Más indie, más digital

Más que aterrorizarme por el bajo espectro de diversidad que está aportando el mercado del libro digital autoeditado, confieso sentirme anodado ante la falta de inventiva -de radicalización, si queremos- que se desprende de un espectro literario que debería nutrirse de la fuerza que otras industrias han etiquetado como indie.

Una de las creaciones de Duchamp
Una de las creaciones de Duchamp

Independiente, sí, con lo que ello conlleva: no adhesión a las normas canónicas generalizadas, difícil de catalogar… pero en vez de eso lo que más nos encontramos son textos que suman al género de moda del momento (fantasía épica medieval, misterios en obras de arte que llevan a conspiraciones mundiales, erotismo landista…).

Reconozco, claro, que ese tipo de cosas las puedo encontrar aquí y allá en la tienda de Amazon o en algún blog; de hecho, cuando uno encuentra una de esas obras raritas la ventaja es que la comunidad de lectores es activa y entras en un círculo que te lleva de una a otra, y eso es ventajoso, pero tampoco hay que llevarse a engaño: proporcionalmente son muy pocas.

Incluso si tenemos en cuenta el volumen en términos absolutos, lo cierto es que no me parece que haya proliferado con suficiente fuerza, lo que -desgraciadamente- puede interpretarse como un argumento a favor del estereotipo del escritor autoeditado digitalmente como un autor de género rechazado que quiere ser el nuevo Tolkien, por ejemplo.

Así pues, debemos preguntarnos dónde están los escritores realmente al margen, los que acaban autoeditando su obre porque ha sido genuinamente no entendida por el sector industrial del libro y que antes de pasar por el aro de pagar una pequeña tirada en una editoria de esas que trabajan bajo demanda han optado por el experimento -sí, todavía hoy- de la autoedición digital.

Mirando el panorama, lo que nos encontramos nos lleva a pensar que esos escritores han encontrado un circuito propio que no logra cuajar tampoco en exceso dentro del sistema de autores que han optado por la autoedición en internet (da igual que sea PDF, ebook, blog…) y que no encontramos con demasiada facilidad, o bien que nosotros mismos somos ya tan críticos que hemos decidido tácitamente que no hay ya nada absolutamente rompedor, revolucionario, en la literatura.

Fijándonos en los nuevos medios de comunicación digital, el carácter experimental de algunas obras publicadas en plataformas como Twitter o Facebook nos muestran los nuevos juegos narrativos de los autores, que aceptan el juego de la limitación de caracteres en una plataforma o el juevo avatárico de otra… pero, ¿es esa realmente la creación liberada, independiente, que puede esperarse de la ruptura total de barreras?

Esa es la cuestión de fondo: cuando ya no hay ningún tipo de barreras para liberar lo que el escritor firma y llevarlo hasta su público potencial, nos encontramos con dificultades para encontrar lo que es rupturista en sí mismo, quizá por la falta de difusión de textos que suponemos tan marcadamente marginales o bien por el escaso interés entre los autores actuales más activos para romper los cánones.

La revolución de fondo que uno esperaría de un cambio de paradigma como el del soporte digital en toda su extensión debería ser equiparable a los cambios formales que se derivados del paso del rollo al libro encuadernado y de ahí a la imprenta, mutaciones tecnológicas que sí alteraron el proceso de escritura y el de recepción… y, sin embargo, en el mar de experimentación que uno puede esperar de un mundo (digital) sin barreras, al año encontramos no muchas obras que se lancen con esa fuerza provadora -turbadora, incluso- en el ámbito universal.

Intuyo -si me permiten que me quite las culpas de encima- que estas observaciones no son un error de percepción por mi parte, ya que las compilaciones de literatura digital que se han publicado (como la Electronic Literature Collection) no han sido tan prolíficas como uno podría llegar a desear… si no es, simplemente, que uno se pasa de idealista y está deseando demasiado y tiene todavía la ilusión de poder ser sorprendido.

Claro que, por otro lado, si asumimos que esta producción se está realizando y las redes sociales especializadas están cobrando cadas vez más fuerza (las de autores y lectores no son menos), hay que preguntares también cómo es posible que estos escritores ajenos a todo tipo de canon, realmente rompedores, no están ganando visibilidad: las voces pequeñas entre la multitud, muchas veces precisamente por eso, son capaces de hacerse oír con mucha intensidad.

Intuyo también otra posibilidad, terrible a todas luces: que las reacciones contrarias en la red (donde tantísima gente se siente poseedora de la verdad absoluta y sin problemas para dejar buena constancia de ellos) haya apagado el espíritu de los procesos rupturistas, que los autores se hayan sentido también profundamente incomprendidos en el espectro digital y sigan en el mundo independiente del papel, lo que nos impide llegar a encontrarlos.

Dando como válida esta última hipótesis, habría que reconsiderar entonces el potencial real del trol (aun cuando el uso del término para estos casos sea quizá un tanto extremo) y su capacidad para neutralizar el campo de experimentación creativa… pero imaginemos el golpe que sería para un autor de vocación provocadora y rupturista las opiniones radicalizadas de un público que no entiende su obra; imaginemos a un Duchamp masacrado a tuis criticando el urinario, o a Stockhausen siendo criticado por el ruido infernal de los malditos helicópteros… sí, es cierto que quien busca la provocación lo hace para promover esas reacciones adversas, pero no es menos cierto que la impunidad de opinión de la red, el tsunami de críticas ácidas y la menor seguridad de quien no es todavía un creador establecido pueden jugar muy en contra del espíritu renovador de un artista en sus primeros pasos con el experimentalismo.

Ante esa posibilidad, no nos queda sino preguntarnos si la crítica feroz que se vierte digitalmente contra lo incomprendido no estará fomentando más si cabe la fuerza de las corrientes mainstream en un soporte que, en principio, era terreno abonado para la anarquía e independencia creativa más absolutas; cabe preguntarnos, entonces, si lo que encontramos es solo el resultado de los egos que han resistido esa furia crítica.

De esto no se debe excluir bajo ningún concepto el efecto purificador (casi en el sentido pírico) de la crítica, pues aunque esa experimentacion de un sector puramente independiente es muy deseable, no lo es tanto el que bajo esa etiqueta surjan autores o movimientos que se amparen en un todo vale sin calidad ni valor intrínseco (ni extrínseco) en la obra creada, que es el riesgo que se deriva de entrar en ese ambiente de provocación artística.

Es un choque de fuerzas: el pulso creativo liberado, sin restricciones, que fluje desbocado, frente a las márgenes que mantienen la senda marcada para el río; confrontación que parece estar saldándose -al menos en apariencia- a favor de lo canónico o, al menos, con un potencial de conquista de la esfera literaria digital suficiente como para oscurecer a esas creaciones que sí consideraríamos indie cuando algunos preveíamos, quizá erróneamente, que florecerían en este mundo.

Si la luz es lo que le falta a las obras de los autores indies, entonces está claro que necesitan aprovechar las herramientas sociales que ofrece la internet actual para dar a conocer su trabajo, conseguir que estas líneas creativas no se vean marchitadas por el desconocimiento y que puedan sobreponerse a las críticas que -sin duda- llegarán desde el público que no las comprenda, incluso cuando esos seamos nosotros mismos, quienes pretenciosamente creemos que sabremos distinguirlas entre la marisma de lo que no consideramos válido.

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