La diglosia digital: apocalípticos e integrados en internet

Hay una obra genial de Umberto Eco (además de otras muchas) que a mí particularmente siempre me ha llamado la atención. Se titula Apocalípticos e integrados y es del año 1964. Sé que puede parecer un poco estúpido ponerme a escribir sobre una obra tan conocida y que tantos tópicos ha contribuido a generalizar y a salvar al mismo tiempo, ¿pero cuántos han ido más allá realmente de la imagen de superman y del sugerente título?

Pertenece a esas obras de la «generación pop» de los semiólogos de los 60 y 70, una época maravillosa en la que podías ver en la televisión entrevistas a personas que ¡dialogaban! sobre cuestiones que no se podían resolver en un cuarto de hora (y sin necesidad de hacerlo en otro momento en un delux).

Curiosamente en esta obra se tratan temas que podrían estar hoy día de sorprendente actualidad. En los años 60 es cuando la cultura de masas empieza a expandirse a través de las nuevas posibilidades técnicas que ofrece la televisión, que se une a las ya existentes radio cine. Tampoco hay que olvidar que después de la segunda guerra mundial mejoran mucho las condiciones de escolarización en el continente y es más fácil al acceso de la cultura escrita e incluso aumenta la producción de «gran cultura», que en muchos casos se convierte en una maquinaria industrial en sí misma (aunque eso ya sería otra historia) como bien señalan magníficos ensayistas como Baudrillard.

Fueron tiempos en los que se empezaban a instalar entre nosotros cambios al principio imperceptibles, pero que llegaron para quedarse. Se alteraron modos de vida y el tiempo de ocio se ocupó en tareas que simplemente antes no existían, lo cual inevitablemente afectó a la forma de socializar. Pasamos de tomar el fresco en la calle con los vecinos (algo que yo aún recuerdo perfectamente en una ciudad pequeña como Salamanca) a quedarnos en casa para ver el parte, la corrida de toros o a nuestro equipo de fútbol. De repente personas anónimas pasaron a ser referentes para gran parte de la población gracias a sus intervenciones televisivas y aparece el fenómeno fan.

Umberto Eco en su obra analiza cómo entendía el funcionamiento del fenómeno de las masas y la aparición de los nuevos medios de comunicación. Divide la sociedad en dos partes los apocalípticos (que no quieren saber nada y que ven un futuro muy negro en estos nuevos procesos de cambio) y los integrados (los que aprueban esos cambios y los aprovechan para sí). Los integrados son más valientes y tienen como objetivo dar a conocer sus pensamientos y progresar, mientras que los apocalípticos son la gran élite cultural que se siente amenazada. Siempre me ha maravillado la afirmación de Eco de que realmente unos y otros podrían ser perfectamente los mismos, ya que hay confluencias entre ambos que en lugar de dispersar generan intrincadas uniones difíciles a veces de digerir.

Pese a que muchas de las propuestas que hace el italiano están más que superadas en la actualidad (y algunas perviven para sorpresa de muchos), no obstante esta división es aplicable a los cambios que provocó la aparición de Internet, ya que supuso también un poderoso  cambio  a diferentes niveles.

Los primeros internautas tenían una tecnología que les permitía trabajar con posibilidades casi infinitas pero carecían de la sólida infraestructura que llegaría más adelante.

En mi opinión uno de los cambios más llamativos tuvo lugar precisamente con la segunda generación de internautas. La primera bastante tuvo con empezar a usar ordenadores y redes, aprender a programar y llevarse bien con las nuevas interfaces. Por su parte, la segunda creció inmersa en esos cambios y se adaptó sobre la marcha, ya que para ellos era del todo natural lo que ocurría en el «escritorio virtual», algo que para los de la primera generación fue salto tras otro.

A esa segunda generación (con muchas reservas, ya que es un tema muy polémico) podríamos denominarla «nativos digitales» y tiene una característica sumamente curiosa:  no nacieron al mismo tiempo y no comparten un espacio heterogéneo, si no entendemos por espacio la ciberesfera, ese banco de arena que un día pudo haber soñado Borges.

Después de EEUU se fueron incorporando al uso de la red diferentes países conformando una aldea global en la que parecía que no había ley. Por lo tanto, no tenemos un criterio de edad definido ni un perfil útil de los primeros nativos digitales, pero sí podemos deducir y sacar algo en claro: usaban la tecnología de una forma diferente y eran capaces de exprimirla de una manera más eficiente y creativa.

A esa diferencia en la capacidad de sacar partido a la red y de comunicarse la podemos denominar diglosia digital: tenemos un mundo en internet en el que hay varias velocidades que crean cantidades ingentes de información a varios niveles, tanto a nivel de expresión, como de utilización práctica de la red (pensemos en el jubilado que usa cartilla de ahorros y que es capaz de utilizar la aplicación electrónica en un móvil).

Esas mismas velocidades son las que conectan ahora mismo el mundo virtual y el analógico y tiene fecha de caducidad, lo que venga después será el resultado de lo que estaremos viviendo mañana. Mientras tanto, bastante tenemos con mantenernos a flote para buscar nuestro sitio entre los apocalípticos y los integrados.

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