuhan (1996: 62) habla incluso de entumecimiento y autoamputación. Al extender algunas funciones de nuestro cuerpo en artefactos externos nos arriesgamos a limitar nuestras propias posibilidades. Lo que abre todo tipo de incógnitas cuando las tecnologías que estamos desarrollando son de tipo intelectual (Carr, 2011). ¿Somos capaces de recordar ahora los teléfonos de nuestros contactos del mismo modo que antes de disponer de agendas en nuestros smartphones? ¿Y de memorizar un itinerario sin necesidad de recurrir a un navegador? ¿Y de realizar operaciones matemáticas complicadas sin echar mano de una calculadora? Cuestiones que ya se comenzó a plantear Sócrates, quien dudaba de que la escritura no fuera a redundar negativamente en la memoria (Pinto, 2008: 105; Carr, 2011; Reig y Vílchez, 2013: 28). Muy posteriormente, en los años cincuenta del siglo XX, se comenzó a demostrar empíricamente, gracias a los estudios sobre la neuroplasticidad, que las células del cerebro se desarrollan o atrofian en función de su uso (Young, 1951).

Nos encontramos, por lo tanto, ante importantes retos: la forma en la que el smartphone ocupa nuestro tiempo y requiere de nuestra atención, al mismo tiempo que externaliza algunas de nuestras actividades cerebrales, con todo lo que de ello se puede desprender. Se trata de un dispositivo que, por sus posibilidades, en muy poco tiempo se ha convertido en imprescindible, mediatizando muchas de nuestras actividades y relaciones sociales, pero que al mismo tiempo centraliza cantidades ingentes de información sobre nuestras vidas hasta el punto de que podría ser considerado un auténtico caballo de Troya (Mattelart y Vitalis, 2015: 166).

Como hemos podido comprobar, por lo tanto, resulta innegable la trascendencia que ha adquirido el smartphone en nuestro mundo. Se trata de un dispositivo en el que convergen diversas aplicaciones y funciones, pero que también modifica comportamientos y mediatiza la actividad social y cerebral de los individuos. Aspecto este último en el que vamos a profundizar a continuación.

3. Los smartphones como extensiones y las habilidades cognitivas

Si atendemos ahora al uso de los smartphones en nuestros procesos de conocimiento y no del todo no relacionado con esta idea de dependencia, vemos que la epistemología ha tomado cada vez un rumbo más social. La tecnología parece acelerar e intensificar los procesos de dependencia del entorno y transmisión de la cultura, la herencia social (Malinowski, 1975), hasta alejarnos definitivamente del conocedor autónomo que confía en las luces de su propio intelecto al más estilo rousseauniano y se va diluyendo en una amalgama de dependencias, nodos de una estructura y conexiones. La idea básica es que conocemos juntos, somos seres extremadamente dependientes epistémicamente. Esta dependencia epistémica puede tener un componente negativo o positivo (Pritchard, 2016: 3).  Por un lado, al apoyarnos en elementos externos que complementan nuestras capacidades limitadas, bien sea en otros sujetos epistémicos (Goldberg, 2010) o en instrumentos y dispositivos, amplía la pluralidad de bienes epistémicos a la que tenemos acceso: conocemos más y repartimos el esfuerzo. Por el otro, si delegamos excesivamente en otros, dejamos de ser agentes cognitivos de tal manera que es difícil atribuirnos conocimiento. La clave está en el equilibrio que hemos de encontrar entre habilidad y dependencia.  Y si relacionamos este debate con la constante interacción que tenemos con estos dispositivos inteligentes, la pregunta que podemos y debemos hacernos es: ¿es esta dependencia negativa o positiva?

La ubicuidad de los smartphones, otra de sus peculiaridades, permiten que compaginemos las actividades que realizamos con estos dispositivos con otras actividades. Este tipo de interacciones han popularizado términos como el de multitask (multitarea) que definen esa combinación de acciones y que algunos autores (Reig y Vílchez, 2013: 27) consideran como un signo de los tiempos. No obstante son asimismo muchas las voces discordantes sobre la pertinencia de este concepto, puesto que resulta imposible que el cerebro pueda mantener la atención sobre diversas acciones al mismo tiempo (Carr, 2011; Reig y Vílchez, 2013: 27; Serrano, 2013). Es más, la atención que requiere continuamente el teléfono móvil, junto con la inmediatez, restaría capacidad de atención y concentración, como así se demostró en el reciente estudio de Ito y Kawahara (2017), en el que la mera presencia del smartphone disminuía el rendimiento en una tarea cognitiva. De hecho, una de las singularidades de las actuales tecnologías de la información es que a través de ellas se obtiene una recompensa inmediata que potencia su adicción (Greenfield, 2013: 194) lo que, a su vez, puede generar ansiedad si esta no se produce.

