Vega Sánchez Aparicio (Universidad de Salamanca)
Montoya Juárez, Jesús. Narrativas del simulacro: videocultura, tecnología y literatura en Argentina y Uruguay. Editum, Ediciones de la Universidad de Murcia. 2013. 374 pág. 22€ |
El volumen que presentamos, Narrativas del simulacro: videocultura, tecnología y literatura en Argentina y Uruguay (2013), de Jesús Montoya, se adscribe a una nómina de trabajos cuya materia ahonda en los cambios desencadenados por la tecnología en la percepción del individuo. Si con Benjamin, como señala el autor, y como mostraremos más adelante, se inaugura una línea de pensamiento acerca de los medios de reproducción masiva vinculados al ámbito artístico, en las últimas décadas el corpus se ha visto incrementado debido al efecto de las tecnologías de la globalización, sirvan de ejemplo las consideraciones de Lev Manovich —en El lenguaje de los nuevos medios (2005) o en, su obra más reciente, El software toma el mando (2013)— o los aportes de José Luis Brea —en La era postmedia: acción comunicativa, prácticas (post)artísticas y dispositivos neomedievales (2002) o Cultura_RAM. Mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica (2007)—, entre otros. Aunque, según José Luis Molinuevo, el 11S desarticula, con su carácter de realidad fictiva, los discursos intelectuales posmodernos (Molinuevo, 2006: 25), la implosión mediática ha generado una serie de confrontaciones teóricas y artísticas que fluctúan entre el “nihilismo extático” y la “celebración acrítica” (Montoya, 2013: 66). De ahí que resulte necesario, y así lo confecciona el autor con acierto, una visión de continuum referida a estas disertaciones de lo real y lo ficcional.
La novedad del estudio de Jesús Montoya reside, por un lado, en la arqueología de esa incidencia desde “la estética, los estudios culturales, la retórica y la literatura” (Montoya, 2013: 183) y, por otro, en el análisis del concepto de simulacro, todo ello a partir de un representativo corpus textual acotado en el marco de las narrativas del Río de la Plata. En consecuencia, su estudio se convierte en una obra ineludible para la investigación de autores como Mario Levrero, César Aira, Rafael Courtoisie, Gabriel Peveroni, Sergio Bizzio o Andrés Neuman y, por ende, se amplia a otras propuestas dentro del paradigma del “sensorium simulacional” (Montoya, 2013), en sus propios términos. De hecho, resulta significativo el panorama de autores y obras que, bajo estas pautas, explora Francisca Noguerol (Noguerol, 2013: 22), con respecto a la literatura hispánica; textualidades que asimismo han sido examinadas por Montoya en trabajos paralelos y posteriores, tal es el caso de la obra de Edmundo Paz Soldán (Montoya 2007).
La propuesta bipartita de Narrativas del simulacro plantea, en primer lugar, una cartografía teórica que abarca desde la conciencia de crisis de lo visual, suscitada por la irrupción tecnológica en el siglo XIX, hasta los dictámenes a propósito de la llamada “segunda edad de los media” (Poster, 1995 en Montoya, 2013). Por tanto, es en este apartado donde Montoya realiza una lectura rigurosa de las teorías de la Modernidad y la Posmodernidad, centrada en las distintas visiones de la relación con los medios, y, más aún, donde toma una postura conciliadora que le permite desentrañar, con absoluta objetividad, dichas oposiciones. Así entendido, el autor valida las disposiciones teóricas de la Escuela de Frankfurt, precursoras en el cuestionamiento de la manipulación tecnológica, y de la figura de Benjamin, quien “propone diferentes modos de apropiación de lo masivo por parte de los objetos artísticos que tratan de construir un espacio híbrido de verosimilitud crítica” (33).
Este enfoque le otorga una mirada global del horizonte teórico, además de proporcionarle una continuidad en las líneas estéticas expuestas, no solo a la manera de un catálogo sino, y este es uno de los aspectos más significativos del estudio, como un proceso de aportes y diferencias. Si Debord sostiene que el espectáculo se ha instalado de forma irrefrenable en el ámbito social, esta desconfianza será básica para entender el “nihilismo radical” (41) de Baudrillard frente al simulacro; que, de igual modo, entronca con los posteriores planteamientos, más optimistas, de Vattimo. Ahora bien, como visibiliza Montoya, la tesis de este último carecería de fuerza sin las formulaciones anteriores de Lyotard, y su desengaño de los “relatos pretendidamente universales” (48), basada en la ficción del lenguaje científico señalada por Wittgenstein, y sin el planteamiento de la debilidad discursiva posmoderna de Jameson. Se percibe que, en el panorama filosófico anterior a los noventa, prevalece una convergencia de contradicciones que resultará fundamental en cuanto a la riqueza teórica de los discursos, de manera que el despliegue exhaustivo de Jesús Montoya deviene en una serie de matices esenciales a la hora de analizar el corpus textual.
