Pontificar al propio rebaño

En estas últimas semanas he estado en varios congresos sobre educación que, como es habitual y ya casi inevitable, han girado en torno a la innovación docente. Al fin y al cabo, no hay muchas razones para hablar de la involución del sistema docente, aunque el bombardeo mediático actual va justamente en esa dirección y retrocedemos cada día un poco más. Las noticias sobre educación que vemos en prensa así lo demuestran, y lo experimentamos día a día, ya sea como profesionales, como estudiantes o como ciudadanos que ven la que está cayendo en nuestro entorno de amigos y familiares.

Dejando de lado la cuestión de cómo se atenta de manera premeditada contra el sistema educativo desde las fuerzas políticas, la reflexión que surge en torno al papel de los docentes gira sistemáticamente en torno a la integración de tecnologías diversas -pero especialmente las TIC, claro- en las aulas y en la proyección que debe seguir teniendo la explotación de sistemas abiertos, libres, gratuitos y que permitan una formación extensa. Porque no se trata de que alguien tenga un título muy bonito, sino de que pueda adquirir conocimientos adicionales. Si la acreditación es necesaria -y vivimos en un mundo en que es fácil que lo sea- hay que seguir en sistemas educativos rígidos y prefijados o desarrollar sistemas de certificación de conocimientos que consigan adaptarse también a los nuevos formatos de estudio.

Y es que resulta innegable que abrir el conocimiento a todo el mundo es siempre positivo. Cualquier persona puede beneficiarse, siempre, de saber más en diferentes campos del conocimiento humano. Da igual que se trate de aprender finanzas, leyes, historia, física, o conocimientos de aplicación mucho más práctica y directa, lo importante es que se pueda acceder a esas parcelas, que no sean herméticas.

Pero, ¿hasta qué punto la utilización cada vez más generalizada de las TIC en entornos estandarizados de enseñanza resulta favorable de manera indiscutible? Las voces disidentes, que las había -y las hay-, han ido desapareciendo de los encuentros de profesionales de la educación, tanto si se trata de congresos especializados en materias concretas como de encuentros con un componente teórico mucho más relevante.

Es una pena que esas voces disidentes se vayan apagando, porque de la confrontación de perspectivas suelen salir resultados mucho más positivos. No se puede caer en el riesgo de pontificar entre el rebaño que está ganado y llenarse de razones sin atender a la visión crítica. Cuando la corriente va en una dirección, la fuerza de oposición es indispensable para mostrar los puntos débiles de los nuevos caminos que se abren, lo que debe mejorarse a través de la reflexión y confrontación de perspectivas.

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