Reseña: Elogio del texto digital, de José Manuel Lucía Megías

Sheila Lucas Lastra (Universidad de Salamanca)

Lucía Megías, José Manuel. Elogio del texto digital. Fórcola. 2012. 148 pág. 14,50 €.

Si bien el último trabajo de José Manuel Lucía[1], recientemente publicado por Fórcola, se titula Elogio del texto digital, ni se queda exclusivamente en los márgenes del texto, ni se trata en puridad de un elogio. Más bien podríamos describirlo como un análisis del contexto y el desarrollo del texto digital, del que el “elogio” es solo un aspecto –y el título de uno de sus capítulos-. Cierto es, por otra parte, que contiene una crítica clara y firme de los discursos apocalípticos que han caracterizado la recepción en los últimos años, pero lo hace sin caer (y esto forma parte de nuestro elogio del Elogio) en el extremo opuesto de lo apologético.

Más acertadas son las expectativas que genera el subtítulo acerca de “claves de interpretación”, y el prólogo de Javier Celaya, tanto en lo que se refiere al tono: “aporta una mirada sosegada sobre las transformaciones que han tenido lugar en el mundo del libro a lo largo de su historia” (2012: 5), como en el cambio de la apología por el “quitamiedos” como voluntad fundamental: “su lectura ayuda a reflexionar, a despejar temores y a asumir una mentalidad de innovación para romper esquemas con el fin de descifrar el nuevo paradigma” (7).

Ya en el capítulo introductorio plantea Lucía los sentimientos encontrados que despiertan los nuevos medios, recurriendo al espejo de aparición del códice y el problema de la ruptura de la continuidad lectora como clave de la costumbre: “Medios que son una incógnita cuando aparecen, que reúnen a su alrededor miedos y entusiasmos en las mismas proporciones, que ven en ellos novedades y ventajas, al tiempo que siguen, inevitablemente, usos y costumbres propios de los medios anteriores” (Lucía, 2012: 13).

El miedo a lo desconocido y el rechazo inicial, los frágiles momentos de transición en que la sociedad se debate entre la innovación y el mantenimiento de los medios anteriores, son ideas que recorren todo el “hilo de Ariadna” (título de otro de los capítulos que podría haber sido un buen título general) de esta reflexión. Una historia de la transición, del vaivén entre el traslado prudente de modelos ya ensayados y la innovación a partir de las necesidades y las posibilidades de satisfacción que crean los nuevos entornos.

En este sentido, se describe el panorama actual como “una primera fase de la definición y difusión del texto digital, en la que se ha primado la acumulación de información” que debería conducirse, y aquí radica el sentido de este libro como elogio o “quitamiedos”, a una segunda fase en la que se permita a los avances tecnológicos crear nuevos modelos de difusión y arquitecturas de participación “que vayan más allá de las cifras y del número de objetos digitales almacenados” (Lucía, 2012: 117) .

Una trama construida a través del juego de espejos que brindan este y otros momentos de transición en la historia del texto, orquestados en un patrón recurrente que va de los visionarios, las ideas (Vannevar Bush y Memex, Ted Nelson y Xanadú, el propio Lucía a propósito de las plataformas de conocimiento) y el recorrido por la evolución de las tecnologías –en un vaivén del control, la jerarquía casi sagrada, a la simplificación y la universalización– hasta la implementación, la realización en aplicaciones concretas, hitos con fecha y nombre propio (Apple, 3W, Google, Amazon, Facebook). Un mismo patrón que permite poner la historia del texto en paralelo con la de las nuevas tecnologías y hacerlas coincidir en la aún breve historia de las humanidades digitales.