Para comprender en mayor profundidad las implicaciones de esta interacción, conviene que atendamos brevemente a las ciencias cognitivas.  En el último siglo, el espacio que otorgamos al dominio de lo mental ha ido ampliándose: desde un reducto del cerebro limitado a la mente consciente, al cerebro en su totalidad, al cuerpo y por último al entorno. El llamado giro situacionista en las ciencias cognitivas ha ido demoliendo fronteras, enfatizando más la hibridación como característica principal (Vega, 2006). El denominador común a todos estos programas ha sido la negación de la afirmación de que la cognición reside enteramente dentro de la cabeza del individuo.  En el caso de la interacción con tecnologías, la Teoría de la Mente Extendida (TME; Clark, Chalmers: 1998), es especialmente relevante. La idea crucial para el tema que nos concierne es que el hecho de que el dispositivo se encuentre dentro o fuera del límite orgánico no marca una diferencia, sino el papel que desempeña en nuestro comportamiento.

Por otro lado, dentro de la epistemología contemporánea, en especial la epistemología de virtudes, el conocimiento es un éxito al que llegamos a través del ejercicio de nuestras competencias. Esto sitúa al conocimiento dentro de un marco normativo más amplio (Greco 2012): podemos tener éxito o fracasar, podemos alabar nuestra acción o reprocharla. Nuestras competencias pueden depender de elementos externos, del mismo modo que nuestra habilidad para jugar al tenis tiene una conexión íntima con la raqueta (y podemos decir que más elementos como la pista.). Lo que nuestra excesiva interacción con los smartphones revela es la siguiente: ¿se amplían nuestras capacidades cognitivas y competencias o se amputan? ¿Son realmente los smartphones habilidades? Una vez más una respuesta categórica y tajante resulta elusiva.

De una manera sí, puesto que la moraleja de argumentos de la TME es que la diferencia entre las tecnologías que son simplemente herramientas y las que son propiamente extensiones en tanto que constitutivas de agentes no requiere que estén conectadas directamente al cerebro o incluso permanentemente unidas como un implante en nuestro cuerpo: existen prótesis no penetrantes. Todo lo que se necesita es una interacción estable, cierta integración entre lo externo y los procesos de información orgánicos. Por ello, abandonamos el chovinismo de la piel y asumimos que nuestro sistema cognitivo es una coalición de control compartido. Nuestro esquema corporal es flexible y promiscuo pues se acopla y (re)utiliza aquellos elementos que encuentra disponibles.

Dejando para otro momento, una presentación exhaustiva de cuáles son esos criterios, la integración con los smartphones es innegable: median prácticamente todos los aspectos de nuestra rutina. Si tenemos que decidir aunque sea de una manera intuitiva a si son herramientas o extensiones atendiendo al rol que desempeñan en nuestras rutinas, la balanza cae en el segundo lado. Más aún, si como indica Palermos (2014), el criterio que determina si algo forma parte o no de nuestro carácter epistémico y por lo tanto de nuestras habilidades, es del mismo modo una relación de integración, entonces no hay duda de que los smartphones están integrados en nuestras prácticas cotidianas. En este momento, la participación de estos dispositivos en nuestras habilidades cognitivas está tan integrada, que su ausencia causaría graves fallos en ejecución. Así por ejemplo, la percepción espacial, que podemos definir como la capacidad que tiene el ser humano de comprender la disposición de nuestro entorno y la relación con él, está ahora mediada por aplicaciones cartográficas y sus extensiones  que facilitan la navegación por el entorno y su comprensión (ej. Google Maps, Street View o Vista satélite).  Estas mismas aplicaciones participan en otras habilidades cognitivas, como la atención dividida o capacidad de ejecutar más de una acción, consumiendo recursos mínimos para orientación, dirección, escucha y seguimiento. De la misma forma, los teléfonos inteligentes forman parte del control inhibitorio, o habilidad para inhibir o controlar las respuestas impulsivas o automáticas, y generar respuestas mediadas por la atención y el razonamiento.  La forma habitual de interacción mediante estos dispositivos (redes sociales, Whatsapp) se caracteriza por cierto retardo o desfase en la comunicación inmediata, que permite al sujeto emitir una respuesta más completa, inteligente u ocurrente tras la búsqueda o contraste de información, razonamiento o tiempo para meditarla. La cámara extiende nuestros ojos y nuestra memoria, etc… Ampliamos entonces nuestras habilidades cognitivas, pero ¿es esta extensión una mejora?  La conexión a Internet que nos permite, extiende al menos los datos a los que tenemos acceso (si no queremos añadir que el conocimiento, puesto que en muchos casos carecemos de un criterio de justificación de su fiabilidad aunque sea en clave externista). La cuestión central consiste en incluir elementos normativos en nuestras descripciones una vez que asumimos que nos extendemos, debemos preguntarnos hacia dónde.

