La tecnología no hace credo

El campo de la actuación creativa del escritor, sacralizado en el despacho ausente del mundo, incluso en muchas ocasiones apenas permeado de la luz de las bombillas (las luces artificiales de Derrida que incluso hoy en día sigue despreciándose en ocasiones), es un mar de brea en el que pronto habrá que sumergirse para buscar huesos de dinosaurios. Y quien dice «bombillas», dice el sutil parpadeo de un viejo monitor CRT.

In the future, words very well might not only be written to be read but rather to be shared, moved, and manipulated, sometimes by humans, more often by machines, providing us with an extraordinary opportunity to reconsider what writing is and to define new roles for the writer.

Kenneth Goldsmith.

Goldsmith apunta muy claramente a la necesidad no solo de abrazar la tecnología en la labor creativa para ajustarla a los usos del antiguo paradigma, para arrastrarla a la concepción de un antiguo régimen cultural en la que el creador es el eje heliocentrista, o la cúspide de la pirámide, aunque solo como recurso falaz.

La creación de (un nuevo) Adán
La creación de (un nuevo) Adán

El autor, en el viejo régimen, se somete a las decisiones de terceros que realizan la labor -necesaria y esencial en su paradigma- de materializar y difundir la obra. En realidad, es ahí donde se encuentra el foco solar del sistema de escritura. Mantener ese modelo bajo los recursos actuales, no revisar los papeles de los agentes culturales implicados en ese microcosmos, solo puede tener como consecuencia futuros (y quizás demasiado próximos) reajustes financieros en una industria cultural que se ha mostrado acomodaticia, como tantas otras.

La desmaterialización del objeto creado (y más cuando este ítem cultural es la palabra) debe conducir a ese replanteamiento de los papeles que se desprende de lo apuntado por Goldsmith. La primera consecuencia debe ser el aceptar que las jerarquías en las que se ejerce la verticalidad deben abrirse a las relaciones de horizontalidad. Algunas empresas de la industria editorial parecen darse cuenta claramente de esto y empiezan a sugerir a sus plumas, parece que con cierta insistencia, que no está mal eso de tener un Twitter o cualquier otro intento de red social para sumar «seguidores», mantener contacto con los lectores y crear en ellos la sensación de proximidad y relación continuada y mantenida con el autor. Marketing 2.0 de lo más esencial, pero efectivo y lógico, que otros muchos autores han ido poniendo en marcha por propia voluntad.

Pero si esa presencia no es sincera, si no se comprende realmente el elemento de enjambre -no como mente colectiva, sino como recursos de la colectividad- que se sustenta en acciones como compartir, difundir, modificar y personalizar, entonces las iras más incontenibles surgen y explotan con promesas de no volver a publicar jamás un libro que, en algunos casos -nos tememos- no se cumplirán, pero por desgracia quizás en otros sí.

Con todo, esa es cuestión ya de la manida equiparación farisea entre «copias» difundidas fuera del canal de pago (lo que algunos llaman sin pensar mucho en ello pirata) y la «copia» no vendida, discurso victimista de empresa de capitalización millonaria para garantizarse compensaciones en forma de ayudas monetarias adicionales que no tiene una traducción real en el mundo de los que tienen los pies en la tierra. Trataremos esta cuestión por extenso en otra ocasión.

En cualquier caso, el abrazar esas tecnologías, el apostar por ellas, no implica comprender el funcionamiento social de las mismas, lo que la cibersociedad espera de lo ofrecido en sus canales de fibra recorridos por código binario. Y ese, después de todo, es el mayor extrañamiento posible.

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