Respecto a la primera de estas tecnologías, la de la escritura, se hace un recorrido que comienza (un poco demasiado atrás, podrían objetar algunos lectores despistados por las promesas del título) en la escritura cuneiforme mesopotámica, y avanza hasta las inscripciones griegas en piezas funerarias de arcilla como medio de conservación sagrada y haciendo primar la perdurabilidad, la atemporalidad “su capacidad para ser ‘archivo de la memoria’” (Lucía, 2012: 26), precisamente el primer uso que se atribuirá al ordenador (prefigurado en el escritorio Memex), y precisamente la esencia de las primeras implementaciones en el seno de las humanidades digitales: las bibliotecas virtuales patrimoniales.

De la vocación casi mística de permanencia a la multiplicación a través del papiro, la simplificación del aprendizaje que introducirán el cálamo griego y la inserción de las vocales en el alfabeto. Simplificación que en la tecnología informática marcará el paso de la industria al usuario particular, de la complejidad del procesamiento matemático a la ilusión del objeto cotidiano (IGU), y en las implementaciones, la transición de un acceso controlado al objeto impreso a la democratización de la información digital: “nuevas posibilidades de comunicación que ofrece la Red, unas posibilidades que van en contra de uno de los principios que explica el éxito de la imprenta como medio de transmisión: el control y la censura de lo publicado, de lo difundido” (Lucía, 2012: 24).

La aparente demora en la descripción de este recorrido refuerza la impresión de inmovilismo y el contraste con la bienvenida oportunidad de un cambio profundo: “una segunda textualidad, la primera vez en que la tecnología de la escritura va a sufrir una transformación desde que fuera ideada y difundida desde Grecia a partir del siglo VIII a. de C. en la cultura occidental” (Lucía, 2012: 36).

Contrasta y paradójicamente se acerca, en este sentido, a la oralidad, que vivió un cambio de ciclo ya en el siglo XX con el auge de los medios audiovisuales, y con la que se encuentra el entorno digital en una tercera vuelta, al incorporar este características básicas de aquella –la “mística de la participación” y la concentración en el presente–, sumándolas en una suerte de crisol de los nuevos tiempos a otras fundamentales del texto escrito, como la acumulación y la permanencia, esto es, la voluntad de archivo. Se pone así en relación la complejidad de lo oral (escritura y vocalización) con la complejidad del texto digital (capas de información), y se recupera, frente al enmudecimiento progresivo del lector, su intervención directa, en un movimiento de vaivén que enlaza con la autoría difusa del texto oral, base de su continua transformación.

Otro de los motivos recurrentes, de los hilos del entramado de este Elogio es la desautorización de tópicos, desde la mera vocación acumulativa de la biblioteca de Alejandría, pasando por la supuesta revolución de la imprenta, hasta la muerte del libro augurada por la emergencia de lo digital.

En este sentido, se pone en entredicho la comparación de la aparición de la imprenta en el siglo XV con el desarrollo actual de la tecnología informática, y, especialmente, la idea de que, de la misma forma que aquella provocó el abandono del códice manuscrito, supuestamente provocará esta la desaparición del libro impreso. Se insiste, por el contrario, en que lo que nació con la imprenta y ve ahora “amenazado su monopolio” (Lucía, 2012: 15) no es otra cosa que la industria editorial generada en torno a ella.

De la misma forma, es producto de una mistificación intencionada la identificación del libro (el medio, el continente) con el texto (la obra, el contenido), libro que, además del vehículo de transmisión del texto, es un “producto editorial” dotado de una serie de características externas dirigidas a incrementar los beneficios comerciales y, por tanto, “el producto que hay que preservar para que siga (entonces y ahora) produciendo los máximos beneficios en el menor tiempo posible” (Lucía, 2012: 18).

Abríamos esta reflexión apuntando que lo que se plantea como “una pequeña parada para volver la vista atrás, para rescatar en este elogio del texto digital a algunos de sus precursores” (43) es en realidad el verdadero sentido del libro: la contextualización de la nueva textualidad digital, más que una defensa apasionada del modelo en sí.

