Esculturas de Wi-Fi

¿Dónde están mis datos? ¿Qué es esa intangible nube de vapor binario que emana a destinos desconocidos? ¿Dónde fueron los cables -cordones- umbilicales que unían mi ordenador al enjambre? ¿Cuál es el núcleo de mis archivos cuando están aquí y allí al mismo tiempo? La metafísica esencial del disco duro era el symbolic link, el enlace simbólico de los sistemas UNIX que puede confundirse con el acceso directo sin implicaciones. Pero esta metafísica es física: está localizada dentro de un objeto material que tocamos. La clave está en el vapor de unos y ceros. Y ellos tienen, al final, también mucho de corpóreo.

El enlace simbólico no esconde mayor complicación para el informático de turno, pero si nos paramos a pensarlo es ontológicamente divertido. Explicado de manera sencilla (la completa y técnica está bastante bien en la Wikipedia) se consigue que un archivo o un directorio -una carpeta- esté al mismo tiempo en varios lugares. No es lo mismo que un acceso directo: el acceso directo nos lleva hasta su localización. Con el enlace simbólico el archivo, a ojos del usuario, existe simultáneamente en varios lugares. Operamos sobre el archivo, lo modificamos, alteramos, eliminamos, y todo sucede realmente sobre el mismo, al mismo tiempo, en todos los lugares. Porque, al fin y al cabo, esos infinitos lugares siguen siendo uno. Es un juego de ilusionismo con el sistema de indización que hace que el sistema tenga varias rutas para llegar a un mismo destino. Tan fácil, tan fascinante visto desde el observador externo.

Apliquemos esto mismo a la nube. Solo para que quede claro desde este punto, reproduzco aquí la definición aportada en el campo conceptual de Caracteres, para mayor comodidad: «Del inglés cloud computing o cloud working, donde “nube” es una metáfora de internet. Es una tecnología que permite ofrecer servicios de computación a través de la red. En este tipo de computación todo lo que puede ofrecer un sistema informático lo hace como un servicio remoto, de modo que los usuarios puedan acceder a los servicios disponibles (no instalados en el ordenador, disponibles en cualquier lugar) sin conocimientos (o, al menos sin ser expertos) en la gestión de los recursos que usan.» Un esquema ilustrativo -no exento de cierta ironía- podría ser tal que así:

Esquema de la nube computacional. De: http://bit.ly/yC7pIH (BestWebMaker)

La nube, por tanto, ejerce la función de ser el núcleo del enlace simbólico, en la medida en que luego podemos acceder a esos datos como un simple terminal sin más opción y operar sobre ellos desde la web (que sería un procesamiento vaporizado completo) o bien mediante sincronización (los archivos se copian en el terminal-ordenador, son modificados, y resincronizados en todos los dispositivos a través de la información de la nube).

Como tecnología, en realidad la tenemos a diario a nuestro alcance: Dropbox, iCloud, SugarSync, Google Docs, iTunes Match, Gmail… de un modo u otro, desde los correos IMAP. No hay razón, por tanto, para temerla, y sin embargo en muchas ocasiones así nos sucede. Nos da miedo no tener cierto control sobre la posesión de datos en la medida en que produce una relativa tranquilidad el saber que dentro de una caja hay un disco duro (o cualquier otro sistema de almacenamiento) que contiene los bits de nuestros archivos.

Pero la nube no es vapor real. La distribución de datos en la nube se basa en las granjas (aprovecho para apuntar un comentario de Tisselli sobre esta metáfora: es siniestra, y regresaremos a ello en unos párrafos) y la nube es la conductora. Esos bits no están bajo el teclado del portátil, o en un cajón al alcance de nuestra mano, sino en algún centro de datos, quizás en Carolina del Norte, o en Holanda, o en algún paraíso informático por determinar. ¿Es seguro eso? En realidad, depende de la calidad del servicio que se use, gratuito o de pago, pero la cuestión radica más bien en si es privado eso.

La única manera de conseguir la privacidad informática pasa por utilizar un ordenador aislado de todo el mundo y a ser posible situado en lo más profundo de Fort Knox. Para el común de los mortales esto implica que realmente cualquier acceso -físico o remoto; y si es remoto, peor si es sin cables- a un ordenador es una potencial brecha de seguridad, algo que sin duda alguna puede ser gran foco de preocupación para los amigos de la paranoia. Para los que no nos entregamos a esos pasatiempos, siempre nos queda el consuelo de que si no hacemos nada abiertamente mal (contraseñas deficientes, dejar que entre malware de todo tipo en el ordenador o usar terminales públicos…) seguramente no guardamos ningún secreto que merezca el esfuerzo específico de reventar nuestras cuentas. Otra cosa es que nuestros datos estén a buen recaudo por parte de las compañías, que han mostrado -sobre todo en 2011, tiren de hemeroteca- un alto nivel de vulnerabilidad incluso ante ataques simples.

La otra preocupación puede radicar en qué sucede si esas granjas se ven afectadas (un apagón, un incendio, un desastre natural de cualquier índole, lo que incluye derramamiento de café…), algo que es inevitable. Es mejor, en este caso, centrarse en lo positivo: si tus datos están en la nube y tu ordenador se destruye, los podrás recuperar; si es la nube la que se desintegra, sigues teniendo tu ordenador. Y, en todo caso, las granjas suelen funcionar con eficaces sistemas de copias de seguridad automáticas.

Desde esas granjas se erigen las grandes esculturas de vapor binario que se mueven impulsadas por el viento electrónico de los nodos de conexión mundial que mantienen la fibra óptica repleta de datos que vienen y van. Pero no nos llevemos a engaño: en ningún caso son esculturas inocentes ni inocuas. El vapor que emana de ellas se alimenta de un consumo energético que es cada vez mayor y las compañías responsables de ellas no suelen buscar medidas compensatorias. La huella de la granja es una demanda energética que obviamos porque no se refleja en nuestra factura de la luz, como sí lo hace una bombilla. En un caso de interesante reflexión, Apple en su centro de datos de Carolina del Norte, apuesta por energías renovables, en este caso la solar.

La compañía está especialmente vigilada por Greenpeace y suele ser buen foco para promover campañas populistas de baja efectividad real en sus demandas y desde luego no creo que sea casual -al estar tan fuertemente observada- que se haga un movimiento en esa línea ecológica, algo que la propia empresa anuncia repetidamente en sus productos. ¿Suficiente? Posiblemente no, y la buena voluntad no basta. Menos cuando la inmensa mayoría de las compañías responsables de estas granjas son mucho más anónimas, discretas, y alejadas del ojo observador y el dedo acusador como para tener que fingir interés por lo medioambiental. Es, en todo caso, una muestra más de que esta inmaterialidad de la red lo es solo a los ojos del usuario último: la infraestructura real que subyace es muy corpórea y todo avance tiene unas consecuencias que en ocasiones pueden ser oscuras y siniestras, como el drama del Congo y lo poco que nos importa a cambio de nutrirnos de coltan.

Para lo demás, Joshua Allen Harris.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.