Poetas más allá del libro

Noelia López Souto (Universidad de Salamanca)
“Think out of the book”: Eugenio Tisselli confiesa repetirse estas palabras a la hora de crear literatura electrónica, la cual procura alejarse no solo del libro como objeto, sino como metáfora de un sistema académico-científico de conocimiento. Afirma Tisselli que esa literatura vive dentro del propio medio electrónico, sin libro, y reclama para esas creaciones digitales un estudio interdisciplinar propio, autónomo. Sostiene, en cambio, Fernando Díaz de San Miguel que el verdadero poeta –si este existe– piensa en libro, sea en digital o en papel.[1] ¿Quién se equivoca?
Ambos autores contemporáneos aciertan al poner su atención sobre el libro en tanto que soporte y asimismo molde conceptual distribuidor e integrador de ciertos contenidos literarios, cuyos discursos poéticos o narrativos vienen condicionados por él de modo inevitable. A fin de cuentas, el significado primigenio de ‘libro’ remite a una unidad estructuradora de una cierta obra, como también los capítulos o partes de un escrito. Si bien demuestran posturas enfrentadas, los dos poetas hablan, no obstante, de tipologías literarias que cabe distinguir: en relación con la poesía actual, estas se traducirían en el binomio poesía digital y poesía en formato digital o en red. El presente artículo centra su atención solo en esta última modalidad porque en él se pretende reflexionar en torno al libro; el soporte natural del primer tipo, por el contrario, es la red con todas sus dinámicas, estrategias y potencialidades, las cuales han llegado a configurar una poesía nueva muy diferente.
Pero existe asimismo un novedoso fenómeno que afecta a toda la poesía contemporánea no digital. Blogs, Twitter, Tumblr, Snapchat, YouTube, Facebook, Instagram… e incluso el asfalto de una calle, unas papeletas distribuidas aleatoriamente por la ciudad o una parte visible del cuerpo; el soporte elegido consciente y voluntariamente por los autores de la nueva poesía –a menudo joven– traspasa los límites estables y particulares del libro para salir ella misma a la búsqueda de lectores-espectadores y darse a conocer. Sin duda, la inmediata llegada al público resulta un bien muy codiciado y determinante para esta nueva creación poética actual, sedienta de escaparates en los que proyectarse: esto es, a través de las redes sociales, de espacios en internet o de la misma ciudad (recitales o micros abiertos, pintadas o graffiti sobre el atrezzo urbano, tatuajes o performance, distribución de versos…). Pero esta variación del soporte, corpóreo o inmaterial, no afecta tanto al mensaje –su forma– como al proceso de comunicación en sí mismo, instrumentalizado al servicio del creador y de su obra. Con frecuencia Jorge Guillén se preguntaba qué sería de él cuando fuese un poeta del siglo pasado.[2] No obstante, desde entonces el sistema de la poesía no ha cambiado tanto como puede parecer; más bien se ha hiperdimensionado y acelerado. Hace veinte años, incluso noventa o más, los poetas iban a las tertulias en el café-teatro; hoy, en cambio, acuden a internet. Ahora apremia la rapidez y la cantidad: todos, sin excepción, podemos llegar a millones de lectores de todo el mundo en apenas unas horas. Los poetas utilizan la red, pues, para darse a conocer más allá del ámbito local, para interactuar con su público y retroalimentar sus textos, a veces también para calmar egos y, por supuesto, para tratar de acumular un caudal de likes, followers, blogonautas, tuiteros, etc. con el que equiparse y retratarse de cara a la galería. Esta mochila de seguidores constituye el capital medida de su popularidad, indicador clave en un momento en el que editores y público atienden a las redes en mayor o menor grado. No se trata de un mero concurso de fama, pero en buena medida los internautas influyen en la dinámica de mercado de la poesía actual y atraen la atención del sector editorial, que observa a las redes para capturar, comprar y transformar ese capital incorpóreo de likes, rentable en tanto que clientes o lectores potenciales de un futuro libro: o sea, una variante actualizada de los (en otros tiempos) suscriptores de una edición. La editorial, por consiguiente, tiene el poder de convertir espectrales likes en trascendencia estable y canónica. El poeta en red, perdido en el fluido democrático e inabarcable de internet, sin filtros de calidad ni de cantidad, en ese momento es conquistado por el Libro y consigue, de ese modo, entrar en el mercado literario oficial, en el sistema poético canónico.
Por tanto, esta nueva poesía contemporánea, en especial habitadora de la red, no pierde todavía de vista el horizonte del libro. Es evidente que el género poético, que posee una incidencia menor en el mercado editorial porque alcanza a un número más limitado de lectores –en otras palabras, un género menos rentable y menos regido por las leyes comerciales de oferta y demanda–, aún mira al Libro. De hecho, se inscribe en un circuito que gira en torno al premio, en el que irónicamente los mayores certámenes, los más codiciados por todo poeta en búsqueda de consagración socio-histórica –verbigracia los premios Loewe, el Nadal, el Nacional de la Crítica, el Reina Sofía o el Ojo Crítico– se otorgan al libro publicado o a toda una trayectoria de poemarios publicados (entiéndase, en papel). En consecuencia, el libro sigue teniendo el poder de conceder honor y reputación –al menos, en sentido pleno– al título de Poeta.