En el juego de espejos que anima esta contextualización, el Memex de Vannevar Bush (1945) enlaza en su vocación de apéndice de la memoria con los motivos que dan lugar a la escritura, y se refleja amplificado en el espejo de la actualidad de las redes: “ante la ingente cantidad de información que ¡en 1945! debe manejar cualquier científico, necesario crear nuevas herramientas de almacenaje, relación y recuperabilidad” (Lucía, 2012: 45).

Y en el movimiento de vaivén, establecen la frontera del cambio, por un lado, los puentes que se crean entre la nueva realidad y la existente, que llevan al concepto de “escritorio virtual” –y llegarán a la IGU ideada en el Xerox Park– y, por otro, las nuevas posibilidades, centradas en el modo de “potenciar el modelo básico de pensamiento de la mente: la relación, la asociación automática y recuperable” (Lucía, 2012: 48) que nos llevará a lo que hoy constituyen los enlaces.

En ese hilo de Ariadna, se pasa de las ideas a las implementaciones, a través de hitos, en una  evolución que tiene como objetivo el desplazamiento del mercado desde las grandes corporaciones al usuario; esto es,  la democratización de la tecnología de la que ya se había hablado a propósito de la escritura griega, en un proceso que irá del Altair 8800 y el MS-DOS al Mac y a Windows; que superará las expectativas de los visionarios con la 3W y el paso de la conexión de ordenadores a la información compartida, “uno de los motores de la universalización de la tecnología informática” (Lucía, 2012: 62).

El mismo esquema sigue la exposición del desarrollo de las humanidades digitales, que recoge las dos primeras desde su definición como “espacio científico en que las tecnologías digitales e informáticas permiten a las humanidades adentrarse en campos, análisis y corpus impensables en un medio analógico, tal y como se ha difundido nuestra cultura gracias a la tecnología de la escritura” (Lucía, 2012: 71).

A propósito de los precursores del humanismo digital –Roberto Busa y el Index Thomisticus, Ted Nelson y Xanadú–, se destaca el paso del aspecto tecnológico del sueño de Vannevar Bush al aspecto conceptual, una nueva forma de acercarse al conocimiento siguiendo los modelos de relación de la información del cerebro, los llamados “itinerarios de lectura”. Será este modelo el que sustente el eterno proyecto Xanadú, espejo de la Red en el entorno humanístico, y que concibe el conjunto de la literatura de la humanidad como un documento global, relacionado con enlaces. Y será este modelo el que nos coloque en la gestación del hipertexto, cuyo carácter no secuencial –frente al texto escrito transmitido en el impreso– recuperará las posibilidades de transformación  e interacción del texto oral. Y si del Memex se llega al ordenador, la tecnología será aquí la de los lectores electrónicos y dispositivos relacionados, más o menos exitosos, más o menos revolucionarios: del fracaso de los primeros e-readers a las tablets como un paso más allá en la generación de modelos textuales…

Es el apartado de las implementaciones en humanidades digitales el que concentra la crítica de Lucía, más rotunda sin duda que el elogio que da título al libro, de las instituciones que debieran estar impulsando los cambios y se mantienen, bien a la sombra, bien en una actitud claramente defensiva: la industria editorial, el sector público y las instituciones académicas.

Por un lado, una industria editorial anclada en sus modos tradicionales de negocio, amparada en la identificación engañosa de la caída de un modelo industrial con la caída de la cultura a la que ha servido de vehículo unos pocos siglos. Un “posicionamiento estratégico que muestra la falta real de confianza en el medio digital” (Lucía, 2012: 82), una actitud “de defensa y contención” de la que Libranda, como transposición al entorno digital del mismo entramado empresarial que funcionaba en formato analógico, es un claro ejemplo. Y así, en un momento en el que los tropiezos y atropellos de la ley Sinde o Sinde-Wert siguen dejando al descubierto la indefensión tanto de la creación como del acceso a la cultura en la Red, se plantea la piratería como respuesta a un modelo de negocio erróneo, condicionado por la escasez de la oferta y la desmesura en los precios.

