Del bloqueo sistemático de la reedición

Ya adelantábamos ayer que muy pronto íbamos a tratar este tema.El coste material de un libro impreso siempre ha sido excusa suficiente como para dar por perdido un libro en cuanto han pasado un par de años, salvo si buscamos algún best seller: se retiran de la circulación, los distribuidores ya no los tienen, las editoriales los han descatalogado y es probable que muchos de esos libros hayan sido rescatados y reciclados en papel para imprimir cualquier otra majadería, salvo el que estamos buscando en ese momento. Las librerías de viejo, la segunda mano, y las grandes librerías en internet solucionan cuando se puede estos inconvenientes, incluso a cambio de pasar muchas veces por precios excesivos o por algún libro que ha sido muy poco cuidado. ¿Bibliotecas? En mi caso tienen el don de no tener nunca el libro que estoy buscando en sus fondos.

Si nos asomamos al universo de los lugares comunes lo primero que nos viene a la cabeza con el libro electrónico es que no ocupan lugar alguno (salvo unos kilobytes), no se retiran de la circulación (no en circunstancias normales) y, sobre todo, no se agotan. Son la solución de bajo coste para reeditar extensísimos fondos bibliográficos de obras desaparecidas de la circulación. Y no hablo de novelitas que no interesaron a nadie, o de ensayos o textos científicos fracasados o trasnochados. Muchos de esos textos capitales están desaparecidos, sin resto alguno en los circuitos comerciales y con un sistema bibliotecario tan deficiente como el español uno se ve condenado a darlo por perdido o a perder una cantidad intolerable de tiempo en desplazarse o esperar a que llegue, si es que llega. En no pocas ocasiones me ha sido más fácil recurrir a compañeros en el extranjero que a la biblioteca universitaria de una provincia próxima.

El Cid, digital.
Página de una edición digital del Cid.

No es ya una cuestión de democratizar el mecanismo de publicar, abrir las vías a literaturas o ensayos no canónicos, sino de recuperar el conocimiento perdido en forma de libros que ya no podemos conseguir.

Este no es un caso tan extremo como el de manuscritos que pueden ser ahora digitalizados y puestos a disposición de todos los lectores, pero es igualmente importante. La cuestión es que podemos suponer que las editoriales tienen la inmensa mayoría de esos libros en formato electrónico, o al menos algún original con el que poder recuperar el texto. Es posible que no, pues ya sabemos que la archivística digital no ha sido tomada mínimanente en serio hasta hace muy poco, e incluso en muchos casos no pasa de una montaña de discos o cualquier otro soporte que puede estar criando moho en algún sitio olvidado.

Supongamos, en cualquier caso, que los problemas técnicos no son tan graves y esos archivos en QuarkXpress, InDesign, o lo que sea, se pueden recuperar. ¿Qué hace que la editorial de turno no esté deseosa de darle una nueva vida comercial a esos libros? ¿Son los autores realmente tan recientes a ganar más dinero? Es lógico que quien firme novelitas que se vendan por peso a razón de palés por día en cada Carrefour esté deseoso de renegociar contratos, pero me cuesta creer que haya un neoludismo tan generalizado entre los responsables intelectuales de los libros.

Entonces, ¿se trata de simple temor al libro digital? ¿De una negativa generalizada de autores? Quizás sea una sencilla cuestión de desidia, de nulo interés, de incapacidad de promover e idear un catálogo digital que abarque toda la historia editorial y que siga monetizando ese esfuerzo. Porque, al fin y al cabo, sigue siendo más fácil buscar en servicios P2P y similares libros desaparecidos que comprarlos. Pero la industria seguirá haciéndose la víctima en todo esto.

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