Asimetrismo en red

Aunque lo más habitual es hacer una distinción entre las redes sociales y otros sistemas  de comunicación gregaria en internet en base al tipo de contenido que se comparte y la extensión potencial del mismo, una diferenciación que puede resultar mucho más clasificadora para comprender los comportamientos socializados digitales es evaluar si estas redes son simétricas o asimétricas.

Diseño asimétrico
Diseño asimétrico.

De manera generalizada lo que observamos en un vistazo a las redes sociales disponibles es qué es lo que se ofrece como contenido socializador. Si quiero compartir fotografías lo más lógico es optar por un servicio de fotolog, un microblog con amplia facilidad para lo multimedia (como Tumblr), o incluso Facebook. De hecho, veo difícil encontrar a alguien compartiendo alguna foto que haya hecho en su último viaje a través de LinkedIn o Academia.edu. De la misma manera, esos contenidos visuales, gráficos, pueden extraerse para ser traspasados a nuestro corcho virtual de Pinterest.

Si obtengo una promoción en mi trabajo, el tipo de mensaje que publicaré en LinkedIn probablemente no tendrá nada que ver con el que ponga en Facebook. Y si me despiden, la diferencia será todavía mayor, aunque en este caso habría que tener en cuenta variantes como si tengo en mi lista de amigos de Facebook a mis jefes (y si eso puede haber sido un buen motivador del despido, claro).

Por supuesto, un texto amplio, una reflexión elaborada, puede quedarse corta para los aproximadamente 500 caracteres que en realidad permite Facebook, y desde luego en Twitter tampoco cabe. Otra cuestión es que luego yo use Twitter para presentar un aforismo, un corolario, y un enlace (probablemente en tuits separados), pues una manera rápida de compartir acceso a la información es el uso de Twitter a modo de RSS o, dicho de otro modo, un «oye, he leído/escrito/visto esto y a lo mejor os interesa».

Es cierto que esas distinciones se dan, y por eso nos extrañan ciertos comportamientos fuera de la red social previsible para esa vía de acción. Si alguien empieza a actualizar LinkedIn con información sobre su vida personal, íntima, me sentiré extrañado porque no ha habido una adecuación del mensaje al contexto digital de la red social empleada. Hay una variación sociolingüística que determina qué decimos y cómo lo decimos en cada espacio digital.

Sin embargo, eso no debería dejar fuera de la cuestión -no al menos automáticamente- el hecho de que hay un factor adicional de gran relevancia: lo asíncrona que puede ser una red social y la asimetría de las relaciones que se establecen en ella. Twitter, por ejemplo, destaca por un gran dinamismo y eso hace que haya un factor de sincronía. Muchos usuarios pueden dedicarse a retroceder en su cronología para ver los mensajes publicados desde la última hora que se conectaron, pero esto no siempre se dará y en el caso de gente que tenga muchas cuentas seguidas el volumen de tuits generado en ese lapso de tiempo sumado al volumen que se está generando en ese preciso momento hacen difícil una puesta al día completa. Quizás tenga una lista de las personas que considera más relevantes, pero el carácter esencial de esta red es el presente absoluto o casi absoluto.

En cambio, otras redes, como Facebook, insisten en presentarnos entradas destacadas que se alejan de lo estrictamente cronológico. El criterio que usa su sistema para decidir qué nos va a interesar o no es un tanto discutible, aunque realmente no disponemos de información suficiente para saber si los cálculos que realiza son acertados o no. Podemos crear una lista de amigos más próximos o favoritos, y desde luego les da prioridad, pero parece que esta no siempre es del mismo nivel. En cualquier caso, Facebook es menos radical en el presente que ofrece si nos olvidamos -y muchos lo hacemos- de la barra lateral: el ticker, que sí se actualiza en tiempo real hasta con la más insignificante actividad de aquellos a los que consideramos -al menos en este espacio 2.0- amigos.