Por otro lado,  la focalización de la inversión pública en proyectos de acumulación y preservación, la burbuja de la digitalización patrimonial. Una falsa impresión de novedad, que una vez más prolonga en el nuevo medio el objeto acomodado en el medio anterior. La balanza de la inversión se vuelca en proyectos a favor del acopio desmedido de testimonios, invocando al falso espíritu de Alejandría, “canto de sirena de la acumulación, como si cantidad fuera sinónimo de conocimiento” (Lucía, 2012: 98), y “dejando a un lado aquellos otros que tienen como finalidad la difusión de los textos y la incorporación de herramientas que permitan su estudio y análisis: las bibliotecas textuales” (Lucía, 2012: 102).

A esto se suma el atraso en el entorno académico, una red de universidades al margen de los avances, fracasados sus tenues intentos de vivificación de las humanidades digitales: “la Tecnología de la Información y del Conocimiento ha quedado fuera de los campus universitarios” (Lucía, 2012: 123). La inversión en bibliotecas digitales virtuales agosta el impulso inicial hacia las bibliotecas digitales textuales y su promesa de una nueva dimensión del análisis crítico de textos, verdadera esencia de la biblioteca de Alejandría.

En el entorno académico, el que debería ser motor de la innovación, centra Lucía la necesidad de replantear los objetivos de una nueva biblioteca digital que sea capaz de responder a las necesidades de los usuarios:

Además de todos los materiales digitalizados y las herramientas de software social –propias de la Biblioteca 2.0-, una biblioteca digital universitaria debería dar un paso más allá para convertir el conjunto de materiales y utilidades en una unidad hipertextual, es decir, un espacio donde todo el material esté interrelacionado, para así hacer de estas utilidades una “plataforma de conocimiento”, adaptada a las necesidades de cada tipo de usuario (Lucía, 2012: 130).

Estas “plataformas de conocimiento” constituyen el centro en torno al que Lucía desarrolla su propia visión –espejo de las prefiguraciones de Memex o Xanadú–, un “medio global para la creación, conservación, difusión, interacción con los textos” (Lucía, 2012: 122) que potencie las ventajas del nuevo entorno: hipertextualidad (abanico de soluciones para dar cuenta de la complejidad en la génesis, transmisión y recepción de los textos),  hipermedialidad (integración de medios mediante enlaces electrónicos), e interactividad (posibilidades del usuario de influir en la expresión textual). Se recupera, de este modo, el papel del receptor activo, uno de los principios básicos de la oralidad y pilar fundamental de la nueva arquitectura de la participación: la web 2.0.

La oportunidad del hipertexto como forma de creación de conocimiento centra, precisamente, el capítulo que da título al libro. Una reflexión imprescindible sobre qué es realmente el texto digital, si bien quizá demasiado adelantado el texto y con demasiado poco detenimiento, teniendo en cuenta que ha sido una de las grandes fuentes de error en los últimos tiempos, y acicate para la promoción de una falsa modernidad desde las instituciones públicas.

Pasos que van desde la mera fotografía del objeto (fin de los grandes proyectos de biblioteca virtual), y el texto de producción digital en procesadores de texto, preparado para su impresión (traslado de convenciones del libro, página como unidad de referencia, etc.), hasta el verdadero texto digital, el texto líquido, con vocación universal en acceso y difusión (código abierto que favorece la interoperabilidad, la pluralidad de medios de reproducción).

Se trata del elogio moderado y sensato de un nuevo modelo de textualidad que aúna aspectos esenciales de la escritura (conservación), y la oralidad (interacción), que renuncia a emular el medio analógico y se centra en explorar las nuevas oportunidades: del impreso cerrado, de la opción parcial, al hipertexto, caleidoscopio de su propia transmisión y su relación con otros textos, que da cabida a la reconstrucción crítica y permite el enriquecimiento continuo con un lector revitalizado: etiquetado social, archivo e intercambio de lecturas, etc.

