Vibraciones digitales. Una breve historia sobre los recursos electrónicos y digitales en la música

Digital Vibrations. A short story about electronic and digital resources in music

Pau Damià Riera Muñoz (Músico independiente)

Artículo recibido: 29-3-2012 | Artículo aceptado: 16-4-2012

ABSTRACT: In the last two decades, the music consumption habits have changed dramatically thanks to new technologies. Digital media recording and playback, with the Internet, have allowed everybody the access to a huge musical repertoire. On the other hand, music creation tools are changing very quickly, especially since in the early eighties musicians started to use MIDI programming standards. The use and abuse of musical creation and performance is growing thanks to digitization. What consequences bring these changes towards the public? And how these changes affect the industry professionals?
RESUMEN: En las últimas dos décadas, los hábitos de consumo musical han cambiado radicalmente gracias a las nuevas tecnologías. Los medios de grabación y reproducción digitales, junto a Internet, han permitido al público general el acceso a un vasto repertorio musical. Por otra parte, los sistemas de creación musical están cambiando muy rápidamente, especialmente desde que a principios de los años ochenta se empezaran a utilizar los estándares de programación MIDI. El uso y abuso de la creación e interpretación musical es cada vez mayor gracias a la digitalización de la misma. ¿Qué consecuencias traen estos cambios de cara al público consumidor? ¿Y cómo afectan estos cambios a los profesionales del sector?

KEYWORDS: music, midi, digitalization, authorship, electronic resources
PALABRAS CLAVE: música, midi, digitalización, autoría, recursos electrónicos

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La vinculación de la música a la electrónica y a los medios digitales se hace cada vez más patente. Y esto no sólo ocurre en las corrientes musicales más populares: rock, pop, jazz, todos los estilos y formas de música bailable (trance, dance, techno, house, electro, más un montón de anglicismos cuya explicación nos ocuparía un artículo entero por sí sola) y derivados. La música clásica, aquélla que algunos tanto se esfuerzan por defender como la ‘auténticamente culta’ (y digo yo, ¿acaso lo popular no es cultura?), también se ha visto afectada por el desmedido impacto de las herramientas digitales. Y no sólo en el aspecto interpretativo, instrumental o en lo que se refiere a los útiles de composición, en los cuales se ven los cambios sufridos de manera más evidente. Hay cambios mucho más sutiles que han ido produciéndose lentamente, pero sin pausa, en los últimos años y en los que a día de hoy, por su cotidianidad, ni pensamos.

A finales del siglo XX se nos dio la posibilidad de digitalizar toda nuestra música grabada, comprimirla y hacerla caber en un solo CD. Por otro lado, el auge de páginas web como YouTube, por ejemplo, nos ha dado la posibilidad de escuchar (y ver) vídeos musicales, conciertos, o asombrosos collages en los que imagen y música se aúnan con dudoso gusto… Y ya no hablemos sobre la entrada en el siglo XXI, en el que plataformas de venta digital como iTunes, o librerías musicales gratuitas o de pago (con ciertos privilegios en este último caso, como la ausencia de publicidad entre temas) como Spotify o Grooveshark han reducido la grabación en formato físico a un objeto anecdótico, casi de coleccionista. No me meteré a disertar sobre las descargas ilegales, ya que no lo creo conveniente para la ocasión, pero sin duda, la música de cualquier tipo está hoy más al alcance de todo el mundo que nunca.

Y la música clásica no ha sido menos en este aspecto, aunque es indudable que la producción de música popular es mucho mayor y destinada a un público más amplio. Por otra parte, cualquier profesional o aficionado puede comprarse en la tienda de la esquina una grabadora digital (por un precio bastante asequible) con la cual hacer producciones caseras de una calidad más que aceptable, grabar una interpretación con su instrumento o con su grupo en el salón de su casa, ‘arreglar’ un poquito la toma con herramientas informáticas de edición y producción musical y, acto seguido, subir la grabación a Internet. A día de hoy, plataformas virtuales como MySpace, Goear, Jamendo o Bandcamp permiten al músico subir fácil y gratuitamente sus obras a la red, e incluso ponerlas a la venta (como es el caso de Bandcamp) sin ningún intermediario de por medio. De esta manera, el acercamiento al gran público es mucho más sencillo y directo, aparentemente.

El problema es que con la democratización del espacio virtual, todo el mundo se apunta al carro de subir su música a la red, y eso confunde aún más al público, si cabe, en un mercado más que saturado. Al final, la masa crítica del público no iniciado en los fundamentos básicos del buen gusto se deja recomendar por programas de radio, páginas web, televisión, publicaciones ‘especializadas’, etc. Y esto, como ya sabemos, no siempre da los mejores resultados, ya que estos medios suelen depender de lo que dictamina el mercado. Y al mercado poco le importa la educación estética de la audiencia.

