Mi avatar no me entiende

Cuando hablamos de los avatares estamos enlazando conceptos actuales con referentes asentados en antiguas tradiciones, algo que no debe extrañarnos, pues el lenguaje vinculado a la tecnología informática en general, y a internet en particular, se caracteriza por un fuerte componente metafórico. El avatar es proceso que puede ser tanto disociativo como una proyección en la que la propiocepción se desplace desde el usuario hasta esta entidad virtual.

El avatar puede ser entendido, en su sentido más amplio, como la imagen o icono que representa a una persona en los sistemas de comunicación digital en los entornos virtuales compartidos. El avatar es la proyección del individuo en un sistema social de cualquier índole, sea éste un foro, videojuego en línea, etc. Si en el hinduismo el avatar es el descenso de la deidad al mundo de los mortales en una encarnación física, en el contexto tecnológico el avatar es la representación del individuo real en un mundo virtual: el ser real baja al mundo digital, es ahí donde el Visnú divino se hace tecnófilo.

Se constituye, por tanto, como el ente virtual sobre el que se ejerce la proyección del espacio del individuo -y del individuo mismo- en un mundo que es una simulación de algo inexistente, una hiperrealidad que sustituye el mundo real a través de intermediarios demiúrgicos. Como ya desarrollamos en el pasado, ante la red se construyen personalidades fragmentadas que son el resultado de un filtro muchas veces autoimpuesto por los usuarios. La propiocepción muta para dar pie a otros yo: es ahí donde la separación entre el avatar y el enmascarado que se esconde tras el mismo puede alcanzar su punto álgido, como resultado de anular la suma de las partes que conforma la personalidad de cada uno de los individuos.

Chuck Norris
Un Mii de Chuck Norris

La impostura del trol es solo un caso, bastante extremo. Tengamos en cuenta también que la personalidad proyectada en una red social, como Facebook, o cualquier otra (donde pueda incluso indicarse expresamente que no se aceptará el uso de nombres que no sean reales) está también alterada. Incluso en los servicios de mensajería instantánea o chat. En el mismo momento en que introducimos un nombre o un apodo y configuramos un personaje, un tecnocuerpo, estamos produciendo un avatar: da igual que sea con una imagen de unos pocos kilobytes, un Mii, o un perfil completo en una red social. Así, no debe extrañarnos encontrarnos con miles de foros y sistemas comunitarios similares con amplias opciones de personalización. Como mínimo, lo que el usuario exige hoy en día es un apodo o nombre y una imagen.

Con todo, limitarnos a lo visual, a la entidad figurativa proyectada mediante recursos iconográficos, en el individuo virtual sería tan superficial como hacerlo en el mundo real. El avatar es una proyección fractal que produce un sesgo en la información aportada al no haber más contexto para reforzar el significado de esa imagen significante. Por ejemplo, un usuario que haya escogido una imagen de una actriz puede haberlo hecho por admiración (o por aversión, según la intencionalidad de la fotografía), porque le parece un miembro atractivo del sexo opuesto, buena intérprete, o un modelo que alcanzar… y aún así seguiríamos sin saber si ese individuo es masculino o femenino. Lo mismo se puede decir del apodo. Sin embargo, combinados, constituyen una unidad, ayudan a transmitir un mensaje de entidad psicológica mucho más completo, aunque igualmente sesgado.

Es el individuo el que escoge qué le representa, y por tanto decide qué parte de su personalidad (real o impostada) se proyecta ante los demás: es una máscara. Por otro lado, el hecho de que el individuo esté tras la máscara que es el avatar, lo que implica un conjunto de rasgos identificativos virtuales transmutables  (que, además, pueden ser diferentes de una red a otra, sea esta un blog, foro, o sistema social, permitiendo un tratamiento independiente en cada uno de su propia proyección personal), posibilita que éste se centre más en su propia identidad y no tanto en la homogeneidad colectiva, exaltando valores idiosincrásicos, lo que nos devuelve al culto al ego; es posible incluso que defienda ideas que no respaldaría en público, lo que también ha sido vía de escape para diferentes tipos de actitudes éticamente rechazables, cuando no abiertamente delictivas, aprovechando el anonimato y/o la cultura del alter ego en la red.

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