Natividad digital

Hará ya unos buenos seis meses un compañero en un congreso se mostraba extrañado en una comunicación ante el hecho de que el público (docentes, y buena parte de ellos de ámbito universitario) no se considerara a sí mismo como nativo digital. Y le sorprendió más que yo mismo renegara de esa etiqueta.

Bebé con portátil
Una de las fotos más recurrentes al tratar esta cuestión

He recordado la anécdota porque hace unos días vi cómo un informático -de cierta edad- sí se atribuía esa cualidad y cómo eso le convertía de facto en un experto en el mundo digital.

Supondremos, entonces, que tuvo la suerte de nacer ya sumergido en las TIC, con un ordenador bajo el brazo y todas esas cosas. Seguramente si buscamos lo suficiente en YouTube encontraremos un vídeo grabado por sus padres en Super 8 de él manejándose como un experto y apenas dos añitos con una computadora.

Daremos por finalizado el cinismo, al menos el evidente. ¿Por qué esta necesidad de buscar -y peor aún, atribuirse- la natividad digital? Podríamos mantener un alocado discurso en el que se establecerían paralelismos preocupantes ante la xenofobia tradicional y el temor a sentirse señalado como un inmigrante digital y no un nativo. Y luego podríamos llevarlo en un divertido giro de tuerca a cómo la sociedad occidental ha desarrollado un colonialismo brutal que muchas veces ha ido pasando por la destrucción de los nativos. Mantengamos, por tanto, los pies en la tierra y abandonemos este excurso.

La cuestión de la natividad digital no es ni mucho menos nueva y ha sido tratada por extenso. Vienen a la memoria títulos tan significativos como Born digital (Palfrey y Gasser) o My mother was a computer (Hayles), sin olvidarnos de Being digital (Negroponte), que además son tres libros muy recomendables. Pero se parte en muchas ocasiones del deseo de sentirse nativo, integrado… el deseo de negar la capacidad de sorprenderse ante lo que se logra en el terreno de lo virtual y lo binario. Como si el mundo terrenal no tuviera capacidad de sorprendernos, de extrañarnos, de repelernos y de atraernos muchas veces con la misma intensidad y generando todos esos sentimientos de manera cruzada.

Abrazar un pasaporte de oriundo digital parece más un acto de terror. Un miedo a sentirse desacreditado o excluido. Buscar una manera sencilla, rápida y directa de respaldar una opinión, de hacerse auctoritas, como si esa familiaridad con el entorno nos hiciera expertos sin más en algo; como si sentarnos cada día en una silla nos hiciera carpinteros de primer orden.

Google
Este curioso comportamiento es fácilmente observable.

Nacer con un ordenador bajo el brazo tampoco garantiza nada. Fíjense en los que son más jóvenes y en su uso de esa máquina que tanta fascinación sigue produciendo y descubrirán que muchos no van más allá de la frontera de Tuenti (o web social de moda en ese momento), de la Wikipedia, y todo ello sin saber si quiera para qué sirve la barra de direcciones (todos conocemos a alguien que no sabría qué hacer si Google no fuera su página de inicio; hagan la prueba, cámbienla, les dirá que ha entrado un hacker internacional en su ordenador) y quizás algún sistema de descarga de archivos P2P que tampoco saben usar con seguridad. Precisamente eso lleva a ver cómo esa misma gente, casi nativa digital, nacida ya casi con internet desde el primer día de consciencia del mundo que les rodea, carga con el ordenador para que se lo formateen en una tienda a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero. ¿Saben esos casi nativos digitales manejarse con más soltura que ese informático cuarentón? Habrá ventajas, si es una persona inteligente, curiosa, mentalmente activa, como sucede en cualquier otra destreza o campo del saber. Veamos una experiencia, a través de la versión francesa de CNET, con iPad:

Solo una última pregunta. ¿Por qué no valoramos lo suficiente la mirada externa, los ojos que observan desde la distancia, desde fuera de la vorágine? Y si a mí me preguntan -e incluso me insisten en ello- si soy nativo digital, si tenemos en cuenta que lo más parecido a una TIC que recuerdo en mi infancia es el teléfono rojo con marcación por rueda que había en casa, la respuesta ya la saben.

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