Adiós a los tomos de la Enciclopedia Británica

Si el enfrentamiento entre el modelo digital de enciclopedia abierta y colaborativa representado por la Wikipedia y la verticalidad analógica de la Enciclopedia Británica hubiese sido una batalla bélica, ahora mismo habría gente afirmando que los ingleses han salido más escaldados que las tropas napoleónicas de Bailén, por eso de buscar un ejemplo patrio. Y esas comparaciones se han hecho. Pero no es así: el enfrentamiento ha sido otro muy diferente.

Enciclopedia Británica
Los tomos de la Enciclopedia Británica

Como supimos recientemente, la veterana y respetada Enciclopedia Británica abandonará su formato impreso, por lo que no regresará a la imprenta quedando la revisión de 2010 como la última en hojas encuadernadas. Las voces que han propugnado el triunfo definitivo de la Wikipedia sobre el modelo enciclopédico tradicional han copado las opiniones en redes sociales y también en la prensa que se considera -cosas de la vida- seria. Pero no se ha entendido en realidad lo que ha sucedido.

Es cierto que la Enciclopedia Británica abandona el papel -único formato posible cuando inició su andadura en 1768- para abrazar de manera completa la web tras años de convivencia entre ambos formatos. De hecho, su web está particularmente bien formada y ofrece su contenido gratuitamente con materiales complementarios (como la versión infantil) a diferentes precios: no es de extrañar que supongan un 80% de los ingresos de la empresa responsable. Es más, si no nos gusta eso de las consulas en línea podemos comprar el DVD con la versión revisada 2012, lo que implicaba ya antes un factor de renovación de la versión «fijada» superior a la impresa.

Que se pase a la web de manera exclusiva responde más a que ya no hay la necesidad de que un hogar adquiera una enciclopedia (que pocas se actualizaba en una o más generaciones; es probable que algún joven español sin internet pero con enciclopedia en casa esté en estos momentos mirando las fronteras de Prusia en el apéndice con las últimas novedades geopolíticas) que al hecho de que el modelo de trabajo vertical y academicista haya sucumbido ante la horizontalidad de la Wikipedia que, la verdad, tampoco es lo es tanto. Hace ya mucho que, para garantizar la calidad de los artículos, los wikipedistas supervisan las aportaciones… y bien que le ha sentado, todo sea dicho.

No es tampoco que la Británica esté cerrada a lo que puedan aportar los lectores-usuarios, pero desde luego totalmente fuera de la apertura con la que se maneja la Wikpedia, sobradamente habituada a corregir los desmanes ocasionales que puedan introducirse en ella (y que los periodistas, no sabemos muy bien por qué, siguen considerando noticia). Así, en los artículos de la versión en línea de la Enciclopedia Británica podemos leer:

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No se trata de la victoria de la filosofía horizontal de la Wikipedia sobre la verticalidad de la Británica, sino de la caducidad del concepto mismo de enciclopedia tal y como lo entendíamos anteriormente, del tomo, en un mundo cambiante a velocidades muchas veces sorprendentes.

Si la Wikipedia ha hecho algo, en todo caso, para poner un clavo en el ataúd de los tomos de las enciclopedias (pues no es este el último caso) es ofrecer un modelo en línea de enciclopedia más cómodo, inmediato y amigable en su capacidad de presentar el conocimiento al lector. Es uno de esos casos en los que el hipertexto nos ha hecho la vida mucho más feliz y ha ampliado el placer que ya era -porque algunos somos así de raros- pasar una tarde leyendo la enciclopedia. Aunque, ya saben, no exactamente como la gente que lee el diccionario y te dicen que van por la hache.

Es triste, claro, que un referente intelectual clásico abandone el papel mientras se publican cosas como la autobiografía de Ana Obregón, pero el mercado es así. El coste de una edición en papel de una enciclopedia destinada a caducar en poco tiempo por los cambios del mundo (más de 1.000 libras esterlinas) es poco atractivo ya para las familias, que tampoco sienten probablemente ya ese extraño orgullo de tener la estanterías de su casa ocupadas por unos tomos para hacer halterofilia. Incluso cuando no había otro maldito libro en casa. O quizá precisamente por eso.

El camino lo abrió probablemente Encarta, aunque ya no nos acordemos de ella. Era la época en la que los trabajos de instituto (y algunos incluso consiguen prorrogarlo hasta la universidad y más allá; a los informes de instituciones de cierto tipo me remito) se hacían copiando y pegando del programa y no de la web. Antes había que perder tiempo mecanografiando a mano el tomo. Encarta murió en 2009, esta vez sí por no resistir el empuje de las soluciones web (incluso intentó pasarse a la red en forma de la MSN Encarta, pero no cuajó), aunque no es ese el destino que le espera a la Enciclopedia Británica al menos a corto o medio plazo, si se me permite la prognosis.

La cuestión última es que la empresa tras la Enciclopedia Británica ha asumido la realidad mutable del mundo y la versatilidad del formato digital: «la web se puede actualizar continuamente, no hay limitación de espacio, y ofrece posibilidades multimedia», han dicho. Esa es la clave. Actualización rápida (tras los procesos de certificación y calidad internos que apliquen), integración multimedia e hipertextual para conectar e ilustrar mejor el conocimiento y abandonar limitaciones de espacio para el articulado que siempre se dan en el papel, incluso cuando hablamos de una obra monumental de 32 tomos.

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