El orgullo de la lagartija

Una de las cosas que pienso cada vez que llega el 23 de abril es que es el día en el que la gente que jamás lee un libro se compra uno. No es un pensamiento original, ni un drama. El día de los museos es el día en el que la gente que jamás entra en uno, se decide a dar un garbeo, y así con todo.

Sant Jordi
S. Jordi dando muerte al dragón

La lectura es un pasatiempo, un mecanismo de ocio, en la medida en que la mayoría de la gente se dedica a ella en su tiempo libre. Quienes trabajamos con el libro como objeto de estudio (el libro como ítem cultural, no como referencialidad física necesaria) somos minoría y la mayor parte de los que lo hacemos, en realidad, entran en la categoría de los estudiantes.

Muchos se quedarán ahí y la lectura se asociará a actividades que consideran molestas, como estudiar. La adquisición de conocimientos, ya se sabe, resulta una tarea ardua, incómoda e inútil para la mayoría de la población. Para otros es algo necesario, apasionante o una pulsión más. El placer del conocimiento en ocasiones se une con una profunda hybris, pero no estamos aquí para juzgar ahora mismo ni a unos ni a otros.

Con todo, es bien cierto que el hecho de que la lectura se convierta en un trabajo (en el sentido más etimológicamente próximo al tripalium latino) no juega a favor de la misma, y algo de culpa tendrán los métodos de enseñanza y los profesores. Cuando la gente solo lee por obligación en la escuela, o al menos termina su formación percibiendo la lectura como algo que jamás hará de nuevo (en la medida en que no perciben leer prensa deportiva, del corazón o chats, foros y muros de Facebook como un acto de lectura), es cuando debemos agradecer la presencia de días como este.

Es posible que cada año alguien redescubra el placer de leer solo por el placer de leer. Y que regrese al libro, en la forma de ensayo, novela… para alimentar un poco a esta industria que tantas veces no se merece nada y que sigue dando palos de ciego -voluntarios- en el paso a la digitalidad.

Mientras tanto, la gente aprovecha el día para comprar el último best-seller que le ha recomendado la televisión o cualquier libro gordo, que así tienen ya tela para todo el año. Los otros les miramos con candidez y una superioridad idiotas (en su sentido más griego posible), casi paternalistas. Sentimos, entonces, ese orgullo de lagartija en el día en que Sant Jordi le cortó la cabeza al dragón.

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