Redes sociales, ¿qué esperamos de ellas? (I)

Ayer mientras leía algunos blogs me topé con la idea de que, pese a lo habituales que son, creo que no poseemos una conciencia clara de lo que significan y suponen las redes sociales. Eso explicaría el enérgico rechazo que unos les tienen y el afecto obsesivo que otros les profesan. Creo que la problemática va más allá del mero neoludismo (¿se es siempre neoludita si no sigues la vorágine tecnológica?). El punto aquí sería reflexionar acerca no de qué son las redes sociales, sino acerca de qué uso solemos hacer de ellas.

En los últimos tiempos se han ido diversificando de manera que encontramos redes de trabajo, de búsqueda de trabajo, académicas, de contactos, de antiguos alumnos, de amantes de la cerveza Svijany… En fin, las posibilidades son enormes y exigen mucho tiempo y más energía.

Las redes sociales en sí mismas no poseen más valor que el de propiciar una visión parcial del sujeto que se expone a ellas. Incido en “a ellas” porque durante el proceso muchas veces pierde el control de su imagen “social”, y puede ser arrastrado por la corriente de la web sin remedio. Bien es cierto que es más factible en unas que en otras, sin embargo, una mala combinación puede ser letal para el más inocente. Hay redes que funcionan de forma unívoca y redes poliédricas que se desarrollan en forma caleidoscópica, de manera que es difícil controlar el mensaje.
Este funcionamiento tiene lugar en función de dos variables: el emisor del mensaje y el uso de la información (recepción-difusión de la misma).

Facebook o Google + son redes más neutrales, en las que hasta cierto punto es posible controlar el destino de tu avatar (el problema es que muchos ni saben que lo tienen). Este avatar es sumamente importante porque se supone que es el constructo que nos hemos hecho de nosotros mismos al exponernos “socio-virtualmente”. Cuando te dejas caer por una red social, como en la propia vida fuera de internet, hay que tener en cuenta que existen aspectos no controlables. Es el caso del uso de nuestra propia imagen modificada, ahora sí, por la charla de patio de la socioesfera de internet. Esta charleta de cotillas trasladada al nivel virtual tiene efectos parejos al mundo no virtual:

  • No hay control del mensaje ya enviado y recibido por el interlocutor.
  • El mensaje puede quedar fijado y sin posibilidad de volver atrás (si no hay medios de borrado efectivos).
  • Hay una fuerte tendencia a la falta de contexto, y a no buscarlo (sobre todo en redes como twitter, donde prima más la inmediatez que los contenidos).
  • Hay que controlar la presencia de trols (cizañosos, en la terminología analógica) especializados en cambiar la imagen del avatar.

Twitter es un tanto diferente y quizá de aquí venga la fascinación que suele crear. Se trata de una red que en principio no te acepta. Eres un marginado desde el primer minuto y tienes que aprender las reglas del juego (trends topics, hashtag, FF, DM… etc) para poder crearte tu imagen y salir del huevo, literalmente. Poco a poco vas creando tu avatar, sin apenas contexto, y con la problemática añadida de que los demás se van creando una imagen de ti que no puedes controlar, dado que no eres consciente de qué es lo que saben de ti, cuántos RT han percibido o a qué se dedican dentro de la propia red.

Lo que muchos de los que denuestan las redes no han comprendido es que hay tantos usos como personas y que nunca hasta hoy ha sido tan fácil, y tan peligroso crearse una identidad “corporativa” personificada. Es relativamente fácil hacer llegar un paper a varias revistas en otros continentes, pero sigue siendo igual de complicado establecer vínculos duraderos, más allá de la interacción casual y premeditaba a través de la sociosfera.

El quid de la cuestión no es ¿qué tienen de interés las redes sociales? Más bien se trata de qué tengo que ofrecer yo a estas y cómo lo voy a gestionar.

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