Expuesta esta discusión, el autor presenta un cambio de perspectiva en las últimas décadas. De este modo, a partir de Mark Poster, Virilio o Žižek, los estudios culturales destacan la importancia de la realidad virtual y del ciberespacio como agentes de percepción de la propia realidad. El alcance de las tecnologías de la información ha transformado, en palabras de Montoya, “el sensorium simulacional” en “un espacio ‘real’ materializándose en lo ‘virtual’” y, por consiguiente “abandona el territorio de las metáforas” (84). Finalmente, y como cierre de este marco teórico, o de la búsqueda de una génesis del concepto de simulacro, el autor dedica el último apartado al debate de la Posmodernidad en América Latina. Apoyándose en el pensamiento de Nelly Richard, Beatriz Sarlo, Martín-Barbero o García Canclini, Montoya incide en una idea de hibridez propia de las características y del contexto político latinoamericano, no solo en las consideraciones de la teoría cultural, sino también en cuanto a la literatura, la tecnología y la cultura de masas, de ahí que subraye:
[…] los textos que vamos a leer, que, acogiéndonos a perspectivas de los diferentes críticos citados podríamos calificar de “híbridos”, tratan de inscribir un sentido político en la apropiación de las imágenes de los mass media y la tematización de la penetración de la tecnología, sentido que entronca con unas nuevas condiciones de producción y distribución de la literatura en unas tiempos complejos de Globalización. (90)/p>
Una vez acotado el concepto de simulacro, el autor delinea sus características dentro de la narrativa de Argentina y Uruguay. En este segundo propósito del estudio, recurre a un análisis interdisciplinar con el que plantea la lectura del corpus textual desde dos cuestiones básicas, y deudoras del panorama teórico anterior: la localización de los textos dentro del debate tecnológico y el sentido político de los mismos. Así, y con César Aira de autor bisagra, sitúa a Manuel Puig como el iniciador de la narrativa del simulacro y, en suma, toda la literatura posterior bajo el rótulo de “post-Puig” (111).
En un primer abordaje, a través de los textos de Puig, Mario Levrero y Ricardo Piglia, propone los correspondientes choques, dentro del territorio de lo literario, entre la alta cultura y la popular, entre el signo lingüístico y el visual y entre la palabra y la máquina. Si la obra del primero introduce la cultura de masas no en un sentido de repulsa sino de salida frívola y mitómana ante la hegemónica, tanto Levrero como Piglia representan, en términos de Montoya, la “nostalgia de lo real” (179) en un espacio donde el simulacro ya se encuentra instalado. Por ello, Levrero, para el autor, ofrece, con la écfrasis, la mirada a una realidad y a un pasado anulados por la simulación:
Las estrategias de uso de las formas masivas que se ponen en juego ponen de manifiesto una seducción por las formas menores y por las posibilidades estéticas de las tecnologías de la imagen, mas éstas transcriben en última instancia una oclusión de las posibilidades del individuo para apresar lo real, una denuncia del devenir simulacro de lo real. (130)
Esta nostalgia, o “ansia de real” (178) subyace, según Montoya, en la tecno-escritura propia de La ciudad ausente de Ricardo Piglia. En una línea próxima, pero actualizada o de respuesta, a La invención de Morel, de Bioy Casares, el autor califica el uso de la tecnología, en la postdictadura argentina, de “cómplice con el olvido” (179). Como se percibe, esta lectura esclarecedora y transversal de los tres autores en conjunto, le permite a Jesús Montoya, por un lado, mostrar analogías tanto ideológicas como teóricas en las narrativas mediáticas y, por otro, determinar el contexto en el que la obra de César Aira provoca un cambio de perspectiva frente al simulacro. A este respecto, señala Montoya: “la narrativa de Aira parece buscar un modo de hacer más real la realidad ‘televisualizando’ el verosímil, mediante la disolución del pacto realista” (197). Superado el desánimo que habían provocado las tecnologías de la imagen en los autores anteriores, Aira asume, sin dramatismos, la écfrasis como punto de acceso para representar lo real, rasgo que le procura el apelativo de “realismo del simulacro” (207), por parte de Montoya, uno de los aspectos más sobresalientes de su teoría.