Anuncia el prólogo de Javier Celaya que “el libro deja de manera intencionada muchos interrogantes sin respuesta” (Lucía, 2012: 7), y ciertamente son frecuentes los cierres de capítulo o sección en forma de pregunta. Sin embargo, cabría plantearse hasta qué punto carecen de respuesta estos interrogantes o, más bien, se responden a sí mismos como conclusiones que requieren, para acentuar su fuerza, la colaboración del lector:

¿Acaso los miedos de la industria editorial a un cambio en su modelo de negocio debe limitar nuestras indagaciones sobre los nuevos modos de creación, conservación y difusión de la información y del conocimiento que ofrece el texto digital, representante de una nueva oralidad (la tercera) y, seguramente, de una nueva textualidad (la segunda)? (Lucía, 2012: 37)

[…]

¿Acaso no ha llegado el momento de tomar impulso y pensar en nuevas posibilidades de difusión y conservación de los textos donde se recupere alguno de los principios de la oralidad, que preconizaba la necesidad de un diálogo entre el texto y el lector como principio del conocimiento? (Lucía, 2012: 107)

En resumen, ofrece este Elogio del texto digital un panorama amplio, riguroso y una lectura amena, accesible al no iniciado, de los entornos del texto, de sus modos de difusión y recepción a lo largo de la historia.

La dificultad de acceder a toda la información existente, de reunir el conocimiento, ha sido uno de los motores de la expansión de las tecnologías en torno al texto y una de las claves del nacimiento del texto digital. Si bien parece claro, según Lucía, que en breve “seremos testigos de grandes cambios en los modelos de negocio”, tendremos que confiar al largo plazo los “cambios en la configuración textual, el desarrollo y la difusión de nuevas modalidades textuales de creación” (Lucía, 2012: 140).

El camino que nos conduce al temido minotauro, al monstruo de lo desconocido, implica un recurrente sueño de futuro, la propuesta de alternativas de uso a ciertas tecnologías existentes y, finalmente, la oportunidad de respuestas nuevas que permitan el aprovechamiento directo de las nuevas posibilidades: el cambio de paradigma. En medio es donde “hemos de situar el sueño de nuevos modelos de interaccionar con los textos” (Lucía, 2012: 140), que tienen cabida en este texto y en la realidad que lo anima, de forma paralela a todas las barreras creadas por el rechazo del cambio: “una buena radiografía de nuestros miedos, de nuestras limitaciones, de los muros que seguimos levantando ante las innovaciones y que nos impiden ver más allá del presente” (Lucía, 2012: 76).

Una crítica firme del inmovilismo: “un mundo improbable si nos mantenemos firmes en las políticas de digitalización actual, en el rechazo de la industria editorial a explorar este campo, en el silencio dentro de las universidades y los centros de investigación, donde no hay una verdadera relación entre los adelantes tecnológicos y su aplicación real en la creación de nuevos modelos de difusión, de conservación, de conocimiento” (Lucía, 2012: 137) y la llamada a una apuesta decidida por la innovación.

Como concluye Lucía, “la tecnología está ahí, el conocimiento también… tan sólo queda la voluntad política y académica para convertirlo en una realidad” (Lucía, 2012: 133).

Y vencer al minotauro.

 

Bibliografía

Lucía Megías, José Manuel (2012). Elogio del texto digital. Claves para interpretar el nuevo paradigma. Madrid: Fórcola.


Caracteres nº1

· Descargar el vol. 1 nº1 de Caracteres como PDF.

· Descargar esta reseña como PDF.

· Regresar al índice de la edición web.

Notas:    (↵ regresa al texto)

  1. José Manuel Lucía Megías es miembro del consejo editorial de la revista Caracteres [nota de los editores].

Caracteres. Estudios culturales y críticos de la esfera digital | ISSN: 2254-4496 | Salamanca