En el sector profesional, los cambios se han sucedido sin pausa desde que la informática y la electrónica tomaron las riendas de la producción y composición musical, así como desde que los instrumentos electrónicos se convirtieron en herramientas de uso común para los intérpretes. Es cierto que los sintetizadores de ondas comenzaron ya a utilizarse durante las primeras décadas del siglo XX, como es el caso de las ondas Martenot, instrumento construido por el compositor, ingeniero y violoncelista Maurice Martenot en 1928 y muy utilizado por compositores de la primera mitad del siglo XX, especialmente Olivier Messiaen. De hecho, la Sinfonía Turangalila de este mismo autor es una de las obras caudales dentro del repertorio de dicho instrumento, así como una de las obras más importantes dentro de la música francesa del siglo XX. En el minuto 1:22 del siguiente vídeo podemos ver las ondas Martenot en acción dentro del primer movimiento de la mentada sinfonía. Pero, aún así, cabe decir que no fue hasta pasada la mitad de siglo, especialmente durante los años setenta y ochenta, que los instrumentos electrónicos (sobre todo teclados, sintetizadores y órganos) alcanzaron su esplendor.

Por aquel entonces, instrumentos electrónicos y sintetizadores habían dejado su lugar preeminente en el Olimpo de la música clásica contemporánea y habían pasado a formar parte de corrientes quizás no tan elitistas, pero de mayor proyección comercial. Los grupos de música popular comenzaron a utilizar en masa teclados, órganos y sintetizadores electrónicos, eligiendo los modelos según las prestaciones de cada uno, para adaptar éstas al estilo que cada uno de ellos interpretaba. De esta manera, cada marca desarrolló durante las décadas de los setenta y, sobre todo, los ochenta gran cantidad de modelos, cada uno de ellos con unas características muy definidas, enfocados muchas veces a un estilo de música en concreto. Por ejemplo, la marca japonesa Korg se ha asociado durante mucho tiempo a ciertos estilos de música electrónica bailable, así como a algunas vertientes del techno-pop, estilo mixto bailable y de melodías pegadizas que inundarían las pistas de baile de medio mundo durante la década de los ochenta.

También en esas décadas, o incluso un poquito antes (hacia mediados de los años sesenta), comenzaron a surgir los primeros sintetizadores modulares, formados por diferentes osciladores, filtros y efectos montados por módulos, hasta formar auténticas bestias instrumentales que podían imitar casi cualquier sonido real, e incluso crear sonidos nuevos. Gracias al uso de estos titanes electrónicos, comenzaron a crearse obras de carácter ‘sinfónico’ únicamente con sintetizadores. Algunos autores de esta nuevo tendencia a caballo entre la música clásica y la música popular fueron Vangelis, Wendy Carlos o Jean-Michel Jarre, auténticos virtuosos de los teclados y sintetizadores del momento.

Pero a medida que nos acercábamos a los años noventa, los sintetizadores y teclados electrónicos cada vez fueron más de uso común. Y cada vez más se construyeron de manera que hasta los no iniciados pudieran utilizar fácilmente sus propiedades de emulación sonora y sus efectos. De esta manera, cualquier hijo de vecino podía emular a sus ídolos del pop con teclados que, además, incluían bases rítmicas y acompañamientos, sustituyendo en parte a las cajas de ritmos (percusiones electrónicas programables) que se llevaban utilizando desde hacía dos décadas. Además, poco a poco los teclados electrónicos fueron integrando ingentes colecciones de samplers (grabaciones digitalizadas de sonidos concretos o de notas de un instrumento musical que se reproducen mediante un teclado o cualquier otro dispositivo electrónico que sirva de conmutador) en la creciente memoria digital de tales aparejos, por lo que la síntesis sonora acabó relegándose a un segundo plano. De esta manera, el virtuosismo asociado al uso de sintetizadores analógicos fue perdiéndose poco a poco, hasta caer prácticamente en el olvido.

Por otra parte, hubo un acontecimiento a principios de los años ochenta que cambiaría la manera de concebir la música creada con instrumentos electrónicos tal y como se conocía hasta el momento: el nacimiento del MIDI (Musical Instruments Digital Interface, o Interfaz Digital de Instrumentos Musicales). El estándar MIDI digitaliza todo el contenido musical de una obra y permite reproducirlo mediante instrumentos electrónicos. Se trata de un código informático que registra y reproduce toda la información referente a las notas musicales, distribuyendo éstas en pistas independientes dependiendo de los instrumentos que estemos utilizando. La información incluye, básicamente, la altura de las notas y la velocidad de las mismas, aunque en los códigos actuales puede incluirse información sobre aspectos más sutiles del sonido, como la velocidad de ataque y final de la nota, el timbre de la misma o, incluso, algunos efectos añadidos (como diferentes filtros de reverberación o eco, por poner un ejemplo).

