La necesidad de una universidad abierta

Se supone que una de las cosas que no deben hacerse es proclamar a los cuatro vientos lo que debe hacerse, así, alejando el problema de nosotros mismos, impersonalizándolo, cuando lo que hacemos es proyectar mucho de nosotros mismos en esos consejos gratuitos que son casi imposiciones. Usted tiene que hacer esto, usted lo otro… escúchenme, yo tengo razón. Pues bien, me meto de lleno en esa torpeza: la universidad tiene que ser abierta y tiene que hacerlo, ya, en internet.

La universidad es hermética pese al poder demiúrgico que debería nacer de la propia palabra: lo universal no puede reducirse al almacenamiento e incluso contención del saber, sino que debe ser un camino hacia la apertura del mismo. No existe ya apenas ese espíritu por el que cualquiera podía asistir, si es que alguna vez lo hubo, pues el hermetismo de la codificación idiomática -el latín como lengua de cultura frente al vernáculo- realizaba en buena medida esa tarea. No es tampoco momento ni lugar para ponerse a hablar de la sopa boba, del colegio mayor, o de la tuna.

No sé si parte de las razones por las que la mayor parte de la labor universitaria se mantiene celosamente resguardada de la mirada externa es el temor a ser sometidos a un escrutinio que podemos detectar en parte de los docentes, y que ya comentamos a raíz de otro tema hace unos días, pero entiendo que si el propio cuerpo docente es receloso de un mundo más abierto en el que iguales (y no iguales, eso es quizá lo más importante) pueden analizar su trabajo.

La crítica puede ser hiriente y molesta, por supuesto, y puede estar respaldada tanto por un conocimiento más profundo que el nuestro como por la valentía y el arrojo de la ignorancia. Sin embargo, en ambas situaciones puede ser un agudo punzón, por mucho que la impostura generalizada sea afrontarlas, asimilarlas con deportividad y mostrarse por encima del bien y del mal. Todo lo que es público puede ser juzgado y evaluado, sea un individuo, una persona, o unos recursos didácticos determinados, así que es normal no nos haga mucha gracia estar tan expuestos, pero es parte del juego actual: si aceptas ser un nodo en la red, la conexión puede conllevar filias y fobias. Otra cosa es que si hay críticas o reproches se hagan con educación con intención de trolear.

Resulta lógico, en todo caso, argumentar que si académicamente no has llevado la contraria a nadie en una disertación, ni te la han llevado a ti, has sido o terriblemente afortunado o ignorado, cuando no complaciente en extremo. Es parte de la dialéctica y la aceptamos, quizá porque no queda más remedio. Pero sigo percibiendo temores en muchos ambientes ante la idea de abrir una clase a un mundo abierto como el de OpenCourseWare (OCW). Una excusa recurrente es que sea una universidad presencial, marcando una distancia que permita mirar por encima del hombro a las universidades a distancia, por ejemplo.

OpenCourseWare alberga, por lo general, materiales que son creados específicamente para su distribución en línea. Dicho de otra manera, se aplica un filtro concreto para configurar esos materiales, por lo que una persona interesada en una materia concreta puede encontrar discrepancias entre lo que se puede enseñar en una asignatura específica en un curso y su equivalente digital. Es un buen primer paso, pero quizás todavía insuficiente a nivel de democratización real del conocimiento que se produce en el entorno académico, muchas veces costeado con dinero público.

La propuesta que hace poco conocíamos desde el MIT resulta interesante, en la medida en que busca conciliar la consabida titulitis con una buen difusión del conocimiento, sin afectar -suponemos- a sus propios intereses dentro de la enseñanza tradicional: el MITx, que empezará en marzo de forma experimental. La gran diferencia con respecto al OCW es que aquí se oferta la posibilidad de examinarse para obtener un título que, eso sí, no es un título del MIT en sentido estricto, algo que advierten claramente. Es un primer paso hacia una estandarización y equiparación de los contenidos que se imparten presencialmente y lo que se puede ofrecer de manera abierta. Recordemos, además, que el MIT es una institución privada.

Lo más deseable sería que los títulos obtenidos fueran equivalentes completos, pero debemos admitir que es todavía pronto para dar esos pasos. Lo ideal sería, incluso, que la obsesión con los títulos desapareciera, pero esa es otra historia. No vamos a esconder los problemas potenciales: evaluación, capacidad del profesorado para sumir un volumen indeterminado de estudiantes autónomos y no presenciales, el tipo de tutoría que se les podría ofrecer… la lista sería extensa, y eso solo en cuanto a lo estrictamente académico. Sobra decir que surgen otras preocupaciones, como por ejemplo en qué medida afectaría esto a universidades más pequeñas y sin tanto prestigio (que no calidad) para atraer estudiantes, ya que avanzar hacia una apertura total en línea puede tener el efecto secundario de una concentración de los centros físicos. La viabilidad económica no es tampoco una variable que deba ignorarse, ya que hay cuestiones que no se pueden omitir, como los empleos, los proyectos y las líneas de investigación, y la accesibilidad física -no solo online- al centro universitario, que ya hoy en día están en un complejo equilibrio.

Como en tantos otros cambios hacia un mundo más abierto, en el que hay mucho por hacer dentro del campo del conocimiento humano, hay fuertes implicaciones que hay que considerar y evaluar, sí, pero la universidad tiene que abrir sus puertas a la difusión del saber que albergan y, sobre todo, del que producen, de la misma manera que hay muy buenas razones para luchar contra medidas como las representadas en el modelo concreto de la Research Works Act.

2 pensamientos sobre “La necesidad de una universidad abierta”

  1. ¡Pues creo que os quedáis cortos!

    Creo que la única manera de salvar la universidad es creando algo nuevo, con unos principios claros.

    Creo en la parte presencial como imprescindible, la vuelta al ágora, complementada con el mundo online, por supuesto, pero con un lugar físico replicable…

    Y hay que empezar cuanto antes…

    Buena reflexión

    1. En mi fuero interno yo también apostaría por unos cambios más profundos, pero la parte racional se impone y sé que en su mayoría sin simplemente utópicos.

      De hecho, defender la difusión libre del conocimiento humano ya es bastante utópico, sobre todo en un mundo en el que su distribución se condiciona a un mercantilismo de intereses privado que los sistemas de acreditación académica (bastante absurdos y mal planteados) alimentan obsesivamente.

      Por supuesto, todo el mundo lo acepta y danza al patético ritmo que se les impone porque para qué van a tener un mínimo de visión crítica… y los que la tienen, al fin y al cabo, quieren lo que quiere todo el mundo: llegar a fin de mes, y no se les/nos puede culpar de nada. Ser idealista es fácil en el campo teórico, pero no hay que confundir eso con ser un intento de héroe revolucionario. Pero nos hacen falta algunos de esos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.