Reseña: Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red, de Antonio Spadaro

Miriam Borham Puyal (Universidad de Salamanca)

Spadaro, Antonio. Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red. Herder. 2014. 192 pág. 17,80€

C.S. Lewis escribió en Mero Cristianismo que el ser humano anhela de manera innata aquello que transciende a este mundo, posee deseos que indican que se trata de un ser espiritual que no puede alcanzar la satisfacción absoluta en el mundo físico. Este anhelo de infinitud, de lo espiritual, le acompaña en todo lo que hace y le obliga una y otra vez a intentar superar lo que ya había experimentado, lo que ya había hecho, para intentar alcanzar lo que le elude, y que solo puede obtener reconociendo su naturaleza más allá de la carne. La conclusión es, pues, que podríamos hallar un impulso espiritual tras cada obra artística o logro deportivo, y, quizá más sorprendentemente, cada avance de la ciencia y de la tecnología. Y digo sorprendentemente porque la espiritualidad, y su manifestación en la teología, no suelen asociarse con la ciencia y la tecnología si no es para hablar de ellos como términos antagónicos y excluyentes.

Antonio Spadaro ofrece en su libro una lúcida reflexión sobre la relación entre la fe y la revolución digital que vivimos en nuestros días. Sin embargo, no se limita a constatar la presencia del cristianismo en la red –algo que solo evidenciaría una naturaleza parasitaria del mismo, una apropiación a posteriori−, sino que va un paso más allá y propone el concepto de ciberteología, una disciplina en la que podemos constatar que es posible un diálogo fluido entre la cibernética y la espiritualidad, la tecnología y la teología. Partiendo de definiciones anteriores de ciberteología como una teología en o para la red, enfocada especialmente en las herramientas de evangelización online o en la mera presencia de la fe en Internet, Spadaro propone llevar este concepto más allá, y entiende la ciberteología como “la inteligencia de la fe en tiempos de la red”, como una “reflexión sobre la pensabilidad de la fe a la luz de la lógica dela red” (44, 45). Es la era digital pensada desde la teología, desde la experiencia cristiana de la fe. En este sentido, la contribución de Spadaro es efectivamente original y necesaria para construir puentes de diálogo y reflexión acerca de esa pensabilidad. Además, Spadaro recalca que se trata de una doble vía de influencia. Al comienzo de su libro, Spadaro reflexiona sobre la esfera digital no como un área separada, sino como un contexto que afecta a todas las áreas de la experiencia humana. Si la espiritualidad es intrínseca al ser humano, la conclusión ineludible es que la influencia se extiende hasta la fe y la teología. Como explica al final del primer capítulo, “cada vez más internet contribuye a construir la identidad religiosa de las personas” (45). Esta afirmación es fácilmente constatable, ya que desde la existencia de periódicos como Protestante Digital o Religión Digital, ambos con concurridos foros, a las misas o servicios en red, pasando por estudios bíblicos realizados a través de Facebook, cualquiera puede vivir su fe online, adaptando su idea de comunidad e iglesia a ese espacio virtual, por ejemplo.

Esta modificación de nuestra identidad religiosa o espiritual es lo que Spadaro explora en el capítulo siguiente. En la sociedad de las respuestas inmediatas y de la sobreabundancia de información, es fácil que la búsqueda de conocimiento sea cada vez más fácil, pero que acarree también la necesidad de mayor discernimiento. Además, para Spadaro, esa inmediatez y la realidad de unos buscadores que se adaptan a nuestras exploraciones anteriores, supone el peligro de no buscar más allá de los primeros hits que aparezcan en Google, o de encerrarnos en un círculo cerrado en el que nos respondan lo que ya sabemos o lo que queremos oír (59). Nuestra fe entonces no se ve obligada a desarrollarse, a cuestionar los dogmas que cada uno tiene. Es más, para Spadaro la fe escapa a cualquier motor de búsqueda, es algo demasiado complejo para estar al mismo nivel que otras “mercancías” de la información (58). Spadaro argumenta bien su caso, aunque es posible afirmar lo mismo de cualquier disciplina en este entorno de sobreexposición a miles de hits y posibilidades, donde los nativos digitales buscan y procesan información de manera distinta a los inmigrantes digitales. Además, uno se pregunta si ese peligro no ha existido siempre; por supuesto, en menor medida debido a la cantidad de información disponible. ¿Si Lutero hubiera tenido acceso a Internet no hubiera reinterpretado el pasaje de Romanos que fundamentó la reformada sola Gratia, porque hubiera buscado entre miles de respuestas ordenadas de acuerdo a su popularidad –lo que en aquella época hubiera dado unos cuantos cientos de páginas reforzando la validez de las bulas, por poner un ejemplo? ¿O hubiera sido el resultado el mismo ya que también en aquella época fue capaz de ser crítico con la corriente mayoritaria? Quizá se trata sencillamente de tener fe en la constancia y la capacidad de análisis de los navegantes digitales, igual que hemos vivido con la esperanza de que no todos los lectores o investigadores se fueran a quedar con la primera teoría que leyeran en sus arcaicas fuentes de papel y microfichas.

