La (in)consciencia del indígena digital: espacios sociales

Si pensamos en la presencia digital de los jóvenes y decidimos atribuirles la etiqueta de «nativos digitales» nos encontramos con una noción que puede llevarnos a engaño, y es que el término ha ido componiendo una presencia aurática de ideas que nos enlazan con el dominio del campo, la experiencia profunda y el conocimiento desarrollado de los usos, componentes y funcionamiento de lo digital.

TwitterYa hemos planteado en alguna ocasión que el concepto de nativo digital no se utiliza demasiado bien, tanto en los medios como en estudios serios. Es el deseo de la superación de la fase de transición tecnológica (algo inane: jamás se detendrá, jamás estará superada… salvo terrible debacle humana) lo que parece impulsar el uso indiscriminado de esa etiqueta. Los nativos digitales son todavía jóvenes porque son los niños que realmente han tenido un ordenador y una conexión a internet disponible desde el mismo instante en que se empezaba a formar su conocimiento del mundo: son las personas que no tienen en absoluto una percepción exógena de la sociedad-red.

Se atribuye a esos nativos digitales una integración total en sus usos sociales de los espacios digitales y una habilidad innata (pues sus procesos cognitivos se han desarrollado paralelos a las pantallas de los ordenadores y demás dispositivos que había en su mundo inmediato) para manejar con holgura esos mismos sistemas, pero la experiencia parece demostrar que no es así. No son nativos: son indígenas, en la medida en que concedemos la apropiación de elementos connotativos positivos a lo nativo y negativos -o, al menos, no necesariamente positivos desde un punto de vista propio de la metrópolis- a lo indígena. Y es que el nativo es el que es percibido como innato (por lo que el valor connotativo positivo nace de parte del valor denotativo), pero el indígena es meramente oriundo.

Un rasgo considerado distintivo de los denominados nativos digitales es que vida digital y vida física se conciben como un todo, uncontinuum social en el que las relaciones interpersonales de diferente índole saltan de un lado a otro de la virtualidad, algo que en ocasiones se percibe como negativo. Es cierto que en no pocas ocasiones el uso que pueden hacer de las redes es inconsciente y poco reflexionado, pero resulta sorprendente que los estudios atribuyan esa torpeza a su vinculación con lo digital y no a un rasgo biológico ineludible: la edad.

Las torpezas que habitualmente saltan a la primera plana de los medios tradicionales (un famoso cualquiera dice una tontería en Twitter, o un político da rienda suelta a su ideario racista en Facebook, por ejemplo) no son atribuibles a la edad (no al menos la biológica), sino a la percepción de que vida digital y vida física son entes separados y no conectados, algo que se da en los inmigrantes digitales. Los mismos que creen que todo se sobredimensiona cuando han metido la pata hasta el corvejón en internet.

¿Qué es, entonces, más inconsciente? ¿Percibir que todo -digital y real- es un mismo espacio de relaciones continuado? ¿O creer que son espacios estanco sin vía de comunicación? La respuesta debería ser obvia.

Mañana seguiremos con los indígenas digitales, en esta ocasión en torno al dominio de las estrategias de uso de la red. Cerraremos con una tercera entrada que será publicada el jueves.

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