Cierto que el reiterado soporte o formato libro ya no autoriza ni consagra en exclusiva al autor de versos y, de hecho, se puede ser poeta sin haber publicado un libro. Pero también es cierto que el libro sigue siendo aún –incluso para los escritores en red– el primer paso real para entrar en el canon. Es verdad que entre las nuevas generaciones es posible hallar poetas sin libro y, en cambio, con más de veinte mil lectores al día; pero la meta más o menos pretendida por todos esos autores –los que realmente quieren autorizarse y asentarse en el sistema poético vigente todavía hoy– aspiran al libro y no desestiman la oportunidad de ser publicados, aunque ese no fuese su primer paso sino la red. Muchos de ellos comienzan la mudanza de soporte de la mano de pequeñas editoriales independientes, como Delirio, La bella Varsovia, El gallo, Noviembre, Mantis editores… Lo importante es, en fin, sobreponerse a la infinitud de la creación en red.
El referente último, pues, sigue siendo el libro. Internet constituye un óptimo medio para la libre aparición de nuevos talentos, disonantes y singulares. Reconoce Tisselli –arriba citado– que la diferencia entre el mundo de la red y el ámbito editorial es que en la red no hay un prescriptor, sino un millón, lo cual se traduce en más posibilidades de éxito y más feedback de público; en un libro, por el contrario, el filtro decisivo es individual y corresponde al editor. Pero esa misma libertad y facilidad que ofrece la red menoscaba el valor de la poesía en formato digital y resulta contraproducente, pues la ausencia de rasero crítico y de filtros selectivos conduce a la desacreditadora dinámica del todo vale. La ausencia de coste económico, por otra parte, lleva a una realidad de sobreproducción en la que cualquier texto se coloca en línea y se pierde entre el “exceso” de materiales. El filtro y el prestigio, de nuevo, sigue residiendo en el libro –en papel o en digital–.
Es más, en el mundo de la poesía la preferencia final por el papel se impone. “Soy poeta y he publicado cinco libros… online”. [Siéntase un silencio]. Todavía no ha llegado el momento en que la poesía nazca y muera en internet. El referente, como venimos repitiendo, continúa puesto en el libro: en digital o, incluso más codiciado, en papel. Todavía no se sabe explotar el mercado poético de forma rentable con páginas web, blogs, portales, apps, revistas digitales, de modo que hasta el propio sistema comercial vigente ayuda a perpetuar la modalidad de producción literaria tradicional, basada en el conocido objeto-molde libro. En la lógica del mercado poético actual todavía no se ha aceptado plenamente internet, por muy increíble que parezca, y por ende se perpetúa el paradigma inculcado por la imprenta de Gutenberg.
Por último, por lo que atañe a la materialidad o inmaterialidad del soporte en la nueva poesía contemporánea, es posible comprender la inclinación final por el formato en papel como estadio corpóreo final o posterior a la inasible publicación en red porque, por un lado, los mismos fans o seguidores virtuales desean poseer un producto físico que poder firmar, customizar, tocar y atesorar; por otra parte y desde la perspectiva del creador, la ductilidad y dispersión de la red vuelve inestables e interminables las versiones de los textos, aún pensados desde la escritura tradicional –como declara Alfonso Reyes, “Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas”; y, además, el cuidado material del soporte resulta fácilmente explicable en la publicación de poesía, puesto que sus páginas son más revisitadas por el lector y las características y la sensibilidad del propio género invitan al cuidado estético del texto y su recepción. “Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte”, cantaba Charles Bukowski en su Culminación del dolor; y eso sigue ofreciendo el libro a los poetas de hoy: la culminación o reconocimiento canónico de su parto creativo y laureles de eternidad y de prestigio a sus versos, fijados al fin sobre un soporte firme e inmutable.
Pese a que muchos de los grandes poetas hispanos del Siglo de Oro murieron sin haber publicado un libro –pues entonces la circulación manuscrita de la poesía era la dinámica más común, sin filtros, como ocurre en la red–, en la actualidad ser poeta y morir sin haber sacado a la luz un volumen supone ser un escritor fracasado. Sin embargo, ¿acaso juzgaríamos hoy a Luis de Góngora como un autor menor? El baremo crítico hacia la poesía de nuestra época todavía ha de ser calibrado en sintonía con este momento y con independencia del soporte-marco libro. Solo así un buen poeta podrá nacer y morir en la red, sin por esto dejar de recordarse ni de ser significativo. Hablamos de poesía digital o en formato digital, sí, pero el imperio del libro aún preside y tamiza la nueva producción poética en Occidente.

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Campos Fernández-Fígares, M. & Escandell Montiel, D. (eds.) (2019). Poesía en red y ciberpoesía. Orihuela: Fundación Cultural Miguel Hernández.

Ficha

Edita:
Fundación Cultural Miguel Hernández
Calle Miguel Hernández, 75
03300 Orihuela (Alicante)

ISBN:
978-84-948164-0-6

Notas:    (↵ regresa al texto)

  1. Eugenio Tisselli, “Why I have stopped creating E-lit”, en motorhueso.net [online desde 2003], 2011-11-25 [Consulta: 30/03/2019].
  2. Joaquín Marín, «¿Qué seré cuando ya sea un poeta del siglo pasado?», El País, 7 de noviembre de 1982. Accesible en https://elpais.com/diario/1982/11/07/cultura/405471603_850215.html [Consulta: 30/03/2019].

Caracteres. Estudios culturales y críticos de la esfera digital | ISSN: 2254-4496 | Salamanca