Los capítulos siguientes del libro exploran características del entorno digital y su relación con principios teológicos, especialmente desde el punto de vista del catolicismo de Spadaro. La posibilidad de entablar una conversación, o una relación, con aquellos que no tengo cara a cara, o que no conozco en persona, crea la necesidad de redefinir el concepto de “prójimo”, con el peligro de matar al prójimo real si la presencia online de nuestros interlocutores suplanta la auténtica presencia física de aquellos cercanos a nosotros (65, 66), un peligro muchas veces ya expresado en estudios humanistas sobre las consecuencias de la revolución digital. También cambia el concepto de iglesia y de la comunidad. Spadaro reflexiona sobre las nuevas corrientes evangélicas en Estados Unidos, las iglesias basadas en pequeños grupos conectados por una autoridad colectiva, más que en una comunidad central con una autoridad vertical; iglesias líquidas o cambiantes más que sólidas (70, 74, 75). Spadaro retoma este tema en el capítulo quinto, esta vez centrándose en la liturgia y la experiencia de una “presencia virtual” en los sacramentos, comentado los casos de cibereucaristías o remote communions (122, 123). El capítulo cuatro analiza la ética hacker de crear y compartir, de exaltar el trabajo más allá de ética protestante del esfuerzo al “dominicalizar” los hackers los días laborables (95), llegando a afirmar que un hacker “persigue sus propias pasiones y vive de un esfuerzo creativo y un querer más que nunca tiene fin”, o que un hacker “sabe que su humanidad no puede realizarse con un tiempo organizado rígidamente, sino con el ritmo flexible de una creatividad que ha de constituir la pauta de un trabajo verdaderamente humano” (96). Aquí Spadaro se deja llevar por su entusiasmo y por una visión quizá demasiado utópica y poco argumentada, tanto desde el punto de vista de la simplista reducción de la ética protestante a la “bienaventuranza hecha trabajo” (96), como de la generalización de esa supuesta filosofía hacker. ¿Es acaso un hacker por definición más vocacional y creativo que un médico, un docente o un artista de un medio no digital?

A pesar de las ventajas que Spadaro reconoce a través de estos tres capítulos, también cuestiona la horizontalidad y la autorreferencialidad de la red, la falta de autoridad en la ética hacker, y remite a la necesidad de depender de la tradición y del Magisterio (87) y de vivir presencialmente los sacramentos (124). Spadaro habla de un “excedente cognitivo”, que no está regulado ni organizado; habla de una “teología open source” donde el código fuente de la revelación quedaría expuesta a “las formas más dispares de lectura, aplicación y presentación” (104); expone el miedo a la fluidez del texto online y establece la página como locus de resistencia de la iglesia frente a esa transformación que se obtiene con un click (140). Spadaro, muy relevantemente, contrapone lo inmutable a lo efímero, el Logos a la mera información, pero insiste demasiado en la idea de una autoridad que rescinda o controle algo necesariamente orgánico como es la red. La sensación que deja, por tanto, es que la red está más adaptada precisamente a teologías protestantes, donde impera el sola Scripta y la posibilidad de la interpretación personal, argumentada o discutida en foros o a través de otras comunidades virtuales, que a teologías basadas en estructuras verticales que requieren explicar las creencias a sus fieles.

Por último, el capítulo final cierra el círculo y nos lleva a la idea de una inteligencia colectiva, una inteligencia “distribuida por todas partes y en continuo crecimiento” (149). Partiendo de las teorías de Pierre Lévy y el concepto de noosfera de Teilhard de Chardin, Spadaro presenta la humanidad como una red conectiva donde Cristo es el impulso primero y el objetivo final, donde existe una creciente “integración y unificación” que será constante hasta el final de la historia (163). En este contexto, la comunicación tecnológica tiene un papel fundamental en la creación de una conciencia común, en un “cerebro” constituido por la interconexión de “otros cerebros pensantes” (157). Al reflexionar sobre las teorías teilhardianas, Spadaro llega a la conclusión de que es imposible pensar en la inteligencia desarrollada en la red sin considerar su dimensión teológica (154) o que “para pensar en la red y el impacto de las nuevas tecnologías en la vida del hombre, sirven categorías que solo el pensamiento teológico parece capaz de proporcionar” (165).

En definitiva, el libro de Spadaro plantea muchos interrogantes y sirve como punto de partida para interesantes reflexiones que requerirían más tiempo y espacio para desarrollarse por completo. Lo que parece cierto es que “el hombre en red expresa su voluntad de orar y hasta de tener una vida litúrgica” (146), que la espiritualidad del ser humano busca su expresión también en la esfera digital. También parece innegable que esa experiencia litúrgica está en proceso de transformación por la influencia de la revolución digital, y futuros trabajos deberán buscar nuevas respuestas a cómo las experiencias virtuales cambian nuestro concepto de la fe, de la iglesia y de la comunión.

Bibliografía

Spadaro, Antonio (2014). Ciberteología. Pensar el cristianamos en tiempos de la red. Madrid: Herder.

Caracteres vol.3 n1

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Caracteres. Estudios culturales y críticos de la esfera digital | ISSN: 2254-4496 | Salamanca