4. Conclusión: Hacia una integración reflexiva y crítica

Una consecuencia que se deriva (y a la que no se ha prestado suficiente atención dentro de los estudios filosóficos de estos modelos de la mente) es la gran vulnerabilidad de manipular nuestras mentes a través del tipo tecnología que usamos en nuestra vida diaria. Por ello, un discurso tecnofóbico a estas alturas se antoja impensable. Sin embargo, hemos de realizarnos una última pregunta: ¿Quizás vemos más y miramos menos? O como sugiere Michael P. Lynch (2016): ¿Conocemos más y entendemos menos?

No hay que dejar de tener presente que toda tecnología surge como producto político de una sociedad determinada. Como consecuencia de ello, la universalización de los smartphones supone evidentes riesgos, sobre todo si tenemos en cuenta la centralización de la información en muy pocas compañías, tal es el caso de Google, que puede ser considerado un auténtico cartógrafo de identidades planetario (Mattelart y Vitalis, 2015: 170). Una idea que nos recuerda lo apuntado por Winner (2008: 92) sobre el carácter conservador de la revolución tecnológica ligada a los ordenadores: Aquellos mejor situados para tomar ventaja del poder de una nueva tecnología son, a menudo, aquellos previamente bien situados a fuerza de bienestar, posición social y posición institucional.

De este modo, la universalización de los smartphones a la que nos referíamos en el primer apartado de este artículo, así como otras particularidades específicas, como la gratuidad de aplicaciones, estaría totalmente relacionada con la intención de las compañías de recabar los datos de los usuarios de todo el mundo (Mattelart y Vitalis, 2015: 166). Gracias a ellos se obtienen grandes beneficios económicos y se logra un perfilado con el que resulta posible dirigir una acción publicitaria a medida.

Es innegable que los teléfonos móviles han conseguido un alcance global, que no distingue ni de territorios, ni siquiera de clases sociales. El acceso a este dispositivo también puede suponer una puerta abierta al mundo de la cultura y en cierto modo acerca a personas o colectivos que hasta este momento se encontraban en lugares periféricos, tanto geográfica como social o económicamente.

Por todo ello, no se trata de desarrollar un discurso tecnofóbico que ignore los avances que pueden venir acompañados del desarrollo de estos dispositivos o que pretenda discutirlos. Una empresa que resulta además estéril y poco provechosa. Sin embargo, huyendo también de la equidistancia y de la atribución de características propias de la neutralidad, como cualquier otro avance tecnológico, se propone una lectura crítica de los smartphones y el papel que desempeñan en la sociedad. La experimentación y la investigación científica han de contribuir al conocimiento sobre el funcionamiento de este «ser humobile«, mitad humano, mitad móvil, en el que nos hemos convertido. Resulta necesaria, por lo tanto, una integración de estos elementos mucho más reflexiva, consciente de las ideologías que acompañan su popularización y desarrollo, así como de las implicaciones que se derivan de la centralización de los datos que generan en muy pocas compañías en todo el mundo. En este caso la virtud se encontraría incluso más allá de un uso responsable: con capacidad analítica, reflexiva y crítica.

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Caracteres. Estudios culturales y críticos de la esfera digital | ISSN: 2254-4496 | Salamanca