Aquí empieza la clave de lo simétrico y asimétrico de las redes. Facebook inició con las últimas mejoras en su sistema de seguridad (confuso, odioso y terriblemente ineficiente y mal planteado) el camino hacia el asimetrismo, aunque el primer paso sea absoluta y complemente simétrico. Para poder ver qué escribe y publica una persona en Facebook debe aceptarnos como amigo y esto -de manera automática- iguala la relación existente entre ambas personas. El otro ve lo que hago publico y yo veo lo que el otro publica, y los dos somos etiquetados recíprocamente como amigos. Ahora yo puedo introducir a esa persona en un grupo de amigos concreto al que le haya asignado específicamente menos permisos de manera que no vea exactamente lo mismo que los que no están en ese club de la ignominia. Pero la base, insisto, es que la relación se abre desde la simetría absoluta: tú y yo somos amigos, te guste o no. Si no te gusta, no aceptas y quedas en la distancia digital.

Facebook es un buen paradigma de ese comportamiento simétrico que podemos ver también en otras redes, como LinkedIn. Reconozco que me llama mucho la atención comprobar que hay peticiones para que estos mismos criterios de privacidad se apliquen en redes académicas como Academia.edu y que, además, en la sección de feedback de la misma hayan aceptado evaluar esta cuestión. Es una red académica, de distribución de publicaciones, congresos y demás productos intelectuales que han sido publicados y su autor comparte, con las ventajas a nivel de difusión de su trabajo, potencial citación, etc., que eso deriva. Si alguien decide subir trabajos no publicados (algo arriesgado, pues todos sabemos -y en ocasiones aprendido por la vía dura- que hay mucho buitre ladrón dando vueltas por los pasillos de las universidades), esa es su decisión y responsabilidad, pero debería saber lo que hace. Y, en todo caso, aunque no esté publicado en un maldito libro, unas actas, o lo que sea, lo ha publicado ahí y mantiene los derechos de autoría sobre los mismos. Es más, esa difusión incluso podría ser positiva si hay que llegar a la peor vía posible (hablar con un abogado). Pero esta es otra cuestión y no deseo irme tanto por las ramas.

Twitter, frente a la simetría social, es asimétrica. Yo no sigo a alguien -al menos, no esa esa la premisa de la que surge el sistema creado- como vía de exigirle «yo te sigo, ahora tú me sigues», sino porque considero que sus publicaciones -típicamente públicas, aunque con opción de cerrarlas- pueden aportarme algo: artículos interesantes, momentos cómicos… lo que sea. Esa otra persona no tiene ninguna razón para pensar lo mismo sobre mí. Y lo que yo piense en un momento determinado puede cambiar llegado cierto punto. Es cierto que hay movimientos del tipo «te sigo y me sigues», y algunas limitaciones en el ratio entre personas que puedes seguir (que se activan a partir de los 2.000 seguidos) pueden reforzar eso entre quienes encuentran que la red Twitter es buena vía para el spam. Muchos robots publicitarios siguen sistemáticamente cualquier cuenta que se cruza en su camino por una sencilla razón: pueden aparentar mejor que no están haciendo spam al concederse cierto grado de legitimidad al volumen de contactos de esa cuenta. Otros simplemente lo hacen por cierto afán de establecer ese contacto no escrito -y no aceptado: esa la cruda realidad- del «te sigo-me sigues».

Es posible que haya quien crea que esto refuerza los grandes egos en Twitter. Posiblemente tenga razón, pero no es menos cierto que la vida real es también asimétrica y poco considerada en nuestras relaciones. No tenemos en la misma estima a nuestros amigos: a algunos los apreciamos más y a otros menos. Los amores no tienen que ser correspondidos. Las idolatrías tampoco y todo ídolo tiene siempre pies de barro. El poeta que yo leo -y leen en todo el mundo- no tiene que leer los versos que yo escribí anoche. El director de cine de esa gran película que ha triunfado en todos los premios del mundo no tiene que ver mi cortometraje. A quien yo siga en Twitter no tiene que seguirme a mí. Asimetría cotidiana y vital: cruel, descarnada y 2.0.

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