Partiendo del abandono de esta nostalgia, Montoya dispone el corpus rioplatense, a partir de los noventa, desde dos lecturas o metáforas: una para los textos que subrayan “cómo lo delirante la imagen multimediática transforma el lenguaje narrativo o construye un verosímil inestable que traduce adecuadamente algo de la experiencia de lo cotidiano en nuestros días” (232) —realismos del simulacro— y otra para su reverso, una reconstrucción, con carácter distópico, de los restos de ese simulacro —arqueologías del presente (232)—. Aunque con cada una de las obras propuestas añadirá ciertos matices para justificar ambas perspectivas, estas no consisten en taxonomías excluyentes. Sin ánimo de detenernos en la nómina completa de autores, deben señalarse aportaciones relevantes de Montoya en su exposición de las propuestas.
Sin duda, la totalidad del corpus coincide en el aspecto de la acumulación. Como bien señalara Francisca Noguerol, en su ya citado trabajo, “las versiones absurdas —pero tremendamente hiperrealistas— de un suceso terminan alcanzando su sentido en un juego de ensamblaje donde alcanza un papel estelar el multiperspectivismo” (Noguerol 2013: 25). En este sentido, las obras indicadas optan por una amalgama de acciones, tramas, personajes, situaciones o espacios desde la que presentar un contexto cultural y social análogo a estas circunstancias, una hibridez que Montoya concebía para su estudio. Así, con respecto a Caras extrañas, de Rafael Courtoisie, el autor aprecia la estética del videoclip como reescritura de la violencia histórica; y algo similar ocurre con las novelas de Gabriela Bejerman, Dalia Rosetti y Mike Wilson Reginato, donde el sampleo y el reciclaje se convierten en recursos cardinales, según Montoya. Por supuesto, en el trabajo del autor tienen cabida, asimismo, los textos característicos de una sociedad globalizada y en conexión, como La vida en las ventanas, de Andrés Neuman, o El exilio según Nicolás, de Gabriel Peveroni, donde internet y las nuevas tecnologías añaden la angustia de la incomunicación o la identidad desterritorializada. En resumen, y así concluye el autor, el estudio de las obras más recientes de la narrativa rioplatense ofrece:
[…] un sensorium mediado por la tecnología de la comunicación audiovisual que se resuelve en universos ficcionales en los que los conceptos de realidad o realismo devienen inseparables de la reflexión por los procesos de simulación y espectacularización, y al mismo tiempo, por los procesos de lo popular y lo masivo devienen en elementos productivos y creativos. (330)
Como ha podido comprobarse, Narrativas del simulacro: videocultura, tecnología y literatura en Argentina y Uruguay es una obra capital, ya no solo dentro del ámbito literario sino también para el investigador interdisciplinar. El estudio de las narrativas de los medios que propone Montoya supera la simple descripción del simulacro, pues su escrutinio forja una teoría imprescindible para exámenes posteriores. No queda duda, por tanto, de que su detallado recorrido convierte al autor en un semionauta en busca de conexiones, tanto dentro como fuera de los textos, destinadas a formular un lúcido entramado teórico. Así, terminamos la presentación de esta obra con una reflexión de Rafael Cippolini que sintetiza la naturaleza del trabajo de Jesús Montoya:
Conceptualizar quiere decir determinar un objeto, o sea, fijar en la determinación de un corpus una serie de multiplicidades. De esto nace la gran diferencia con el crítico, que resulta ser quien describe una de las versiones de lo real en la emergencia sin distancias de su gusto […]. El crítico es inmediato en la ligereza de aquel que está en apuros. El teórico por el contrario, termina siendo un practicante de la lentitud. Aquel que mira el mundo con ojos tan fascinados como lentos. (Cippolini 110-11)
Bibliografía
Cippolini, Rafael (2007). Contagiosa paranoia. Buenos Aires: Interzona.
Molinuevo, José Luis (2006). La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales. Madrid: Biblioteca nueva.
Montoya Juárez, Jesús (2013). Narrativas del simulacro: videocultura, tecnología y literatura en Argentina y Uruguay. Murcia: Editum. Ediciones de la Universidad de Murcia.
Montoya Juárez, Jesús (2007). “La narrativa de Edmundo Paz Soldán o cómo llegamos a ser Sueños digitales”. TONOS digital, Revista electrónica de estudios filológicos 13. <http://www.um.es/tonosdigital/znum13/secciones/estudios_T_montoya.htm> (07-11-2014).
Noguerol, Francisca (2013). “Barroco frío: simulacro, ciencias duras, realismo histérico y fractalidad en la última narrativa en español”. Eds. Jesús Montoya Juárez y Ángel Esteban. Imágenes de la tecnología y la globalización en las narrativas hispánicas. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert. pp. 17-31.
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