Hoy ha muerto Umberto Eco

Hoy ha muerto Umberto Eco.
Una persona a la que nunca conocí pero que con el tiempo se ha convertido en uno de los personajes más influyentes en mi vida, de una manera un tanto rocambolesca. Hoy he leído un sinfín de homenajes póstumos lapidarios y llenos de todo menos de la obra de este gran hombre, que siempre me imaginé como un gran tipo, aunque no puedo saberlo, ni me importa si lo fue. Es lo que tiene ser fan.

            Entre los peores titulares que he encontrado esta este: “El hombre que lo sabía todo”. Es casi un insulto intelectual para alguien que se ha pasado la vida investigando y escribiendo y dice poco de la obra de este singular semiólogo.

           Odio hablar de mí, pero a) esto es un blog y b) es necesario para comprender lo que quiero explicar. La primera vez que leí a Eco fue, creo que como muchos de mi generación, por “El nombre de la rosa”. Lo leí y en mi adolescente bestialidad no me causó ninguna impresión de grandiosidad ni tampoco lo contemplé como nada excepcional. Sin embargo, me apasionaron las apostillas al nombre de la rosa, que me dejaron literalmente KO, aunque ya entonces no era un adolescente muy espabilado, cosa que tampoco ha cambiado mucho, aunque mi nivel de modestia se ha incrementado notablemente con la edad. Algo tenía ese texto que me fascinaba pero no comprendía del todo.

           Con el tiempo llegó la tesis y devoré su maravilloso libro “Como se hace una tesis doctoral”, me reí muchísimo de su sutil ironía y me volvió a dejar KO con su historia de cómo escribió la suya, gracias a un libro que encontró en el último momento en un mercadillo y que le abrió el mundo. Algo así me pasó con “El nombre de la rosa”, ya con menos hormonas, más humildad y algunos palos encima.

           Umberto Eco fue una estrella pop, no fue ni de lejos el más brillante semiólogo de su generación (no me sonsaquéis, que hoy no es el día) pero sí el que más talento tenía para expresar cómo funciona esa cosa tan simple, tan básica, tan cercana, la comunicación, y tan compleja de explicar al mismo tiempo.

           Conozco, siempre con mis limitaciones, la mayor parte de su obra como semiólogo, la he disfrutado en su forma crítica y universitaria y en su versión más terrenal con “El nombre” o “Baudolino”. Me ha sabido llevar como nadie a la Edad Media y a su pensamiento filosófico y ambos somos freaks de Borges, era inevitable que nos lleváramos bien.

           Hay tanta sensibilidad en sus libros… Conozco pocas personas dedicadas a escribir que hayan sido tan capaces de empapar sus textos de su experiencia intelectual y vital. Me gusta pensar que cada una de sus obras es un homenaje pasional al acto de pensar y vivir, con una desmesura brillantemente disfrazada de contención y sin ganas de parecer condescendientemente erudito.

           Para mí hablar de Eco es encontrarnos con una mente lúcida, hija de su tiempo, un tiempo en el que no tenían miedo de poner en la televisión figuras maravillosas como Jean Baudrillard (¡El simulacro!), Jacques Derrida (¡Deconstruyamos!), Roland Barthes (¡Esa retórica resumida y aplicada a la imagen!), y no olvidemos a Coseriu (qué decir de este grande). En España tuvimos al gran Luis Sánchez Corral en los 90, no es comparable a estas figuras pero qué grande era, y  aún tenemos a Salvador Gutiérrez, grandísimo divulgador.

           Me hubiera gustado que en estos “homenajes” se hubiera escrito más sobre la vida de Eco, y con vida me refiero a su obra, que siempre es la extensión vital de un investigador. Dedicar tu tiempo a leer y escribir sobre un tema no te hace más sabio pero sí que te hace ser parte del mundo científico en el que estás inmerso y a quien tanto se debe. La obra de Eco será estudiada dentro de 100 años junto a sus colegas porque tuvieron una visión del mundo, muy acertada y a la que constantemente tenemos que dar la razón. Fueron capaces de llevar el estudio del significado al mundo “real” que deseaban explorar y además soñaron con grandes bibliotecas dirigidas por bibliotecarios ciegos, qué más se puede pedir.

           Bueno, en fin, perdonad la perorata, pero me ha apetecido hablar del tema. Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.

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