Ya no queda biopoder

Desde que se desarrolló el concepto de biopoder y las tesis de Foucault fueron extendiéndose, la potencialidad de la carne, de lo biológico, se ha ido transformando. ¿Nos acercamos ya al momento en el que podremos afirmar que no hay biopoder?

No se trata de fantasear con el alzamiento de las máquinas, sino del hecho de que el individuo como centralizador de las esferas de poder real y contundente sobre la sociedad va muriendo. El político no es nada hoy en día, solo un títere del ente abstracto al que denominamos mercados, en plural, para difuminarlo todavía más y consolarnos estúpidamente con la falsa percepción de que no es manejable, sino éter puro.

La era en la que un político podía ser un elemento de poder, un líder, ha pasado. Los movimientos revolucionarios se canalizan a través de la colectividad, que es un biopoder, claro, pero no un cuerpo único, sino masa descentralizada. Y la era en la que una persona podía ser toda una compañía -en el sentido de encarnar avatáricamente la empresa- parece que ha pasado.

Los grandes líderes empresariales y, por tanto, económicos (los banqueros, por su posición, son solo entes parasitarios sin capacidad autónoma… claro que algunos parásitos son terribles) surgen en los procesos de generación industrial. Los caracteres épicos de la empresa tradicional se forjaron en la época de la revolución, con Ford y otros. La revolución reciente en los sectores industriales y económicos es la de la tecnología y las comunicaciones, y ahí tenemos a personajes como Bill Gates o Steve Jobs.

Pero Bill Gates ya no está en Microsoft y Steve Jobs ha muerto. Las grandes figuras van desapareciendo y, de todos modos, no son tantos los personajes capaces de encarnar todo el poder de la corporación empresarial en su cuerpo para convertirlo en biopoder. Jobs fue el avatar de Apple desde sus comienzos como pequeña empresa, y lo fue también en su regreso a la compañía para llevarla hasta lo más alto.

Esa identificación plena entre biopoder y poder empresarial tiene peligros. No toda la casta empresarial puede asumir ese papel determinante y, cuando lo hace, como en el caso de Jobs, nos encontramos con el punto inevitable de su desaparición. Primero, cuando fue expulsado de la empresa que fundó y, luego, por su muerte. Si la identificación avatárica entre empresa y empresario es plena, no podemos evitar que una parte del coletivo de consumidores asuma que la muerte de uno es la muerte de la otra.

Se entienden así los comentarios cenizos que auguraron la pronta muerte de Apple. La cuestión es que esta identificación totalitaria del biopoder es también la misma que permite que muchos regímenes dictatoriales mueran con sus figuras de liderato. La identificación plena de movimientos sociales, culturales, económicos y empresariales con las entidades centralizadoras de biopoder implica una mayor volatilidad de esos elementos con pocas excepciones en las que el mito logrará sobrevivir a la vida material.

Ese es un riesgo. Es un modelo de empresa que está cada vez más diluido. Apple es una gran corporación, como lo es Microsoft, y por diferentes razones ninguna de las dos tiene ahora un líder-avatar que sea imagen y carne de ellas mismas. Otras, como HP, lo dejaron atrás hace mucho, si es que alguna vez sus fundadores realmente llegaron a asumir ese papel, pese a ser grandes figuras de su industria. Sony, Samsung, Mercedes… las empresas filtran su poder en los comités, en las mesas de dirección, y no dejan que se canalice en un individuo único. Porque es peligroso y porque ya no funcionan así, simplemente.

En la revisión de las estructuras de trabajo empresarial se ha buscado superar la figura unívoca (y por tanto, equívoca) del líder para someterse a las demandas de los colectivos de dirección, supeditados a su vez a las determinaciones necesarias para no enfurecer a los accionistas. Son muchos biopoderes en una estructura tan fragmentada que ya no tienen ese control ni esa entidad. La corporación logra devorar realmente a la figura del ente original, son devoradores de sus propios padres porque cumplen un ciclo vital imposible de superar en el que los hijos deben superar a los referentes paternos.

Los empresarios ya no son su empresa. Los directivos, desde luego, no son su empresa. Y los que lo fueron, han ido desapareciendo pero sus empresas seguirán en una gestión descentralizada, pluriorgánica, que ya no nos sorprende en absoluto hoy en día. Sin avatares que lideren y encarnen su filosofía mercantilista, si es que esta existe.

Thulsa Doom
Thulsa Doom, de Conan el Bárbaro

Permítanme un ligero paso lateral para cerrar estas reflexiones entrando de pleno en el mundo pop para citar a Thulsa Doom:

«¡Esto es fuerza, muchacho! ¡Esto es poder! La fuerza y el poder de la carne, ¿qué es el acero comparado con la mano que lo maneja?»

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