El horror tipográfico

La edición de textos actual pasa por un sistema plenamente electrónico. Escribimos en el ordenador o cualquier otra pantalla, maquetamos en la misma, y publicamos en pantalla también. En un proceso industrial libresco, todo lo mecánico se ha desterrado hasta el último momento, ese en el que al final llegamos al papel. Todo lo anterior ha sido electrónico.

En la pantalla mostramos muchas veces nuestros particulares horrores tipográficos. Esos momentos en los que salen dos mayúsculas, el dedo se nos va a otra tecla y no nos damos cuenta, o escribimos palabras que directamente noexisten(léase, no están en ningún diccionario y no tienen mucha posibilidades de estarlo), se perciben mucho más en la escritura digital por la concepción misma de esta.

Cuando publicamos en un blog, como este, no es lo habitual precisamente contar con un corrector, un editor, o un revisor. Lo confiamos, en todo caso, a herramientas poco precisas y nada inteligentes que quizá con suerte detecten alguna errata particularmente destacada. O ni eso. También porque escribimos con prisa o porque entra en juego el síndrome del escritor: no vemos nuestras erratas porque nuestros ojos y nuestro cerebro nos engañan. Sabemos qué tiene que poner y lo leemos, aunque no lo ponga.

Si lo pensamos bien, encontraremos que algunas erratas tipográficas son recurrentes. Pueden nacer de hábitos concretos a la hora de mecanografiar como muestra del trazo biológico del escritor, de manera similar a como la pluma -es decir, trazar realmente la caligrafía sobre la hoja- era una traslación física directa sobre el papel, o despistes recurrentes, pequeñas dislexias cotidianas que nos asaltan en cuanto nos distraemos un segundo.

Y reflexionamos sobre estas cosas solo cuando nos toca corregir cantidades ingentes de palabras, una tras otra, y nos damos cuenta de que da igual cuánto lo miremos: siempre habrá una errata acechándonos, agazapada entre las líneas de un párrafo que disimula silbando algunas notas machaconas, como ese espía negligente de cualquier película de humor zafio.

Un pensamiento sobre “El horror tipográfico”

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