Contemplaciones Google Drive

Google Docs lleva ya bastante tiempo funcionando, aunque hace solo un poco que ha adoptado la nomenclatura de Google Drive. Cuando se inició su andadura, allá por 2006, cuando la compañía del buscador compró a Upstartle y comenzó a convertir sus Writely y Spreadsheet en lo que luego manejaríamos cada vez con más regularidad tras su integración con las cuentas de usuario de Google. Vamos, que esto no es algo que naciera ayer, ni es tampoco el único software que permite trabajar de manera colaborativa sobre documentos en línea, pero sí -desde luego- uno de los más populares.

Google DriveTodo esto viene al hecho de que el otro día me entretuve con algo tan tonto como al ver que alguien estaba creando un documento que había compartido unos momentos antes conmigo. Eso en sí mismo no es muy entretenido, salvo si nos dedicamos a trolearle el documento, pero la parte entretenida estuvo, en realidad en ver los procesos creativos desde la lejanía de la pantalla cotilla.

No hay nada misterioso en estar sentado junto a alguien y preparar un documento. Eso implica hoy en día recurrir a un conjunto diverso de herramientas locales o en línea dentro del ordenador que van confluyendo hacia el procesador de textos (o programa de creación de presentaciones, según las necesidades del momento). Tomar unos datos, realizar una gráfica, o, simplemente, consultar datos en la Wikipedia o comprobar algunas palabras en un diccionario en línea no entran precisamente en el campo de lo mágico.

Sin embargo, estar viendo cómo se crea un documento del que realmente no tenemos una información concreta sobre cuáles son sus objetivos ni tampoco muy bien cómo se está haciendo nos permite especular sobre qué está sucediendo al otro lado de la otra pantalla desde la que se está escribiendo. Ver cómo aparece de repente un mazacote de texto y nos preguntamos de dónde se ha copiado antes de ser pegado es un pequeño enigma cotidiano del trabajo colaborativo en línea.

Se convierte en un pequeño pasatiempo chismoso que nos permite reflexionar, en realidad, sobre todo el proceso creativo que se esconde tras el proceso de escritura de -incluso- un texto simple con un objetivo muy concreto. Y nosotros somos unos flâneur de esos documentos, que se convierten en mucho más atractivos cuando diseccionamos cómo se crean, y mucho más cuando el objeto de atención es el cómo se están creando. Y ahí quizá el galicismo se nos queda corto y solo podemos expresarlo con un castizo referente: el del jubilado mirando la obra. Ahora nos queda criticar la mezcla.

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