De esta manera, desde los años ochenta hasta hoy día el MIDI se ha ido instaurando por derecho propio como la herramienta más importante de creación y producción musical, tanto a nivel profesional como amateur. Gracias al uso del MIDI, el compositor o productor musical (cada vez más, estos dos términos acabarán por confundirse) podrá controlar todo el proceso creativo desde el inicio hasta el momento de la reproducción y grabación de un tema musical, dado que el uso de herramientas digitales, sintetizadores y samplers nos permite prescindir del intérprete (o los intérpretes) en el estadio final de la producción del tema, esto es, la reproducción del mismo con instrumentos reales. Con un ordenador, un módulo MIDI y uno o varios dispositivos electrónicos conectados a aquél, podemos llegar a emular una obra sinfónica clásica, o cualquier forma de música popular sin dificultad alguna y con más precisión y perfección que la que ningún intérprete pueda llegar a darnos.

Durante las últimas dos décadas, las herramientas digitales han crecido en calidad y prestaciones, hasta llegar a poder tener dentro de una computadora todo un estudio de composición y producción musical gracias a las nuevas Estaciones de Trabajo de Audio Digital (Digital Audio Workstation, o DAW). Con programas como Logic o Cubase, por citar dos de los más utilizados, podemos aunar nuestras herramientas digitales de composición y producción y crear temas musicales utilizando únicamente nuestro ordenador. Por supuesto, los costes de producción se ven considerablemente reducidos, ya que cualquiera puede disponer de un estudio profesional (o casi) en una de las habitaciones de su hogar. De hecho, programas como los antes citados nos permiten incluir no sólo sintetizadores o samplers, sino que nos dan la posibilidad de conectar micrófonos o instrumentos directamente a nuestro ordenador y grabarlos en tiempo real, pudiendo luego mezclar estas grabaciones con instrumentos generados por software, así como utilizar diferentes efectos asignados a cada pista por separado o a la mezcla final, según nuestras necesidades.

Así, la democratización digital ha llegado también al sector de la música. Cualquiera con un poco de oído y unos mínimos conocimientos de informática puede llegar a componer y producir un tema musical desde cero, prescindiendo totalmente de los intérpretes y de los instrumentos musicales. De hecho, las bandas sonoras de muchas películas se están desarrollando ya parcial o completamente por ordenador. Está claro que esto abarata mucho los costes de producción, y ha ayudado a que muchos compositores y productores musicales puedan acceder más fácilmente a trabajos a los cuales antes sólo podían llegar aquéllos que tuvieran el dinero suficiente para invertir en un estudio de producción profesional. Pero, por otra parte, ha dejado el campo profesional abierto a invasores de otras especialidades que, con más o menos suerte, se están metiendo en el mundo de la composición y la interpretación musical a veces sin apenas conocimientos previos en la materia. La situación que vivimos los intérpretes y compositores de música, hoy día, por una parte nos favorece profesionalmente, ya que las herramientas digitales nos han facilitado mucho el trabajo. Sin embargo, por otra parte nos resulta perniciosa, dado que las mismas herramientas nos están dejando sin trabajo…

Es momento de que las profesiones asociadas al arte musical se renueven desde la base: la música electrónica y digital nos cierra unas puertas, pero nos abre un campo infinito de posibilidades. La pregunta es: ¿estamos los artistas dispuestos a asumir tales cambios? Sin duda, la magia del directo no se perderá nunca, y eso hará que los intérpretes sigan teniendo trabajo. De la misma manera, la grabación con instrumentos musicales reales siempre tendrá una frescura que, de momento, es imposible conseguir con instrumentos virtuales, sean éstos sintetizadores o samplers. Pero lo que es indudable es que debemos de aprender a convivir y a compartir nuestro espacio profesional con las formas de creación digital, y esto es algo a lo que no todo el mundo está dispuesto, dado que nuestro arte, como muchos otros, aún está muy marcado por la tradición escolástica y por las opiniones estéticas de algunos eruditos estancados en los cánones de hace más de medio siglo.

Caracteres nº1

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Caracteres. Estudios culturales y críticos de la esfera digital | ISSN: 2254-4496 | Salamanca